Charlie Hebdo lo tiene claro: el 2016 nos ha traido unos regalos de mierda
El discurso antieuropeísta y xenófobo de su partido está plenamente asentado en una gran parte de la sociedad francesa. Resulta curioso escuchar a personas de la tercera edad hablando de la Unión Europea como si se tratara de un lastre para Francia y se preguntan qué les ha traído de positivo Europa durante todos estos años. Está claro que los políticos han hecho una lamentable labor pedagógica ya que Francia ha sido, desde el inicio del antiguo mercado común europeo, el país más beneficiado a nivel económico. Su situación central en el mapa de la Unión lo convertía en el eje en torno al cual giraban todas las decisiones y muchas de las actividades económicas. Además fue el país que impulsó la creación de este mercado único europeo y ha sido, durante décadas, quien más fomentó la construcción europea gracias a sus omnipotentes presidentes, Mitterrand y Chirac principalmente. Sólo a partir de la llegada del €URO y la incorporación de los países del Este a la Unión, Alemania empezó a comer terreno a nivel económico, gracias a la pujanza de su industria tecnológica y automovilística y a dejar de ser terreno fronterizo de la Unión para pasar a ser el nuevo centro geográfico.
Otro elemento importante del discurso nacionalista es la xenofobia. Aunque Marine Le Pen es muy inteligente y ha dejado de lado el racismo de la ideología original del partido, todavía conserva el rechazo a los extranjeros que ha calado dentro de la sociedad francesa, hasta hace unos años una de las más abiertas y acogedoras de Europa. El discurso racista empezó a normalizarse en la esfera pública gracias a Sarkozy que centró en exceso el debate en la religión y en el origen católico de la identidad francesa, paradójico mensaje cuando él se autoproclamaba el adalid del laicismo. El terrorismo islamista también ha hecho trizas la sana convivencia pacífica entre personas de diferentes religiones y, aún peor, ha hecho creer que la amenaza viene de fuera cuando resulta que los que atentaron en Francia y Bélgica eran franceses y belgas.
También ha calado el discurso de que los extranjeros vienen a Francia a aprovecharse de sus servicios sociales: no conozco a esos extranjeros que reciben ayudas pero conozco a decenas de españoles, italianos, portugueses, hispanoamericanos y otros extranjeros y de ellos, sólo uno, tiene una pequeña ayuda para el alquiler. Del resto, nadie tiene ayudas ni prestaciones de ningún tipo. Además, en Francia es complicadísimo obtener la tarjeta de la seguridad social por lo que mientras no se tenga, al menos, el número provisional no se tiene derecho ni al reembolso del médico (los médicos son privados y la SS nos paga una parte de la visita), ni a coger una baja laboral ni a obtener la prestación de desempleo. Una vez obtenido el número provisional, ya se forma parte de la seguridad social pero la mayoría de mutuas no lo aceptan de manera que éstas no reembolsan su parte correspondiente a visitas médicas y bajas laborales. En cambio, desde el primer minuto yo estoy sufriendo los cargos sociales que supone que, cada mes, mi empresa me retiene entre un 25% y un 33% de mi salario del cual sólo una pequeña parte es mi cotización a la jubilación y las aportaciones a la mutua. El resto está destinado a mantener el mastodóntico servicio social francés del que algunos espabilados usan y abusan. Esta situación provoca un enorme malestar en los franceses honrados y trabajadores que ven cómo una parte del salario que van a ganar a lo largo de su vida servirá para mantener cientos de miles de vagos que ni trabajan ni estudian ni tienen voluntad de hacerlo. Esto, además de lastrar la economía nacional, tiene consecuencias terribles a nivel social. ¿Qué hacen todas esas personas que no trabajan? Uno puede estar desempleado y pasar un tiempo sin trabajar pero, aquí en Francia, hay gente que no se lo plantea siquiera. ¿Qué hacen? Pues en general, molestar. Ya dice el refrán que la mente ociosa es el patio donde juega el diablo. Ya me ha pasado de estar en mi antiguo trabajo, que era un servicio de recepción, y tener que aguantar a esta gente que venía a hacer mil preguntas (generalmente para no pagar) y después se iban sin haber entrado y habiéndome hecho perder le tiempo. Son gente que vive en pisos de alquiler social por los que pagan poquísimo, reciben una prestación económica cada mes, tienen ayudas para el transporte, para acceder a préstamos y productos de ahorro bonificados... hasta para irse de vacaciones.
Eso sí, cuando yo hablo de este tema con franceses de cierta edad, ellos insisten en que son los extranjeros los que se aprovechan de este sistema. Les comento que ningún extranjero que yo conozco recibe tales ayudas y se corrigen: no, no hablamos de españoles o gente así, hablamos de migrants. Parecido ocurre con algunos franceses más jóvenes que no quieren más extranjeros y que, al recordarles que su interlocutor es español, responden: no, vosotros no, los otros extranjeros. Parece ser que si el extranjero es europeo, blanco y católico no es un extranjero de verdad. Volvemos a la identidad cultural de la que hablaba Sarkozy. De hecho, algunos franceses confiesan que prefieren a ciertos extranjeros que a ciertos franceses. Lógicamente, todo esto no es más que demagogia: resulta mucho más fácil identificar y señalar al extranjero que ir mirando a todos los franceses uno por uno para ver quién es un peligro social o quién abusa del sistema.
Como he dicho antes, me preocupa que el mensaje del Frente Nacional haya calado tan hondo en la sociedad que prácticamente nadie lo discute. Han convertido la mentira en una verdad: es la era de la post-verdad. Con sinceridad, espero y deseo que este partido no nos dé un susto en mayo y Le Pen no pase a la segunda ronda. En cualquier caso, esto dependerá de quién es el candidato elegido por el Partido socialista en las primarias que se celebrarán próximamente.
En todo caso, esperemos que el 2017 nos traiga coraje, fuerza, ilusión y sentido común. ¡Feliz año nuevo!
Pintada encontrada en el Marais
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