martes, 14 de noviembre de 2017

Don Giovanni en el Bobino

Este lunes se cumplían dos años de los terribles atentados de la sala Bataclan y alrededores. En homenaje a los jóvenes fallecidos y en beneficio de la asociación de víctimas 13onze15, el Teatro Bobino decidió, por primera vez en su existencia, representar una ópera. Y no una cualquiera, sino la que es probablemente la mejor ópera de Mozart, Don Giovanni, aquella que Wagner llamó "la ópera de óperas". Para sacar adelante la función, han colaborado la asociación Opéra en Herbe y han dado apoyo logístico la Opéra National de París y la empresa cosmética L'Oréal, así como otras instituciones públicas y privadas, empezando por el Ayuntamiento de París. Por cierto, la señora alcaldesa, Anne Hidalgo, estaba sentada justo delante de mí.

 
 Las entradas

Patio de butacas y escenario justo antes de empezar
Los motivos por los que la organización escogió esta ópera son que don Giovanni desafía a la muerte y que es un personaje vitalista. En fin, yo no pondría a don Juan como ejemplo de nada positivo. Al revés, son otros personajes los que se juntan para cantar "Viva la libertad". He ahí la importancia de esta ópera: gritar "viva la libertad" dos años antes de que estallara la Revolución Francesa. Y esa libertad es la que tenemos que usar para disfrutar de la música, del arte, de la cultura, de nuestra forma de vida. Tiene que ser nuestra respuesta ante la barbarie, la ceguera y el fanatismo. Y no hay que olvidar el mensaje de crimen y castigo: como cantan las tres damas protagonistas en el sexteto final, questo è il fin di chi fa mal (éste es el final del que hace el mal).

El programa

A nivel musical, y dadas las dimensiones del teatro, vimos una ópera en miniatura pero muy agradable: la orquesta fue Les Muses Galantes y estaba compuesta por sólo doce personas más el director, Jean-Marie Puissant. La verdad es que sonaron muy bien, en especial, la sección de viento. Sobre el escenario, un coro también breve, pero resolutivo y versátil, y un reparto desconocido de cantantes jóvenes con ropas prestadas por la Opéra National de Paris: me gustó que el conjunto de voces estuvo bien equilibrado lo cual es importante en Mozart, un autor conocido por los numerosos concertantes de sus óperas. A destacar, la labor de Lira Milla (Donna Anna) que, además de tener una bonita voz, estuvo muy bien en las coloraturas y agilidades del personaje. En el campo expresivo, gustaron especialmente Clara Schmidt, la mezzo que interpretó a Donna Elvira, y Antoin Herrera-López Kessel, Leporello en la obra. Sobre todo, es importante remarcar que es la primera vez en muchos años que oigo un Leporello cantando y no ladrado, o graznado o rebuznado, como ocurre a menudo con este personaje. Muy bonita la voz del Comendador, Nicolas Certenais, un papel difícil ya que, recordemos, tiene que sonar de ultratumba.

 
Ficha técnica
Por lo demás, quiero agradecerle a mi amigo Elvis que me acompañara y que fuera el más elegante del teatro con su traje azul y su pajarita. Este mes de noviembre está resultando de lo más musical, si el sábado fue Don Carlos, el lunes Don Giovanni y para finales de mes, Tito.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Don Carlos

Gracias a Tristan por pensar en mí

Han corrido ríos de tinta hablando de la nueva producción del Don Carlos de Verdi en la Bastilla. No sólo se trataba de la primera versión completa que se representaba en París en 20 años, sino también de una nueva puesta en escena y un reparto de campanillas. Un enorme presupuesto para una empresa que les venía un poco grande: no han acertado del todo ni en el estilo ni en la orquestación ni en el objetivo de la propuesta. Especialmente vergonzante ha sido la escenografía creada y dirigida por el polaco Krzysztof Warlikowski y que ha desatado una oleada de críticas y tremendos abucheos por parte del público.


Ese wáter del centro de la imagen resume muy bien toda la puesta en escena

No empieza mal con una especie de flash-back: el príncipe Carlos, heredero del trono de España, rememora su fallido compromiso matrimonial con la princesa Isabel de Valois y cómo ella acabó convirtiéndose en la esposa de su padre. Estos recuerdos incluyen también los desprecios y faltas de confianza de su regio padre hacia él. Por supuesto, la historia no tiene nada que ver con la realidad: Carlos de Austria no era un galán romántico sino un perturbado que lanzó a varias personas de su corte por la ventana, torturaba animales y fue uno de los primeros casos conocidos de anorexia, incluso hizo huelga de hambre en varias ocasiones. Pero su estado mental no fue la única consecuencia de la salvaje consanguinidad de su familia (era hijo, nieto y bisnieto de primos hermanos): también sufría graves problemas de salud física e intelectual, siendo cojo, jorobado, cabezón y teniendo graves problemas de aprendizaje: no habló hasta los cinco años y a duras penas consiguió leer y escribir. La ópera está basada en el drama de Friedrich von Schiller que recoge algunos elementos de la leyenda negra de Felipe II según la cual el rey habría matado a su primogénito por estar enamorado de segunda esposa y ésta de él. Es todo falso pero tanto la obra de Schiller como la ópera de Verdi son preciosas y por eso nos gustan.

El programa de mano

En este inicio de la ópera ya padecemos la horrible, cutre y pobretona puesta en escena de Warlikovski: mientras el príncipe se lamenta, vemos una novia vestida con la versión bazar chino del mítico vestido nupcial de Grace Kelly, de hecho, todo el vestuario recuerda un poco los años dorados de Hollywood. Es una lástima que la puesta en escena sea tan fea lo que crea un dramático contraste con la belleza de la música.

El príncipe llora; nosotros también tenemos ganas de llorar viendo el decorado

Aunque se ha prescindido del ballet que daba comienzo a la obra, podemos disfrutar los bonitos dúos Elisabet y Carlos y de Carlos y el marqués de Posa, uno de mis favoritos de la historia de la ópera, aunque en francés pierde prestancia y dramatismo. El segundo acto comienza con una escena de esgrima con tintes lésbicos claramente copiada, en el fondo y en la forma, de la que protagoniza Madonna en la película del agente 007. Será por eso que es de lo poco reseñable estéticamente de toda la obra.

Esgrima en un gimnasio sáfico: hasta yo me cambiaba de acera para oír de cerca a Elina Garanca.

Aquí empieza ya el núcleo de la acción que anda parejo al sinsentido estético: el dúo de Posa con el Rey parece una especie de pelea de gallos, el dúo entre Carlos y Éboli es absurdo y carece por completo de romanticismo y el trío entre Carlos, Posa y Éboli cuando ésta descubre el amor de Carlos, tiene una gran fuerza dramática pero se pierde con la actuación que más parece una pelea de un patio de vecinos que una intriga palaciega. Es una lástima porque las traiciones e intrigas son uno de los puntos fuertes de las versiones francesas en contraposición a las italianas que son un melodrama.

El intenso y romántico dúo Io vengo a domandar... se queda en Je viens solliciter: el sofá de psicólogo y la frialdad del francés convierten la escena en una vulgaridad sin emociones, como si Carlos estuviera pidiendo un préstamo en el banco

Pero lo peor viene a continuación cuando la reina aparece vestida de gala y el rey borracho y descamisado: se trata de la escena más famosa de esta ópera: el auto de fe, ahora convertido en una mezcla entre coro de iglesia luterana y palco de las carreras de Ascot con los protagonistas vestidos de soldaditos de plomo y las señoras con pamelones y tocados de gran volumen. Por suerte, la preciosa música de Verdi nos hace olvidar el disparate que estamos viendo.

Después del auto de fe, ya nada sorprende al espectador pero es una pena que el aria Elle ne m'aime pas quede tan fría y sin sentimiento y no por falta de medios del cantante sino por la situación general. Tampoco ayuda que el director musical, Philippe Jordan haga dos pausas larguísimas (parece ser una moda en la ópera actual porque lo he visto en varias óperas del Youtube), una antes de la cabaletta y otra antes del final. Otro problema añadido de esta puesta en escena, es que Felipe canta el aria metido en una caja al fondo del escenario, lo cual no resulta  nada cómodo, se oye mal y queda ridículo en un escenario tan enorme como el de Bastilla: vemos a un Felipe II como un burgués de pacotilla borracho, otra vez, lloriqueando y tirado por el suelo. Parece difícil de creer que ése sea el rey de un Imperio en el que nunca se ponía el Sol. Más chocante aún que llega el Gran Inquisidor, con aspecto de mafioso ruso, de visita a las tantas de la madrugada. A continuación, una escena de celos que nos deja, por fin, una idea interesante: un juego de puertas en el que se desvelan y se guardan secretos. Es apenas un esbozo pero aporta algo a la trama. Y el lamento de Éboli, desterrada por la reina.

El Siglo de Oro español tirado por los suelos

En el último acto, vemos la jaula donde está encerrado Carlos como si fuera un animal salvaje. Y la muerte del Marqués de Posa, un momento maravilloso para nuestros oídos pero no para el pobre marqués, recién ascendido a duque, que se canta un aria con dos estrofas en la cabaletta. El otro gran personaje secundario, la princesa de Éboli, subleva al pueblo antes de partir al convento y, a continuación, un dúo amoroso entre la reina Elisabet y su hijastro/enamorado Carlos. El escenógrafo se saca de la manga un final a lo Romeo y Julieta con la reina tomando un veneno y el infante pegándose un tiro. No sin antes hacer levantarse de su tumba al zombie de Carlos V, quien se lleva a su nieto con él. Muy propio este detalle dado que se estrenó la ópera poco antes del Halloween. 

Un zombi se lleva el alma del príncipe: esto ya lo habíamos visto en algunas representaciones de Don Giovanni

En lo meramente musical, Philippe Jordan ha estado muy valeroso en su propuesta y nos ha regalado una dirección enérgica, muy intensa, a ratos parecía que estaba haciendo esgrima con la batuta. La orquesta sonó perfectamente ensamblada como un mecano perfecto y con grandes prestaciones de los solistas (flauta, oboe, cello, percusión...). La organización nos ha recalcado que la representación es completa pero no es cierto ya que falta el ballet de La Peregrina. Aún así, no importa: ésta es la versión original de 1866 que sufrió cortes, censuras y cambios de todo tipo y Jordan hizo que la orquesta sonase maravillosa. Además es positivo que esta orquesta empiece a atacar repertorios que le son ajenos como la gran ópera francesa. ¡Qué paradoja!

Como vi la retransmisión en directo retardado que ofreció la cadena ARTE por la tele el pasado 19 de octubre, ya acudí al teatro sobre aviso de lo que iba a ver. Lo que iba a ver, desde muy lejos y un poco escorada, claro. Pero no sabía lo que iba a oír puesto que mi función, la última, la representa el segundo reparto. Aunque permanecen los comprimarios junto con el rey y el Marqués de Posa, la reina, el príncipe y Éboli son otros cantantes.

Bonita fotografía

Empecemos por el rol titular, Don Carlos, que es un papel muy desagradecido porque se canta casi toda la ópera pero no tiene un aria individual de lucimiento para recibir los aplausos del público. El checo Pavel Cernoch sonó juvenil y apropiado para el papel. Me gustó más que el tenor del estreno, el inefable Jonas Kaufmann, que, si bien ha superado su ya larga crisis vocal, estuvo fuera de estilo, sin trino, cantando casi todo en forte y con una dicción regular tirando a mala y muy afectada.

El papel de la reina Élisabeth, lo cantó Hibla Gerzmava: potente, romántica, la voz siempre bien colocada, emotiva pero correcta en la actuación. Muy bien también la soprano de la primera distribución, Sonia Yoncheva. La otra dama de la obra, la intrigante Princesa de Éboli, fue interpretada por Ekaterina Gubanova, muy segura tanto en los graves como en los agudos, menos sensual que la otra Éboli (Elina Garanca) pero muy acertada en su trabajo. Fenomenal el rey, el ruso Ildar Abdrazakov, muy aplaudido y haciendo un rey muy humano, a pesar de la puesta en escena que lo convierte en un borracho maltratador. Gran marqués de Posa de Ludovic Tézier, uno de los más aplaudidos, con una voz muy apropiada al personaje e interpretado con mucha dignidad. También el Inquisidor de Dmitry Belosselskiy estuvo genial, con una voz muy impactante. Y también el resto de comprimarios (el Conde de Lerma, la Voz, el Monje, Thibault).

Me impactó enormemente el coro ya que pocas veces he oído yo esa potencia y ese volumen en un teatro. Sonó atronador y muy equilibrado. Fue muy aplaudido en todas sus intervenciones.

Todo el elenco sale a saludar

La directora actoral fue Małgorzata Szczęśniak, la esposa y socia de Warlikovsky, que estuvo tan poco inspirada como su marido. El protagonista parece más el Carlos real que el operístico, es decir, es más un chiflado que un galán romántico. De hecho, en varias ocasiones tiene ataques de tos, temblores y gestos raros, algunos muy graciosos, como juntar las piernas como si se estuviera aguantando las ganas de hacer pis. No menos extraña resulta la reina, mostrada como una niñata pija displicente, sin el mínimo asomo de majestad. Y siempre con gafas de sol como una famosilla cualquiera, que no sé si las cantantes son capaces de ver las indicaciones del director. Aún más rudo se muestra el rey, borracho, violento y llorica. Sólo Éboli y Posa parecen guardar la compostura gestual. El príncipe convulsionando, el rey bebiendo, la reina llorando por las esquinas y Éboli seduciendo a todo lo que se mueve... no creo que Verdi aprobara esta versión de su obra. Tampoco ayuda en la expresión el idioma francés ya que resta mucha emoción a las escenas. A nivel poético, resulta más bonita la versión italiana de la obra. Pero es lógico que Bastilla quisiera recuperar la versión original francesa que hacía veinte años que no se presentaba en París.

Varios minutos después, los artistas seguían recibiendo los aplausos del público.

La noche empezó un poco fría: no hubo aplausos en el primer acto. Pero, a partir de la Canción del Velo de Éboli, comenzaron los aplausos y ya no pararon. Hubo más de quince minutos de ovación al final de la obra y los artistas tuvieron que salir varias veces a saludar. El público del patio de butacas se acercó al foso para tomar fotos y aplaudir más calurosamente a los artistas. Es la primera vez que lo veo. Como también es la primera vez que veo que el director invita al primer violín, como representante de la orquesta, a subir al escenario a recibir su merecida recompensa. En el escenario, se sucedían las muestras de cariño, besos y abrazos entre los artistas, nada divos, por suerte. Fue una gran noche y fue gracias a Tristán.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Temporada española y III: Mariano Fortuny

Etapa final de la temporada dedicada a la moda española en el museos municipales de París. Si primero vimos el lado de la alta costura, de la mano de Balenciaga, y después la indumentaria tradicional, ahora ha tocado una exposición en el Palais Galliera a un representante muy especial de la moda industrial: Mariano Fortuny. Ingeniero, diseñador, pintor (como su padre del mismo nombre) e industrial, Fortuny nació en Granada en 1871 pero se trasladó de niño a Venecia con su madre viuda y sus hermanos en 1888, ciudad en la que años más tarde comenzaría su actividad en el diseño de moda e instalaría su empresa.

Vestidos Delphos (izquierda) y Eleonora (derecha)
Vestido Delphos que perteneció a Oona Chaplin y a su hija Geraldine

En primer lugar, Fortuny dedicó sus esfuerzos a mejorar las técnicas de estampación de tejidos pero pronto se introduciría en la investigación de los mismos y patentó un género de tela de seda plisado ondulado con el que confeccionaría su pieza más conocida e icónica: el vestido Delphos, la gran estrella de esta muestra y todo un hito en la historia de la moda. Recientemente, esta prenda revolucionaria ha recuperado la fama gracias a la popular novela El tiempo entre costuras de María Dueñas. No es para menos ya que se trata de una túnica inspirada en la ropa de la Grecia clásica, de ahí el nombre, realizada con un trozo de seda plisada, larga, rectangular y ondulada que llega hasta los pies. Se entallaba con un fajín de seda decorada o con una cinta de cuentas de cristal de Murano, las cuales también decoraban las costuras laterales del vestido. Solía tener pocas variantes en cuanto a formas: el escote podía ser redondo o de pico, tener mangas más o menos largas o no llevar mangas en absoluto o estar formado por una sola pieza (vestido) o por dos (túnica y falda) pero había una gran variedad de colorido. Teóricamente se llevaba sin ropa interior ya que se ajustaba al cuerpo como una segunda piel y permitía, y demandaba, una completa libertad de movimientos a la portadora.

Abrigo cruzado de terciopelo y tafetán de seda
Vestido de tafetán de seda con dibujos inspirados en la cerámica cretense: dichos dibujos representan grifos y son los mismos que los del velo Knossos
También hay otras piezas importantes en la carrera del diseñador como Eleonora, en este caso inspirado en la Edad Media, que consiste en un vestido de corte princesa realizado en terciopelo de seda, lino o algodón, con mangas amplias cortas o largas. El largo de la falda puede ser hasta el suelo o acabado en cola. Lo más interesante de este diseño son los maravillosos dibujos inspirados en la Persia sasánida y en los tejidos italianos del siglo XIV.

Abaya (izquierda) y capa (derecha) de terciopelo

Pero no acaban aquí las influencias oriental y medieval: Fortuny coleccionaba todo tipo de tejidos antiguos, así como cerámica y armas de diferentes épocas y lugares. Todos estos objetos magníficos daban alas a su creatividad pero su formación de ingeniero industrial le llevaba a superar los procesos artesanales mediante el desarrollo de técnicas innovadoras para el estampado y bordado de las prendas. También el corte de las mismas se ve marcado por la ropa de lugares exóticos. Así vemos en la exposición túnicas, chilabas, abayas, casacas, capelinas y hasta kimonos creados por Fortuny reinventado formas, colorido y decoración con el buen gusto y la delicadeza que le eran inherentes.

Capa corta con capucha de terciopelo de inspiración persa
Chaqueta de seda roja y dorada, lazos de satén azules y bordados en hilo metálico confeccionada con una falda china del siglo XIX

Todo el recorrido de la muestra está lleno de piezas únicas y maravillosas como el pañuelo Knossos en varios colores, una tradicional capa española negra y dorada, tejidos creados para los almacenes Babani y para la diseñadora Jeanne Lanvin, a la que este mismo museo ya dedicó una exposición. El granadino cuidaba hasta el más mínimo detalle en la creación y venta de sus productos de modo que también podemos encontrar las cajas de madera en que se enviaba el vestido Delfos, las témperas que Fortuny patentó y las planchas que empleaba su taller para los estampados.

El vestido Delphos se enrollaba y se enviaba a las clientas en una caja de madera tallada a mano
Vestido Delphos de la actriz Julia Bartet

Además de la belleza de las prendas, hay que destacar lo bien montada que está exposición y lo bonito de la decoración que, a ratos, parece que se trate de una escenografía de teatro. Hay baúles con muestras de tejidos, pinturas del propio Fortuny, accesorios y complementos, un enorme sofá tapizado en telas suntuosas para sentarse a escuchar música, objetos personales y cartas del diseñador, cuadernos del registro mercantil y una selección de vestidos de modistos posteriores (Valentino, Kenzo, María Monaci Galenga, entre otros) influidos por el buen hacer de Fortuny.

Al igual que su padre, Fortuny también pintaba

sábado, 4 de noviembre de 2017

Les Dilettantes, cata de champagne

En las últimas semanas, no he parado ni un minuto: exposiciones, salir con los amigos y mucho trabajo no me dejan tiempo para escribir por lo que tengo muchas entradas en el tintero virtual. Empezaré por publicar una cuya actividad se sale de lo corriente: una cata de champán. Un poco por casualidad encontré esta actividad en el Airbnb Events y allí nos fuimos un grupito de españoles que coincidimos con unos norteamericanos y una australiana. Las explicaciones, por tanto, fueron en inglés lo que nos vino muy bien porque lo tenemos oxidado.

Detalle de la bodega

Las organizadoras del evento son Las Diletantes, Fanny y Loreley, que nos recibieron con los brazos abiertos en su cava del barrio de Saint-Germain. Se trata de una bodega del siglo XVIII en la que encontrar una interesante selección de champagnes de cuatro terruños diferentes: Montaigne de Reims, Valée-La-Marne, Côtes des Blancs y Côtes des Bars. Además de tratarse de una bodega dedicada exclusivamente al champán, todos los caldos están realizados por pequeños productores y con uva recogida a mano para evitar los posibles deterioros de los procedimientos mecánicos. Las explicaciones recibidas durante la cata fueron breves pero muy interesantes. No se trata de un curso enológico sino una actividad para pasar un buen rato mientras se aprenden los conceptos básicos de esta bebida.
 
Muestrario de champagnes

Algunas ideas ya las tenía claras como, por ejemplo, que el mejor es el Brut Nature (el más seco), que cuanto más viejo es el champán, más finas son sus burbujas o que la producción se realiza, fundamentalmente, con las uvas Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier. Entre lo aprendido aquella tarde, he descubierto que cada tipo de champán necesita una copa diferente (flauta o contorneada, parecida a la de vino blanco), la importancia de la composición geológica del terreno en las propiedades de las uvas y que hay tres categorías en función de la edad del vino: Champagne, Premier Cru y Grand Cru. Nuestra anfitriona también nos regaló algunas explicaciones sobre la segunda fermentación del vino que es la que produce las burbujas y sobre la mejor forma de degustarlo: nada de moverlo, no se olfatea como el vino tinto pero sí se observa puesto que el color del líquido así como la forma y tamaño de las burbujas es importante para determinar la calidad del champán.
 
Empieza lo bueno

La degustación consistió en tres champagnes de tres lugares y características diferentes. Empezamos con un Blanc de Blancs, es decir, 100% Chardonnay, llamado Cazals muy fresco y con un toque cítrico. El siguiente fue otro Blanc de Blancs llamado Aspasie, ligeramente más seco y que recordaba el gusto de la manzana verde, con un punto especiado. El último fue Serveaux Fils realizado con uva Meunier, el más seco de los tres, que me recordó a frutos secos, pasas y un toque de ciruela.
 
Las botellas en orden de degustación

Un detalle que me gustó es que cada champán tiene una ficha donde se describen no sólo sus características sino también las de la bodega y de los productores, con foto incluida. Son las mismas fotos que se encuentran en el escaparate y que demuestran la cercanía y conocimiento de este negocio con los productos que venden y sus suministradores. La experiencia fue maravillosa y nuestras anfitrionas nos permitieron quedarnos hasta más tarde de la hora. Ya sé dónde voy a hacer mis compras de champagne esta Navidad.