domingo, 31 de enero de 2016

La semana de la Alta Costura de París

Del 24 al 28 de enero pasados se celebró uno de los acontecimientos más esperados de París: la semana de la Alta Costura. Aunque llego tarde a la noticia (no tengo la suerte de poder acudir a los desfiles así que tampoco podría contar nada interesante de ellos) sí me gustaría comentar qué es la alta costura y por qué la de París es la única del mundo.

Los ingleses crearon la industria textil durante la revolución industrial, los italianos reinventaron el diseño en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial y los neoyorkinos mercantilizaron el concepto de la moda. Pero los franceses siguen siendo los reyes del lujo. La alta costura no es un conjunto de desfiles con famosas en primera fila sino todo lo contrario: muy pocas celebridades se presentan en esta semana a dejarse ver. Por el contrario, quienes se sientan en los desfiles son compradoras y, muchas veces, ni siquieran vienen ellas sino que mandan a sus asistentes o estilistas. Dicen que sólo hay unos cientos de mujeres que compran este tipo de productos, tal vez unos pocos miles. En cualquier caso, la alta costura es lujo, exclusividad, imaginación y mucho, mucho trabajo.

Christian Dior presentó su colección en el Museo Rodin

Alta costura es cualquier prenda o complemento confeccionado y realizado en exclusiva para una persona y hecho completamente a mano con tejidos y materiales de lujo. De esta manera, un vestido realizado a mano por un diseñador, en exclusiva para una clienta, también será alta costura pero para participar en este evento hace falta mucho más. Aquí sólo pueden desfilar las marcas registradas en la Cámara Sindical de la Costura pertenenciente a la Federación Francesa de la Costura. Eso no significa que sólo puedan desfilar franceses: de hecho, cada vez hay más firmas extranjeras que desfilan en esta semana, algunas de ellas invitadas por la organización. La primera Cámara Sindical de la Costura y la Confección fue creada en 1858 por varios modistos que pretendían proteger sus diseños de las copias que otros realizaban. La peculiaridad de estos creadores es que no esperaban a tener una clienta para realizar un modelo sino que ellos creaban colecciones enteras de ropa y complementos que mostraban en desfiles a sus posibles compradoras. Una vez allí, éstas decidían el modelo que deseaban adquirir, el color, los tejidos y los detalles decorativos para personalizarlo a su gusto. El primero que utilizó esta forma de trabajar fue un inglés llamado Charles Frederick Worth que tenía su taller en París y que vendía sus diseños a clientas tan distinguidas como la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III de Francia, la emperatriz Isabel (Sissi) de Austria o grandes artistas como Sarah Bernhardt, Lillie Langtrie, Nellie Melba o Jenny Lind. Es por esto que se le considera el padre de la alta costura parisina. Y aunque hay otras ciudades del mundo donde también se celebran desfiles de alta costura, ninguna tiene la historia ni los requisitos que se exigen en París. De hecho, haute couture y couturier son denominaciones jurídicas protegidas por el Ministerio de Industria francés por eso no las puede usar cualquiera, tan sólo aquellos que cumplen las estrictas normas de la Cámara. Por otra parte, no todos los que las cumplen deciden crear alta costura y, mucho menos, desfilar. Ante los elevadísimos costes de producir dos colecciones de alta costura al año (primavera-verano y otoño-invierno), cada cierto tiempo llegan noticias de algún diseñador que ya no va crear más alta costura. En realidad, las marcas de moda ya no pertenecen a los diseñadores sino a grandes conglomerados empresariales que son quienes deciden la política a seguir. Como la alta costura no da beneficios por su propia naturaleza (entre 100 y 200 vestidos al año), los grandes capitalistas de la moda no quieren continuar con este negocio y prefieren invertir los ingentes recursos que conllevan estas colecciones en las líneas de negocio más rentables como el prêt-à-porter, complementos, marroquinería, joyería y, sobre todo, perfumería y cosmética.

 La Ópera Garnier fue el lugar elegido para el desfile de moda masculina de Dries van Noten

Como hemos visto antes, las condiciones para ser miembro de la Cámara son bastante difíciles de cumplir por eso cada año hay menos marcas inscritas en ella. Insisto en que la verdadera alta costura es un gran espectáculo y una preciosa carta de presentación de las empresas pero no es rentable. Las propias características del concepto lo convierten en inviable económicamente.

La primera de estas peculiaridades es la exclusividad ya que los diseños son hechos a medida para las clientas, es decir, además del modelo que se ve en la pasarela, se hace otro para la compradora y nada más. No se pueden hacer más unidades de un modelo determinado. La persona que adquiera la prenda tendrá derecho a tres citas con el taller para asentarla perfectamente a sus medidas. La exclusividad no sólo se refiere al diseño acabado sino también a los elementos que lo componen como los tejidos y materias primas. Los diseñadores crean una tela con unos dibujos, acabados, texturas, etc... y la encargan a su fabricante quien tiene prohibido comercializarlo a otras marcas y modistos durante varios años (estas condiciones están minuciosamente reguladas). Otro tanto para decoraciones como plumas, encajes, pedrerías... y todo aquello que salga de la imaginación del creador. Tanto es así que, antes de pasar a coser el modelo final, los diseñadores realizan unos prototipos llamados glasillas, con materiales más baratos como algodón, lino o incluso papel, del modelo. Los motivos son dos: no desperdiciar las lujosas y singulares telas y mantener el secretismo sobre la colección porque así evitan que las maniquíes sobre la que prueban el diseño pueda conocer todos los detalles del mismo y filtrar la información.

La segunda nota a tener en cuenta es el trabajo manual. Todo, todo, todo se hace a mano. Las únicas herramientas empleadas en la confección son las mismas que se usaban hace siglos: tijeras, agujas, pinceles... no hay nada mecánico. Hasta el último milímetro de tejido o accesorio está hecho a mano. Y no por cualquier mano. El preciosismo de los diseños exige unos artesanos bien formados, con un nivel técnico altísimo y con una destreza manual importante llamados en el argot, petites mains. No hay muchos que puedan desempeñar este trabajo y me imagino (y espero) que su salario se corresponda con su pericia y profesionalidad. Precisamente una de las obligaciones de las firmas de moda es que estos talleres artesanales con los que trabajan deben estar situados en París y tienen que emplear a un mínimo de 20 personas durante todo el año. Como una imagen vale más que mil palabras podéis ver un vídeo aquí que muestra el trabajo de las costureras, auténticas artistas, de Chanel.

Esto me lleva a la tercera circunstancia, ciertos deberes de organización y trabajo para obtener un resultado final. Como la alta costura está protegida por ley, este resultado deben ser dos presentaciones al público (los famosos desfiles) al año, con 25 diseños de día y 25 de noche, celebradas en edificios singulares de París como museos, hoteles o el Grand Palais. A diferencia de una feria normal o de algunas pasarelas de moda, la Semana de la Alta Costura no se puede realizar en un recinto ferial concreto elegido por el organizador de la muestra sino que cada firma elige el lugar que quiere, a cuál más bonito, y monta en él la escenografía que desea. Además de los archiconocidos desfiles de alta costura femenina que despiertan tanta expectación, hay un día dedicado a los desfiles de alta costura masculina (sí, también existe). Aparte de las marcas de ropa, también realizan sus presentaciones en esta semana varias firmas de complementos y de joyas que, por supuesto, también tienen sus propias normas reguladas por la Cámara.


Versace montó un espacio cerrado en la plaza Vendôme

Y si en la alta costura hay una reina, ésa es Chanel. La maison por excelencia, la marca que modernizó el lujo, la empresa de la revolucionaria de la moda. Decir Chanel es decir lujo y elegancia pero también independencia. La gran dama de la moda cambió por completo el concepto de la elegancia basándola en la sencillez de líneas y la pureza de los cortes, en rebeldía contra las mujeres de la época que, según ella, se vestían como pavos reales. Quería que las mujeres tuvieran libertad de movimientos y fueran independientes como ella misma. De ahí que fuera de las primeras en vestirlas con pantalones y en cortarles el pelo casi como los hombres; también sentó las bases del imprescindible traje de chaqueta y empezó a vender bisutería tan lujosa (casi) como la joyería. Pero Chanel también es independencia creativa y económica porque es la única, o de las pocas grandes firmas de moda, que no pertenece a un gran grupo empresarial. De ahí que sus decisiones no se tomen meramente desde el punto de vista mercantil, de hecho, Chanel no vende sus productos por internet, ni siquiera los cosméticos: imagino que la accesibilidad de un click no se corresponde con el concepto de lujo y exclusividad que representan. Por supuesto, los desfiles de alta costura de la marca son los más esperados y la marca es consciente de su poder de atracción y de su situación icónica dentro del sector. Su director creativo, Karl Lagerfeld lo tiene claro: «La alta costura pervivirá mientras Chanel siga en pie» dijo recientemente. Este año, el káiser de la moda se ha puesto ecológico y ha hecho desfilar a sus modelos por una pasarela realizada con productos reciclados y por una casa de madera 100% sostenible: una imagen muy escandinava y austera donde todo el barroquismo recaía en los diseños y en el Grand Palais que la albergaba. Maravillosas prendas en una puesta en escena elegante y bonita, sencilla en sus formas pero lujosa en sus detalles. Muy Chanel.

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La foto la he sacado de aquí


sábado, 30 de enero de 2016

François Mitterrand, el hombre de los mil secretos

En las últimas semanas, han aparecido en las librerías varias obras sobre François Mitterrand quien fuera presidente de la República Francesa durante catorce años (1981-1995): biografías, colecciones de artículos, ensayos sobre sus ideas, sus decisiones y opiniones... imagino que preparando el terreno ya que este año se cumple el centenario de su nacimiento y el vigésimo de su deceso. Además, la tele pública francesa emitió recientemente un documental sobre él centrándose en un aspecto fundamental de su vida y de su trayectoria como presidente: la mentira.

A lo largo de sus 14 años como presidente, Mitterrand ocultó varios aspectos de su vida siendo el principal de todos ellos su propia salud. Con el testimonio de su médico personal, de periodistas y de antiguos colaboradores suyos, el documental La maladie au secret va desgranando, de forma cronológica, el avance del cáncer y de cómo el presidente y su equipo establecieron un pacto de silencio sobre la enfermedad. La acción empieza el mismo 10 de mayo de 1981, el día en que se celebró la segunda vuelta de las elecciones en las que Mitterrand se alzó con la presidencia de la República. En ese momento, sufría dolores de espalda pero Mitterrand siguió adelante sin preocuparse. Sólo seis meses después de jurar el cargo, los médicos le diagnosticaron cáncer de próstata y metástasis ósea. La preocupación no se centraba sólo en la enfermedad en sí sino, sobre todo, en la posible opinión negativa hacia un presidente enfermo. No hacía muchos años, Georges Pompidou había fallecido en el cargo tras haber ocultado una enfermedad que ya conocía antes de acceder a la presidencia. Unas semanas más tarde de conocer su situación, Mitterrand declaró en una entrevista, con un cinismo digno de estudio, que estaba aquejado de un simple lumbago.

Pero el deterioro de su salud no había hecho más que empezar. Cuando sólo llevaba un año en el cargo, mayo de 1982, sufrió una embolia atajada a tiempo por la rápida actuación de su médico personal, el doctor Claude Gubler. A pesar de haberle previsto una esperanza de vida de apenas cuatro meses, Mitterrand no sólo se recuperó sino que mejoró ostensiblemente su bienestar general. Tanto, según el documental, que en cierto modo olvidó que estaba enfermo. El doctor Gubler se ocupaba de su salud los 365 días del año tanto en Francia como en sus viajes al extranjero. Así aguantó su primer septenio de mandato ocupado en sus tareas presidenciales y evadiéndose de su realidad física. Una de sus actividades preferidas era visitar la cripta de Taizé y es que, a pesar de ser agnóstico, era gran amigo del abad de Taizé y solía pasar horas enteras allí reflexionando y meditando. Además, también ocupaba sus ratos libres visitando el apartamento que ocupaba su compañera sentimental Anne Pingeot, conservadora del Museo de Orsay, con quien tuvo una hija llamada Mazarine. En aquellos momentos, Mazarine era sólo una niña que con su alegría infantil ayudaba a su padre a sobrellevar la enfermedad. Éste es el otro gran secreto de Mitterrand: a pesar de llevar décadas casado con Danielle, con la que tenía tres hijos, nunca se divorció de ella sino que mantuvo su relación con Pingeot paralelamente a su matrimonio. Pero que nadie sienta lástima por Danielle ya que, mientras su marido llevaba esta doble vida, ella trajo a su amante, que era también su entrenador personal, a vivir a casa.



Las novedades editoriales sobre Mitterrand


Sin empeorar aparentemente, llegó el final de su primer mandato con las energías renovadas y la ilusión por conseguir la reelección. El poder pasó a ser la mejor terapia para Mitterrand y así programó la campaña electoral de mayo de 1988 sin consultar con su médico. Algunos actos populares en los que se mostraba pletórico no hacían presagiar lo que ocurriría después. Resultó reelegido pero la enfermedad seguía avanzando y esta vez los síntomas eran demasiado evidentes para negarlos. A finales de julio de 1990, el Elíseo publicó un comunicado sobre el deterioro de salud del Presidente y éste incluso se planteó dimitir pero rechazó la idea puesto que Francia se había embarcado, junto con otros países, en la Guerra del Golfo Pérsico. Comenzó a verse cansado, sin la energía que le caracterizaba, y los tratamientoa médicos no funcionaron de manera que se decidió que se sometiera a una operación en agosto de 1992 aunque Mitterrand decidió aplazarla a septiembre ante la inminente celebración del referéndum sobre el Tratado de Maastrich en el que, según las encuestas, parecía que iba a ganar el no. El presidente se volcó en la campaña a favor del sí y participó en un programa televisivo de más de tres horas dando toda clase de explicaciones sobre el tratado en cuestión y debatiendo con varios periodistas y otros escépticos al tratado. Fue operado de cáncer de próstata para extraerle un adenocarcinoma y la prensa alabó la transparencia de su gabinete. ¡Qué ironía! Cuatro días después de salir del hospital, se celebró la consulta sobre Maastrich y el sí ganó por un estrecho margen en unas de las elecciones con menor participación de la historia.

A pesar de no querer que la gente lo viera como un enfermo y de retomar sus actividades inmediatamente, Mitterrand no pudo evitar que en su partido comenzara la guerra por la sucesión. Además, el suicidio de su ex-primer ministro Pierre Bérégovoy, tras verse involucrado en un caso de corrupción sin pruebas concluyentes, le conmovió de manera muy profunda. El documental elucubra sobre si en ese momento Mitterrand empezó a ser consciente de la cercanía de la muerte y de la debilidad humana. Lo que sí es cierto es que faltaba poco más de un año para el final de su segundo mandato y empezó a mostrarse en público cansado y debilitado mientras, en privado, se sentía cada vez más asustado por la enfermedad: cambió de médico, empezó a visitar a un homeópata, a recibir tratamientos de medicinas alternativas... El pueblo se preocupaba también por la salud de su presidente ya que, en Francia, el jefe de Estado es el encargado de la política internacional lo cual le obliga a viajar a menudo y Mitterrand empezó a estar indispuesto para tales funciones. Como mazazo final y en plena decadencia física y anímica, en enero de 1994, se publicó el libro Une jeunesse française de Pierre Péan en el que se revelaba su pertenencia a la Cagoule, una organización terrorista de extrema derecha, y su apoyo a la Francia de Pétain durante la Segunda Guerra Mundial. Acudió a un programa de televisión para dar explicaciones sobres estos hechos en una larga entrevista con el periodista (judío sefardí para más señas) Jean-Pierre Elkabbach pero dio claros síntomas de cansancio físico y mental: ya no era el Mitterrand astuto e incisivo en sus respuestas, aquél que controlaba las entrevistas, sino un señor un poco perdido en sus débiles argumentos de un supuesto desconocimiento de la realidad de la época por su parte y por la del resto de franceses. A partir de ahí, su declive era indisimulable en lo personal y en lo político. De hecho, sus últimos meses en el cargo fueron un gobierno de cohabitación presidido por Jacques Chirac, quien aprovechó esta debilidad para realizar políticas totalmente contrarias a las que siempre había defendido Mitterrand y que sería su sucesor en la presidencia. Realizó el traspaso de poderes tras las elecciones de 1995, su último acto público, en el palacio del Elíseo y, a continuación, acudió a la sede del Partido Socialista en la calle Solférino para dar su último discurso a sus compañeros. Murió el 8 de enero de 1996 y no faltan los que dicen que se le practicó la eutanasia a petición propia.

Fue uno de los constructores de la Unión Europea, una de las personas más influyentes en política internacional de su época, responsable directo del fin de la guerra fría y de la caída del comunismo, un líder nato para su país, un hiperactivo presidente que cambió Francia con sus decisiones y sus políticas y, para muchos, el último monarca absoluto que ha tenido Francia. Pero también un gran manipulador, un ocultador de la realidad (cachotier se dice en francés), un hombre ambicioso y poderoso, un encantador de serpientes, capaz de pactar con dios y con el diablo. Un hombre del que, veinte años después de su muerte, todavía no se conocen todas sus facetas.

También la prensa repasa la trayectoria política y vital de Mitterrand

 Más libros

lunes, 25 de enero de 2016

Fragonard y la seducción

Hace un mes entero que no escribía en el blog. No sabéis cuánto lo echaba de menos pero entre el trabajo, un viaje a España para visitar a mi familia y problemas técnicos con mi ordenador, me ha resultado imposible. Pero aquí estoy otra vez porque tengo muchas cosas que contar.

Empezaré con algo agradable: la exposición que el museo Luxemburgo ha dedicado a Fragonard. Reconozco nada más empezar que ni Frago, como se le llama en los carteles explicativos, ni el rococó me gustan especialmente. Su estilo me parece cursi, lleno de colores pastel y formas redondeadas. Para colmo, la exposición trata el tema del libertinaje y el galanteo por lo que se han seleccionado aquellas obras más picantes, sensales y eróticas. Por momentos, tenía la impresión de que todas las piezas expuestas eran obra de un salido por tanta exhuberancia, erotismo y afectación. La mayor parte de la muestra son cuadros y grabados en los que se ven a hombres y dioses en actitud afectiva y sexual: escenas de juegos campestres, otras inspiradas en las novelas pastorales o en el amor cortés, mitos de la antigüedad... la sensualidad y el amor físico son los protagonistas absolutos de la exposición. Cabe añadir como nota importante que los carteles explicativos son breves, claros y concisos de manera que explican las obras escuetamente sin resultar redundantes. Uno fue especialmente interesante, el relativo a la obra que aparece en el cartel, en el que se trata el tema del asalto y la violación que nada tienen que ver con la galantería y el libertinaje de los que no se deja de hablar en ningún momento. Pero, sin duda, la sección más importante y muy distinta del resto de la exposición es la relativa a la lectura entendida como pasatiempo y como instrumento para distraer la moral. Coincidente en el tiempo con la publicación de La Nueva Eloísa de Rousseau y Las amistades peligrosas de Chordelos de Laclos, Fragonard nos muestra cómo las novelas de intriga galante fueron causa y manifestación de la relajación de las costumbres entre los nobles y la alta burguesía. La generalización de la alfabetización y de la lectura entre las clases pudientes hizo que muchas jóvenes se descarriaran intentando imitar a sus heroínas literarias por lo que resulta extraño que la muestra no haga ninguna mención a la censura, desagradable consecuencia que los vigilantes de la moral desarrollaron para impedir esta sociedad letrada y libertina. A nivel personal, esta exposición no me gustó demasiado y creo que me podría haber evitado los 12 eurazos que cuesta la entrada. Como he dicho, salvo la parte dedicada a la lectura en su obra, la exposición resulta bastante repetitiva y cursilona.

Cartel de la exposición

Por otro lado, me gustaría comentar un asuntillo al que llevo dando vueltas desde hace tiempo. Ya sabemos que el sexo vende pero en los últimos años en París son un montón las exposiciones que versan sobre este tema y sus diferentes aspectos: kamasutra, shungas y las exposiciones para mayores de edad del Orsay sobre sadismo, desnudos y prostitución. Tal vez sea gancho comercial, tal vez sea obsesión de los comisarios y administradores de los museos o tal vez falta de ideas, lo que está claro es que el sexo y sus múltiples facetas son una fuente inagotable de exposiciones pero ¿de verdad no hay nada más? ¿No se pueden tratar más temas o, al menos, no tratar el mismo con tanta asiduidad? ¿Es ésta una mera coincidencia o se han puesto de acuerdo entre ellos? París siempre ha sido el modelo de ciudad libre, avanzada a su tiempo y desprejuiciada respecto al sexo pero ¿es ésa la imagen que quieren dar? ¿la única faceta a destacar? Es que, al final, el resultado parece el contrario: una ciudad pacata que trata el sexo y lo relativo a él como algo escandaloso en lugar de ser algo natural y saludable. Sólo nos queda esperar a la temporada de otoño para ver si la tendencia continúa o remite.