Miniatura de la Ópera de París
Grabados de la decoración del edificio
Miniaturas de escenarios
En
1860 se convocó, por primera vez, un concurso de ideas del que se
seleccionaron cinco proyectos de entre 172 propuestas. En la fase final
del concurso
fue elegido por unanimidad un joven desconocido e inexperimentado
Charles Garnier de 34 años. Fue tan inesperado su triunfo que tuvo que
montar una oficina con un grupo de arquitectos, ex-compañeros de la École de Beaux Arts
de París, porque no tenía estudio propio. El proyecto de Garnier fue
escogido por delante del de Violet-le-Duc, el restaurador de la catedral
de Notre-Dame y de la ciudadela de Carcasona, que era el favorito de la
emperatriz Eugenia y del proyecto del arquitecto Charles Rohault de
Fléury, encargado del Teatro de la Academia, la ópera de entonces. El
barón Haussmann, urbanista de París, eligió el lugar a poca distancia
del Louvre y arrasó 12.000 m² de extensión en una zona que, podríamos decir, no era la más indicada para tan magna obra.
Los trabajos se prolongaron durante 15 años en los que pasó de todo: los cimientos eran tan profundos que, al excavar, se encontró una corriente de agua subterránea lo que dio lugar al mito, que aún perdura, de que hay un lago debajo del edificio. Al inicio de las obras, la emperatriz preguntó al arquitecto cuál era el estilo del teatro y éste respondió que sería estilo Napoleón III: lo que no sabía Garnier es que el emperador nunca llegaría a inaugurarla. Las obras se interrumpieron durante la guerra Franco-Prusiana, durante la Tercera República y durante la Comuna de manera que muchos pensaron que se cancelaría para siempre la construcción. Pero un incendio que devastó el Teatro de la Academia hizo que se reanudaran las obras a buen ritmo de modo que la Ópera se inauguró oficialmente el 5 de enero de 1875. Como anécdota, en dicha inauguración no invitaron al arquitecto, que había dado 15 años de su vida al edificio y quien tuvo que pagar su propia entrada. C'est pas possible! Aún así Garnier recibió una gran ovación al final de la prémiere.
No era para menos, ya que es un edificio magnífico e imponente, de volúmenes pronunciados, deslumbrante policromía y referencias decorativas del Renacimiento y el clasicismo aunque no pertenece a ninguna escuela arquitectónica definida. Si hubiera que darle un nombre a su estilo sería neobarroco, al menos, en el exterior. Por el contrario, en su construcción se emplearon las más modernas técnicas de la época, en especial, en su estructura de cemento y metal. En la misma, actuó como ayudante de Garnier, un joven ingeniero llamado Gustave Eiffel. ¿Os suena?
Por supuesto, a lo largo de todos estos años, la Ópera ha sufrido modificaciones y reformas para adaptar las instalaciones eléctricas y de fontanería, crear salidas de emergencia, adecuar los espacios a las demandas de la escuela de ballet... Una vez inaugurada la Ópera de la Bastilla, el Palacio Garnier sufrió una profunda restauración para mejorar nuevamente la instalación eléctrica, reforzar la estructura, repintar la decoración y modernizar la tramoya. Aunque ningún arreglo ha sido tan controvertido como las pinturas de Marc Chagall de 1964 para adornar el fresco de la cúpula del teatro. Chagall recibió el encargo del ministro de Cultura, André Malraux, y sustituyó el fresco original de Lenepveu. Además del contraste entre lo moderno y lo clásico, el debate público también trató el hecho del cierre del teatro durante meses para pintar el plafón. Si el fresco queda bien o no, podéis juzgarlo vosotros mismos y compararlo con la obra anterior de la que también dejo foto. Es cierto que los vivos colores y el fondo blanco contrastan con el resto de la sala decorada en tonos burdeos y dorados. En el centro del plafón se encuentra una inmensa lámara de araña, diseñada por el propio Garnier, de ocho metros de longitud. Está sujetada por ocho cabes de hierro de manera que sería casi imposible que se cayera sobre los espectadores aunque sí es cierto que en una ocasión, en 1896, se cayó un contrafuerte lo que provocó la muerte de una de las empleadas de la ópera. Esta desgracia sirvió de inspiración para la obra El fantasma de la Ópera de Gaston Leroux, cuya trama se desarrolla en el edificio.
Los trabajos se prolongaron durante 15 años en los que pasó de todo: los cimientos eran tan profundos que, al excavar, se encontró una corriente de agua subterránea lo que dio lugar al mito, que aún perdura, de que hay un lago debajo del edificio. Al inicio de las obras, la emperatriz preguntó al arquitecto cuál era el estilo del teatro y éste respondió que sería estilo Napoleón III: lo que no sabía Garnier es que el emperador nunca llegaría a inaugurarla. Las obras se interrumpieron durante la guerra Franco-Prusiana, durante la Tercera República y durante la Comuna de manera que muchos pensaron que se cancelaría para siempre la construcción. Pero un incendio que devastó el Teatro de la Academia hizo que se reanudaran las obras a buen ritmo de modo que la Ópera se inauguró oficialmente el 5 de enero de 1875. Como anécdota, en dicha inauguración no invitaron al arquitecto, que había dado 15 años de su vida al edificio y quien tuvo que pagar su propia entrada. C'est pas possible! Aún así Garnier recibió una gran ovación al final de la prémiere.
No era para menos, ya que es un edificio magnífico e imponente, de volúmenes pronunciados, deslumbrante policromía y referencias decorativas del Renacimiento y el clasicismo aunque no pertenece a ninguna escuela arquitectónica definida. Si hubiera que darle un nombre a su estilo sería neobarroco, al menos, en el exterior. Por el contrario, en su construcción se emplearon las más modernas técnicas de la época, en especial, en su estructura de cemento y metal. En la misma, actuó como ayudante de Garnier, un joven ingeniero llamado Gustave Eiffel. ¿Os suena?
Por supuesto, a lo largo de todos estos años, la Ópera ha sufrido modificaciones y reformas para adaptar las instalaciones eléctricas y de fontanería, crear salidas de emergencia, adecuar los espacios a las demandas de la escuela de ballet... Una vez inaugurada la Ópera de la Bastilla, el Palacio Garnier sufrió una profunda restauración para mejorar nuevamente la instalación eléctrica, reforzar la estructura, repintar la decoración y modernizar la tramoya. Aunque ningún arreglo ha sido tan controvertido como las pinturas de Marc Chagall de 1964 para adornar el fresco de la cúpula del teatro. Chagall recibió el encargo del ministro de Cultura, André Malraux, y sustituyó el fresco original de Lenepveu. Además del contraste entre lo moderno y lo clásico, el debate público también trató el hecho del cierre del teatro durante meses para pintar el plafón. Si el fresco queda bien o no, podéis juzgarlo vosotros mismos y compararlo con la obra anterior de la que también dejo foto. Es cierto que los vivos colores y el fondo blanco contrastan con el resto de la sala decorada en tonos burdeos y dorados. En el centro del plafón se encuentra una inmensa lámara de araña, diseñada por el propio Garnier, de ocho metros de longitud. Está sujetada por ocho cabes de hierro de manera que sería casi imposible que se cayera sobre los espectadores aunque sí es cierto que en una ocasión, en 1896, se cayó un contrafuerte lo que provocó la muerte de una de las empleadas de la ópera. Esta desgracia sirvió de inspiración para la obra El fantasma de la Ópera de Gaston Leroux, cuya trama se desarrolla en el edificio.
Las Musas y las Horas del día y de la noche, la pintura original
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