jueves, 27 de diciembre de 2018

La Cenerentola

Aunque llevo mucho retraso con las entrada del blog, no puedo dejar de actualizarlo con algunos de los momentos más importantes que mi agenda ha vivido en los últimos días. El pasado 3 de diciembre volví a mi querida ópera Garnier a ver otra ópera. Me arriesgué a coger un billete para el palco central que es grupal y la jugada no me salió del todo bien. Por suerte, a mi lado no había nadie y pude moverme en el segundo acto al asiento de al lado. Algo que me llamó la atención es que la gente llega tarde al espectáculo y lo peor es que les dejan entrar lo que es muy molesto y no permite meterse en la historia. Por suerte, ésta no es demasiado complicada. Todo el mundo conoce la historia de la Cenicienta sólo que el maestro Rossini pidió a su libretista, Jacopo Ferretti, que prescindiera de todos los elementos sobrenaturales de la historia y que equilibrara las voces para poder reciclar la partitura de El Barbero de Sevilla que el genio de Pésaro había estrenado seis meses antes. En efecto, la construcción, la armonía vocal e, incluso, algunos de los números son los mismos que en El Barbero, como si se tratara de dos óperas simétricas o de una fotografía y su negativo.

El programa, la entrada y mis gemelos

Como digo, hay algunas diferencias con la historia original: en lugar de un hada madrina hay un sabio maestro del príncipe, en lugar de perder un zapato Cenicienta entrega un brazalete, la madrastra se convierte en padrastro y, sobre todo, hay un juego de máscaras porque el príncipe se hace pasar por escudero y el mayordomo por príncipe. De esta manera, el príncipe en las ropas de un lacayo se enamora perdidamente de una modesta joven que, en apariencia, es una criada. Luego descubriremos que es una noble esclavizada por su malvado padrastro y sus desustanciadas medio hermanas.

Mi butaca

Aunque se trata de un cuento de amor y bondad, la puesta en escena ideada por Guillaume Gallienne fue sórdida, oscura y cutre. Aunque la dirección actoral tuvo puntos muy interesantes, cuando Don Magnifico, el padrastro, dice que su palacio está en ruinas no puede ser más explícito. Todo está en ruinas. En teoría, la acción se desarrolla en Salerno, ciudad cerca de Nápoles, y la verdad es que parece que tal sitio haya sido tomado por la Camorra, la mugre y un terremoto, todo a la vez. Me gustaron algunos detalles como la aparición de un montón de mujeres vestidas de novia ante el anuncio del baile organizado por el Príncipe Ramiro y el movimiento de dichas figurantes durante varios pasajes de la obra pero el resto no había por donde cogerlo: la Cenicienta vestida con harapos a medio camino entre una santa eremita y una troglodita, el barón Don Magnifico que ha pasado la noche con una lumi, Dandini vestido de gángster de Chicago... hasta el príncipe aparece con una férula de madera en una pierna. Se supone que en la obra viene de un viaje de placer, no de la guerra. No sé si trata de una metáfora para decirnos que los príncipes azules ya no son lo que eran.

Los solistas de la obra

El director de la noche fue Evelino Pidò al que ya oimos aquí. La orquesta sonó correcta, sin más. Y es una lástima porque esta ópera es preciosa y se le podría haber sacado más enjundia. El coro dirigido por José Luis Basso estuvo fenomenal como siempre. Aunque se trata de una obra maestra del bel canto, no todo lo que se oyó esa noche lo fue. nada que objetar a la maravillos Marianne Crebassa a la que vi por primera vez en un rol femenino después de haberla visto como Sesto y como Orphée. Esta cantante está llegando a la plenitud de su carrera con una voz estupenda, una técnica depurada y una interpretación teatral mucho más depurada. Su voz sonó más acontraltada que nunca (recordemos que el papel es para una contralto pero lo interpretan mezzosopranos por la escasez de las primeras) y tanto en el aspecto vocal como dramático se le vio y oyó madura y bien asentada. ¡Brava!

El reparto, en el centro la protagonista, recibe los aplausos del público

Ya había visto a Lawrence Brownlee como el Ernesto del Don Pasquale pero esta vez me decepcionó un poco y parecía mimetizarse con sus compañeros de reparto por lo que cantó muy bien su dúo de amor con la protagonista (que nadie aplaudió, por cierto, aunque fue lo mejor de la noche) pero estuvo regular en su aria del segundo acto y bastante mal en su dúo con Dandini, el maravilloso Zitto, zitto... literalmente callado, callado... en el que daba ganas de que se callaran, la verdad.

¿Y de quién se contagió Brownlee? De Florian Sempey, el Dandini de la noche. Después de una actuación magnífica en Les Huguenots, esta representación cantó muy mal. Sus agilidades sonaron ortopédicas, su vibrato estuvo descontrolado y su interpretación fue grotesca aunque no sé hasta qué punto esto último fue culpa suya o del regidor. En su primera aria, cuando canta que es como una abeja yendo de flor en flor, más parecía un elefante sentándose encima. En cualquier caso, estuvo muy mal pero fue el más aplaudido de la noche. O bien, los papeles pesados están haciendo mella en su instrumento o por su propia evolución ha perdido la frescura. En cualquier caso, el cambio se ha producido en poco tiempo porque fue el Malatesta del citado Don Pasquale y lo cantó bien.

El director y el reparto

En las raídas ropas de Don Magnifico se encontraba el veterano Alessandro Corbelli, un bajo buffo experimentado y cumplidor aunque la representación que yo vi fue la última porque tuvo que ser sustituido por otro en las siguientes funciones. Cantó bien porque tiene mucho oficio pero su papel tuvo poco de magnífico ya que además de ir vestido como un dominguero de playa, silla de lona y metal incluida, a sus años ir caminando por un suelo acolchado no es lo más recomendable.

Bastante bien el bajo Adam Plachetka con una voz bonita y un temple que le va fenomenal al papel y uno de los pocos bien vestidos de la noche. Las hermanas tontas de Cenicienta corrieron a cargo de Chiara Skerath e Isabelle Druet, mejor la primera que la segunda.

El reparto saluda

De momento, puedo decir que el palco central y sus sillas altas me pareció incómodo y muy caro para la visibilidad que se tiene. Además, el hecho de que dejen entrar gente con la función ya empezada es inadmisible en un teatro de esta categoría. Tampoco entendí muy bien las reacciones del público aplaudiendo malas actuaciones y callando ante los mejores momentos. No sé si porque estaba lleno de guiris que van por vivir la experiencia de una ópera en Garnier o porque los aficionados no tienen ni idea. Entre unas circunstancias y otras, no disfruté demasiado del espectáculo. En fin, ésta no fue mi gran noche.

 Mi entrada y el libreto


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