Sin duda, hay un lugar privilegiado para las vidrieras de las iglesias. En ellas, la luz es la imagen de Dios; la luz y calor que entran en la iglesia son la luz y el calor divinos. Ya lo dice el Génesis: "Y se hizo la luz". Además, estas vidrieras eran la mejor vía para mandar mensajes a un pueblo que en su mayoría era analfabeto ya que sus imágenes permitían una labor pedagógica y hasta política. No se puede entender el desarrollo de las técnicas cristaleras sin entender el avance de la arquitectura. La nueva labor constructora permitió aligerar los robustos muros románicos y abrir vanos en ellos cada vez más grandes. Estos huecos se fueron llenando de cristal cada vez más bonito y elaborado, en diferentes colores y formas componiendo auténticos caleidoscopios. A ello hay que añadir que los cambios en la entrada de luz, según el tiempo meteorológico o en las distintas fases del día, modificaban los colores y la imagen percibida de las vidrieras. Las técnicas de elaboración de las vidrieras se pueden separar en dos grupos: las de imágenes pintadas directamente sobre el vidrio, caso de varias escuelas italianas, o las de vidrio coloreado con metal.
Fragmentos de vidrieras del siglo XI
Es bastante curioso ver cómo la iglesia fue una de las grandes beneficiadas del desarrollo de este arte cuando, paradójicamente, fue el contacto con culturas musulmanas el que permitió mejorar el trabajo. Por eso, uno de los lugares más renombrados en la artesanía vidriera fue Venecia, importante plaza de intercambio comercial y cultural con el Imperio Otomano y otras civilizaciones de Oriente. Todavía hoy perdura la tradición cristalera artesanal de la ciudad de los canales y los turistas actuales no se resisten a comprar en sus tiendas y talleres. Pronto, los artesanos venecianos empezaron a crear todo tipo de objetos realizados en cristal, desde vajillas a bisutería y jarrones o espejos decorativos, para satisfacer las demandas de los refinados clientes de la ciudad. Si los venecianos eran reputados por sus vasos esmaltados, los artesanos del norte de Francia se hicieron famosos por la creación de los verres à tige, es decir, vasos con pie, o copas. Fue gracias a la pericia en el trabajo del vidrio que éste acabó convirtiéndose en el material de los enseres para comer y beber sustituyendo los vasos y platos de metales pesados (estaño, plomo, plata...) que eran tóxicos. Nunca seremos conscientes de la cantidad de vidas que este hecho ha podido salvar.
Piezas del hnefatafl, juego vikingo, Suecia siglo IX
Pero el cristal también tuvo una parte menos estética y más práctica. Pronto se convirtió en un material al servicio de trabajos de precisión y de las ciencias que empezaban a despuntar. Así se crearon vasos y pipetas que servían a los médicos para hacer diagnósticos, alambiques utilizados por los boticarios y espejos y lentes que ayudaban a la lectura, como las gafas que hacen su aparición en el siglo XIII.
Espejo parabólico, Imperio Germánico, en torno a 1500
La exposición contiene también pinturas, grabados y dibujos en que se muestran estos objetos y libros y pergaminos que explican el arte de la cristalería y su uso en ciencias y medicina. Un total de 230 obras se reúnen aquí para comprender los usos del
cristal a lo largo de toda la Edad Media. Una exposición muy interesante y bonita.
Misal franciscano del siglo XV
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