lunes, 25 de febrero de 2019

El año del Cerdo

Un año más vuelvo a mi cita con el desfile del Año Nuevo Chino. Afortunadamente, este año ha sido más vistoso y un poco más lucido que el del año pasado que, a mi juicio, marcó el punto más bajo de la decadencia de este acontecimiento.

Para empezar, vuelven a estar permitidos los petardos lo que hace más auténtico el espectáculo de los leones. El recorrido sigue siendo más corto que hace años pero, al haber más participantes, no se abren huecos entre los diferentes grupos que desfilan. Por suerte, además, dichos grupos han renovado algo sus espectáculos y animaciones de modo que no resulta repetitivo respecto a años anteriores. Parece pues que la comunidad asiática en París se ha tomado en serio lo de que el año del cerdo es el año de la prosperidad y la alegría. Por otro lado, es año de elecciones municipales por lo que quizá el Ayuntamiento y la Junta de Distrito hayan sido más generosos en sus contribuciones económicas.

Como decía, este 2019, el desfile ha sido más colorido y variopinto que los dos últimos aunque sin llegar al nivel del primero que vi en febrero del 2015. Os dejo con las imágenes.











lunes, 11 de febrero de 2019

Les Troyens: a la búsqueda de Italia

Pocas óperas son tan extrañas como ésta de Héctor Berlioz que ha programado el teatro de la Bastilla esta temporada. Los Troyanos, que el autor nunca llegó a ver representada, está dividida en dos secciones y cinco actos: de ellos, los dos primeros se desarrollan en Troya, en plena guerra contra los griegos y los siguientes en Cartago, a donde el general Eneas huye con sus hombres.

Es bastante raro que se represente ya que es muy larga y necesita un enorme plantel de primeras figuras. De hecho, en esta ocasión se ha representado con algunos cortes y el plantel elegido ha sufrido algunos cambios y cancelaciones. Nada sorprendente para una ópera tan compleja como intelectual. 


El programa

Ya que se trata de una obra de cinco horas, intentaré que mi crónica no sea tan larga como la ópera. Empezaré diciendo que la puesta en escena es una tomadura de pelo. La primera parte aún tiene un pase con un país en ruinas, azotado por la guerra y por su propio declive pero, a partir del tercer acto, se nos presenta una cutrísima residencia de combatientes que más bien parece un cruce entre residencia de ancianos no asistidos, sanatorio de personas con problemas psiquiátricos o centro de ocio de los años 50 con actividades propias de jardín de infancia, carteles de cartón y ropa de papel incluidos. Toda la escenografía es lamentable, así sin paliativos, no sólo la cutrez permanente, sino también la ridícula dirección actoral, la plana iluminación o el vestuario de baratillo. Lo peor de todo es que resulta casi imposible entrar en la historia. Por cierto, el perpretador se llama Dmitri Tcherniakov y es responsable de algunos sinsentidos que se han visto en otras casas de ópera europeas.

Cartel de la ópera

Con todo lo anterior, repito que costaba meterse en la historia, de sobras conocida por otro lado, así que me decidí a prestar atención a la orquesta que afrontaba el enorme reto de la difícil e historiada partitura. Para hacer frente a la misma, la orquesta contó con todos sus efectivos: tantos que nunca había visto tanta gente en el foso: no pude contar pero calculo que había entre 80 y 90 músicos, incluidas cuatro arpas y una quinta que sonó en el escenario. Hubo algunos pasajes maravillosos, llenos de lirismo, y las consabidas sorpresas de las óperas de Berlioz como espectaculares cambios de ritmo, frases insistentemente repetidas y solos emotivos, con mención especial al clarinetista solista que brilló especialmente en sus intervenciones. 

Escenografía de los dos primeros actos



Los troyanos salen a saludar

Por encima de la multitudinaria orquesta, sonaron las voces de las dos trágicas protagonistas: Cassandra y Dido, dos mujeres poderosas y valientes, vencidas por sus propios sentimientos. Ni que decir tiene que las dos acaban suicidándose. 

Como se trata de una ópera inspirada en la Eneida de Virgilio, el componente fatídico está muy presente y se repite a lo largo de la obra varias veces la frase "busca Italia" como un mantra que guía al héroe Eneas a salir de su arrasada tierra natal y, después, a abandonar su tierra de acogida y a su amada. La historia es muy bella, heroica y romántica pero con las escenas de geriátrico y los personajes jugando al ping pong, no llegué a sentirme conmovida.

Telón inspirado en la obra de Cy Towmbly quien también trató el tema de la toma de Troya en su obra

Y no es demérito de los artistas sobre el escenario. En la primera parte, Stéphanie d'Oustrac me sorprendió gratamente al representar una Cassandra grande, de bella y potente voz que iba más allá de la orquesta en ese teatro tan enorme. La mezzosoprano francesa tiene una voz carnosa y con personalidad y de los dos primeros actos fue la protagonista absoluta. Más aún, fue la gran triunfadora de la noche.

La estupenda Stéphanie d'Oustrac que interpretaba a Cassandra  

Más repartida está la atención del espectador en los otros tres actos pero, sin duda, la estrella es Dido. No puede ser de otra manera ya que es la reina, la gobernante que acoge a los troyanos partidos al exilio y la mujer que ve nacer el amor en su corazón después de varios años de viudedad. Aquí, el lucimiento fue para la bielorrusa Ekaterina Semenchuk, a quien ya vimos en el Trovador hace unos meses, en un papel mucho más acorde a su edad y personalidad. A pesar de los absurdos escenográficos, la mezzo se lució en los momentos más dramáticos del personaje así como en los más románticos. Se trata de una historia de amor de leyenda, mucho más que eso, una historia que ha llegado al mito. 

Una muestra de la puesta en escena de los actos dedicados a Cartago
Ekaterina Semenchuk fue la desdichada Dido

Entre los papeles masculinos, ensombrecidos por las voces femeninas, destaca el Eneas de Brandon Jovanovich. El tenor neoyorquino protagonizó este verano La Dama de Picas en el festival de Salzburgo, que fue retransmitida en streaming, donde estuvo algo gritón en el primer acto así que no esperaba mucho de él. Por suerte, me sorprendió gratamente porque, aunque no es un ejemplo de refinamiento, cantó bastante bien y su dúo con Dido estuvo fantástico. 

Eneas, a la búsqueda de Italia
El dulce y fiel Narbal

El otro tenor de la noche, el joven Cyrille Dubois, interpretó a Iopas, y fue muy aplaudido en su canción del quinto acto. Como el fiel Narbal, el barítono elegido fue Christian Van Horn, también muy correcto. En las ropas de Anna, la hermana de Dido, la mezzosoprano Aude Extrémo cumplió sobradamente con el papel. También es una mezzo, Michèle Losier, quien interpretó el poco lucido papel de Ascanio, el hijo de Eneas, por lo que la francesa parece abonada a los papeles de calzones como ya vimos aquí en el Benvenuto Cellini, otra obra de Berlioz. Me dejo en el tintero muchos otros artistas pero, al ser una ópera coral y de conjunto, no tuvieron un gran lucimiento.

El reparto sale a saludar
Los protagonistas de los tres últimos actos 
El reparto al completo

A modo de conclusión, podríamos decir que fue una noche tan compleja como la ópera que fui a ver: muy ambiciosa pero, a ratos decepcionante. Una lástima porque de verdad tenía muchas ganas de ver esta ópera. 

domingo, 3 de febrero de 2019

Tesoros de Kyoto

Con mucho retraso, os traigo una pequeña reseña de la exposición Tesoros de Kyoto que terminó el pasado 27 de enero y que tuvo lugar en el Museo Cernuschi en el marco del año Japonismes. Como vengo diciendo en mis últimas entradas, no tengo tiempo de casi nada de modo que fui a ver la muestra el último día.

Se trata de una exposición dedicada a la escuela Rinpa, que nace en 1615 cuando el shogun Tokugawa Ieyasu otorga al artista Kôetsu, calígrafo, ceramista y laqueador, el permiso para instalar una comunidad de artesanos en Takagamine, un pueblecito al norte de Kyoto. Durante los siguientes 300 años, los artesanos de la escuela Rinpa fueron conocidos por su actividad pictórica y también en la creación de objetos cotidianos, las llamadas artes aplicadas en madera, cerámica, papel y tela.

Los artistas de esta escuela no establecieron entre ellos el tradicional vínculo de maestro y discípulo sino una especie de relación espiritual y estética, sobre todo, a través de la apreciación de la belleza clásica. La contemplación de las obras de los predecesores y su reinterpretación pero siempre dentro del respeto a las técnicas y temas tradicionales permitieron la renovación de la estética Rinpa hasta l siglo XX.

La mayor parte de las obras aquí expuestas nunca han sido exhibidas al público ni han salido de Japón. Además de biombos, libros y pinturas en rulos de seda, la muestra contiene también estuches de caligrafía de cerámica, madera y piedra, bandejas, incensarios, braseros y abanicos. Muy interesantes son unos vídeos en los que se explica la elaboración de pinturas, pigmentos, pan de oro, tejidos y otros nobles materiales con los que los artesanos, todavía hoy, trabajan. Ésta es, sin duda, una exposición donde la belleza es el objetivo supremo.

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Mural que reproduce un dibujo de mariposas

Folleto de la exposición

Bandejas de cerámica con motivos florales