lunes, 31 de diciembre de 2018

Mayo del 68 francés y V: llega la calma

Muy modestamente y con bastante retraso respecto a la fecha que yo misma me había fijado, he ido desgranando algunas de las claves del famoso pero desconocido mayo francés del 68: primero descubrimos que comenzó en Nanterre y en marzo, después vimos el efecto de las movilizaciones y huelgas obreras, continuamos con la situación política y con el papel de la mujer en esos acontecimientos y ahora toca hablar del final del proceso y las consecuencias del mismo.

El desconcierto en el país era total: a finales de mayo, de Gaulle había huido del Elíseo en helicóptero y se había presentado en Alemania en el cuartel general de las fuerzas francesas en Baden-Baden y reunido en secreto con el general Massu probablemente para estudiar una posible movilización. Mientras su país se hundía, él estaba desaparecido o, peor, reunido en secreto con militares. Envalentonado con la situación de indignación ciudadana, el poderoso sindicato CGT rechazó los pactos de Grenelle y convocó una manifestación para el 29 de mayo que marchó desde la plaza de la Bastilla hasta Saint Lazare. Aunque se desarrolló sin problemas y participaron en ella más de 800.000 personas, sí que se notaba una tensión en el ambiente.

Foto de las huelgas de Renault de Roger-Viollet y Janine Niepce, expuesta en el Palais Royal

En un inesperado vuelco de la historia, a las 16:30 del 30 de mayo, de Gaulle lanzó un mensaje a la nación por la radio en el que fue muy tajante: “No me retiraré” dijo dejando claro que seguiría en el poder al que había llegado 10 años atrás. Si bien el poder de de Gaulle se tambaleó y los líderes de la oposición de izquierda se declararon dispuestos a asumirlo, el jefe de Estado declaró públicamente su inmovilismo y su ánimo de continuar al mando del país. Frente a los innumerables bloqueos de centros educativos, el paro generalizado de trabajadores y los problemas de suministro, el caos y el rechazo al presidente parecían asegurados. Pero ese último día del mes de mayo, en coincidencia con su discurso, una marea humana recorrió la avenida de los Campos Elíseos de París. Cerca de medio millón de hombres, mujeres, ancianos y jóvenes vestidos con los colores de la bandera francesa marcharon en masa para mostrar su apoyo a de Gaulle que se presentó como el garante del orden conservador contra la revuelta estudiantil y los comunistas (sic).

Diferentes retratos del decimonónico de Gaulle realizadas por Gilles Caron

Nada menos que el consejo de ministros lideraba la marcha y todo el mundo pensaba que el movimiento estaba por terminar. El hartazgo ciudadano era comprensible: no había gasolina, los bancos no funcionaban, no había azúcar, ni harina, ni otro bienes de primera necesidad...para las personas mayores era casi como durante la ocupación alemana. Por eso ese 30 de mayo en que se despertaron los sectores más tradicionalistas de Francia supuso todo un hito ya que se movilizó la derecha francesa por primera vez desde los disturbios de 1934. Con gran astucia, el Presidente recuperó el vocabulario de la Guerra Fría y jugó con los miedos de los sectores más conservadores del país al denunciar al Partido Comunista como el mayor adversario político y llamar a la unidad nacional frente a la confrontación como la que había tenido lugar precisamente en los años 30. Como gran efecto sorpresa, convocó elecciones legislativas para un mes más tarde en las que su partido obtuvo una cómoda mayoría.

Fotografías de Gilles Caron de las manifestaciones

Neutralizada la crisis y restablecido el orden social y económico, el balance del mayo del 68 resultaba positivo. Con los acuerdos de Grenelle, los salarios aumentaron (más de un 35% en el caso del salario mínimo) y se garantizaron ciertos derechos para los trabajadores, entre otros, la jornada de 40 horas semanales sin pérdida de salario, el acceso a contratos indefinidos para los trabajadores extranjeros, quienes encadenaban contratos temporales sin límite, y ciertas facilidades para la negociación entre empresas y empleados. Por otro lado, se otorgó mayor autonomía y representación estudiantil a las acartonadas universidades. Y a nivel político, la victoria en las legislativas del partido de de Gaulle fue más forzar la prórroga que un triunfo en sí. Un año más tarde, en junio de 1969, el presidente convocó un referendo sobre la regionalización que perdió estrepitosamente lo que le forzó a dimitir. Charles de Gaulle se retiró al campo y falleció en 1970. El mayo francés, por tanto, también participó en el proceso de poner fin al gaullismo histórico.

Si bien la sociedad francesa continuaba siendo bastante conservadora, sí hubo avances significativos en materia social durante los años siguientes, por ejemplo, se concedió el derecho al voto a los mayores de 18 años en 1974 y se despenalizó el aborto en 1975. Paradójicamente, muchos franceses piensan en la actualidad que aquellas reformas están vinculadas a los eventos pero, tan sólo con las fechas, ya se ve que no fueron consecuencias directas de las revueltas sino del propio avance de la sociedad. Muchos han querido ver en las movilizaciones de los chalecos amarillos, la continuidad de aquella mecha contestataria del 68 pero nada más lejos: desde el principio, este movimiento, que nació conservador pero que tenía reivindicaciones legítimas, se vio secuestrado por la ultraderecha.

El Ayuntamiento de Nanterre organizó actos durante todo el año para conmemorar las revueltas estudiantiles que comenzaron en su campus universitario

Desde hace años tenía mucha curiosidad de conocer un poco más y mejor qué era aquello del mayo parisino del 68 en que Francia vivió una revolución social y resulta que ni es en mayo ni parisino ni hubo ninguna revolución. Como dije antes de empezar esta serie de artículos, los franceses consultados tampoco parecen tener una idea muy clara de lo que fue y cuando me comentan algo, resulta que no tiene mucho que ver con los hechos acaecidos en aquellos días. Me ha resultado muy interesante aprender tantas cosas y, aunque sólo sea por la satisfacción personal, me ha encantado escribir estas entradas y poder terminarlas antes de que acabe el 2018.


sábado, 29 de diciembre de 2018

Simon Boccanegra

Si comenté que con La Cenerentola me llevé una decepción en fondo y forma, el pasado 10 de diciembre la sorpresa fue agradable. La obra en sí no me llamaba mucho la atención porque es una ópera muy densa, pesada y con gran contenido político. Al igual que El Trovador, Verdi convirtió en ópera otra obra de Antonio García Gutiérrez, Simón Boccanegra, aunque el libretista Piave aligeró la compleja y enrevesada trama. La obra fue un fracaso así que más de 20 años después, como en la propia historia de esta ópera, todo cambió y fue otro libretista, Arrigo Boito, quien hiciera algunas modificaciones más que sirvieron de base a la ópera tal como la conocemos. Desbrozar la trama no sirvió de mucho ya que la historia sigue siendo farragosa y poco comprensible para muchos aficionados, entre los que me incluyo.

Cartel anunciador

Aunque no es muy representada ni conocida, es una de esas óperas que siempre están presentes en los grandes teatros del mundo. Había visto esta obra en Youtube, pero lo que vi y escuché en Bastille fue algo absolutamente nuevo. En primer lugar, la puesta en escena de Calixto Bieito era un estreno mundial. También la encarnación del barítono Ludovic Tézier en el rol titular había sido muy publicitada y, para acabar, la dirección del maestro Fabio Luisi.

Todo el reparto y el director saludan 

La puesta en escena es bastante peculiar: hay una enorme estructura negra que parece ser el bastidor de un barco que va dando vueltas por el enorme escenario aunque en algunos momentos más parece un submarino. De hecho, la oscuridad es una de las constantes de la historia, tanto del personaje como de la trama y las intrigas. Ese aire sombrío se ve reforzado por las proyecciones en blanco y negro al fondo del escenario aunque como yo estaba en una de las últimas filas, arriba del todo en el teatro, no lo vi bien. Para ser Calixto Bieito, la escenografía resultó bastante elegante sin las estridencias y obscenidades habituales en él. A lo largo de toda la ópera, una actriz deambulaba por el escenario representando el recuerdo de María, la enamorada de Simón, hija de su archienemigo Fiesco. Especialmente sentimental resultó el final con los dos enemigos acérrimos abrazados en primer término y el resto del reparto contemplando la escena.

Los solistas reciben la ovación del público

El gran triunfador de la noche fue, sin duda, el barítono Ludovic Tézier quien se hizo cargo del protagonista mostrando su gran voz, su elegancia verdiana y una buena caracterización. Tan estupendo como la última vez que lo vi en Don Carlos, parecía que toda la representación estaba pensada para él. La madurez vocal y actoral que mostró casaba muy bien con la del propio personaje, el primer dogo de Génova, antiguo corsario, mandatario y personaje con muchas aristas en lo personal y en lo político. Un bravo para el francés, calificado ya por la prensa como el mejor barítono verdiano de la actualidad.

El protagonista recibe el aplauso del público

Como gran sorpresa para mí, el bajo Mika Kares al que ya vi en un papel menor en El Trovador, estuvo soberbio como Fiesco. Es raro ver en los papeles protagonistas de una ópera un barítono y un bajo pero quizá sea por la carga política o para mostrar el odio visceral que se tienen los dos personajes durante décadas. El finés cantó de forma muy elegante y convincente en todas las partes de su actuación: el padre que pierde una hija, el enemigo que jura venganza a su rival, el cabeza de familia que perdona al dictador en favor de la felicidad de su nieta... Tiene una voz poderosa, el acento verdiano y una dicción italiana perfecta.

El antagonista

El programa de mano

Como Maria/Amelia, la soprano italiana Maria Agresta estuvo muy bien cantando de una forma muy lírica. Ha sido criticada porque no es un ejemplo de refinamiento y su voz no es la más bonita pero hay que decir que su canto estuvo más pulido que de costumbre. Su personaje es el contrapunto sentimental y romántico y el único femenino en esta obra llena de política, intrigas y odios encallecidos. Especialmente bonita es la parte del dúo con Boccanegra y es que los dúos entre barítono y soprano como el que vimos en La Traviata o éste se encuentran entre lo más bello de la producción de Verdi.

La soprano

El enamorado de la joven, Gabriele Adorno, fue cantado por Francesco Demuro, un joven tenor que me gustó mucho con una voz potente y dentro del estilo noble que se le supone al personaje. Está muy bien descubrir jóvenes tenores con buena técnica y voz apropiada a los papeles que representan.

El enamorado Gabriele

En las ropas del desdichado Paolo, el barítono Nicola Alaimo cumplió con su papel aunque llevar un cubo de metal durante toda la obra le restaba credibilidad. Pietro estuvo encarnado por Mikhail Timoshenko, también muy bien. Una de las características que me gustaría destacar de esta representación es el equilibrio y la armonía entre las diferentes voces, lo que es muy importante en esta obra coral con tantos concertantes. Mención especial merece el magnífico coro que, una vez más, estuvo en lo más alto de sus prestaciones y sonó sentimental, serio o turbador (esa llamada a la guerra daba miedo) según el momento.

Los protagonistas 

Y para mención especial, quiero destacar el increíble trabajo del maestro Luisi, genovés como los protagonistas. Ya he dicho en alguna ocasión que Verdi no es mi compositor favorito y uno de los motivos es que sus óperas me parecen, en ocasiones, excesivamente marciales y rimbombantes. Esta representación ha cambiado mi forma de oír la música verdiana. Pocas semanas antes de esta noche vi en Youtube una grabación, bastante conocida por cierto, de esta ópera y oí como es habitual unos estentóreos parabam, parabam muy militares y solemnes. Por suerte para mí, no hubo ni rastro de esas marejadas orquestales sino todo lo contrario: la ópera sonó tan lírica y tan poética que parecía otra obra completamente diferente a lo que yo había oído tiempo atrás y a muchas otras óperas de Verdi. Todo esto tiene más mérito ya que Simon es una de las óperas más heroicas y guerreras y con menos presencia de relaciones románticas. Ahora me pregunto si lo que yo he escuchado hasta ahora no era lo correcto sino unas visiones demasiado pomposas y grandilocuentes del autor de Parma. Sé que el maestro Luisi es un director a la antigua, es decir, que dirige al mismo tiempo que toca un instrumento (el clave o el primer violín) pero eso es impensable en una orquesta tan grande como las de Verdi.  Aún así, esta experiencia fue una revelación musical hasta tal punto que, al final, con la muerte de Simon, la reconciliación con Fiesco y la proclamación de Adorno como nuevo dogo, yo estaba prácticamente en éxtasis. Tanto lo disfruté que me pareció una de las muertes más bonitas de la historia. Quizá sea su labor como maestro perfumista lo que hace que Luisi logre una alquimia excepcional con los diferentes aromas que desprende una partitura. Fue de verdad una noche mágica.

Maestro perfumista y musical

El reparto y el coro

jueves, 27 de diciembre de 2018

La Cenerentola

Aunque llevo mucho retraso con las entrada del blog, no puedo dejar de actualizarlo con algunos de los momentos más importantes que mi agenda ha vivido en los últimos días. El pasado 3 de diciembre volví a mi querida ópera Garnier a ver otra ópera. Me arriesgué a coger un billete para el palco central que es grupal y la jugada no me salió del todo bien. Por suerte, a mi lado no había nadie y pude moverme en el segundo acto al asiento de al lado. Algo que me llamó la atención es que la gente llega tarde al espectáculo y lo peor es que les dejan entrar lo que es muy molesto y no permite meterse en la historia. Por suerte, ésta no es demasiado complicada. Todo el mundo conoce la historia de la Cenicienta sólo que el maestro Rossini pidió a su libretista, Jacopo Ferretti, que prescindiera de todos los elementos sobrenaturales de la historia y que equilibrara las voces para poder reciclar la partitura de El Barbero de Sevilla que el genio de Pésaro había estrenado seis meses antes. En efecto, la construcción, la armonía vocal e, incluso, algunos de los números son los mismos que en El Barbero, como si se tratara de dos óperas simétricas o de una fotografía y su negativo.

El programa, la entrada y mis gemelos

Como digo, hay algunas diferencias con la historia original: en lugar de un hada madrina hay un sabio maestro del príncipe, en lugar de perder un zapato Cenicienta entrega un brazalete, la madrastra se convierte en padrastro y, sobre todo, hay un juego de máscaras porque el príncipe se hace pasar por escudero y el mayordomo por príncipe. De esta manera, el príncipe en las ropas de un lacayo se enamora perdidamente de una modesta joven que, en apariencia, es una criada. Luego descubriremos que es una noble esclavizada por su malvado padrastro y sus desustanciadas medio hermanas.

Mi butaca

Aunque se trata de un cuento de amor y bondad, la puesta en escena ideada por Guillaume Gallienne fue sórdida, oscura y cutre. Aunque la dirección actoral tuvo puntos muy interesantes, cuando Don Magnifico, el padrastro, dice que su palacio está en ruinas no puede ser más explícito. Todo está en ruinas. En teoría, la acción se desarrolla en Salerno, ciudad cerca de Nápoles, y la verdad es que parece que tal sitio haya sido tomado por la Camorra, la mugre y un terremoto, todo a la vez. Me gustaron algunos detalles como la aparición de un montón de mujeres vestidas de novia ante el anuncio del baile organizado por el Príncipe Ramiro y el movimiento de dichas figurantes durante varios pasajes de la obra pero el resto no había por donde cogerlo: la Cenicienta vestida con harapos a medio camino entre una santa eremita y una troglodita, el barón Don Magnifico que ha pasado la noche con una lumi, Dandini vestido de gángster de Chicago... hasta el príncipe aparece con una férula de madera en una pierna. Se supone que en la obra viene de un viaje de placer, no de la guerra. No sé si trata de una metáfora para decirnos que los príncipes azules ya no son lo que eran.

Los solistas de la obra

El director de la noche fue Evelino Pidò al que ya oimos aquí. La orquesta sonó correcta, sin más. Y es una lástima porque esta ópera es preciosa y se le podría haber sacado más enjundia. El coro dirigido por José Luis Basso estuvo fenomenal como siempre. Aunque se trata de una obra maestra del bel canto, no todo lo que se oyó esa noche lo fue. nada que objetar a la maravillos Marianne Crebassa a la que vi por primera vez en un rol femenino después de haberla visto como Sesto y como Orphée. Esta cantante está llegando a la plenitud de su carrera con una voz estupenda, una técnica depurada y una interpretación teatral mucho más depurada. Su voz sonó más acontraltada que nunca (recordemos que el papel es para una contralto pero lo interpretan mezzosopranos por la escasez de las primeras) y tanto en el aspecto vocal como dramático se le vio y oyó madura y bien asentada. ¡Brava!

El reparto, en el centro la protagonista, recibe los aplausos del público

Ya había visto a Lawrence Brownlee como el Ernesto del Don Pasquale pero esta vez me decepcionó un poco y parecía mimetizarse con sus compañeros de reparto por lo que cantó muy bien su dúo de amor con la protagonista (que nadie aplaudió, por cierto, aunque fue lo mejor de la noche) pero estuvo regular en su aria del segundo acto y bastante mal en su dúo con Dandini, el maravilloso Zitto, zitto... literalmente callado, callado... en el que daba ganas de que se callaran, la verdad.

¿Y de quién se contagió Brownlee? De Florian Sempey, el Dandini de la noche. Después de una actuación magnífica en Les Huguenots, esta representación cantó muy mal. Sus agilidades sonaron ortopédicas, su vibrato estuvo descontrolado y su interpretación fue grotesca aunque no sé hasta qué punto esto último fue culpa suya o del regidor. En su primera aria, cuando canta que es como una abeja yendo de flor en flor, más parecía un elefante sentándose encima. En cualquier caso, estuvo muy mal pero fue el más aplaudido de la noche. O bien, los papeles pesados están haciendo mella en su instrumento o por su propia evolución ha perdido la frescura. En cualquier caso, el cambio se ha producido en poco tiempo porque fue el Malatesta del citado Don Pasquale y lo cantó bien.

El director y el reparto

En las raídas ropas de Don Magnifico se encontraba el veterano Alessandro Corbelli, un bajo buffo experimentado y cumplidor aunque la representación que yo vi fue la última porque tuvo que ser sustituido por otro en las siguientes funciones. Cantó bien porque tiene mucho oficio pero su papel tuvo poco de magnífico ya que además de ir vestido como un dominguero de playa, silla de lona y metal incluida, a sus años ir caminando por un suelo acolchado no es lo más recomendable.

Bastante bien el bajo Adam Plachetka con una voz bonita y un temple que le va fenomenal al papel y uno de los pocos bien vestidos de la noche. Las hermanas tontas de Cenicienta corrieron a cargo de Chiara Skerath e Isabelle Druet, mejor la primera que la segunda.

El reparto saluda

De momento, puedo decir que el palco central y sus sillas altas me pareció incómodo y muy caro para la visibilidad que se tiene. Además, el hecho de que dejen entrar gente con la función ya empezada es inadmisible en un teatro de esta categoría. Tampoco entendí muy bien las reacciones del público aplaudiendo malas actuaciones y callando ante los mejores momentos. No sé si porque estaba lleno de guiris que van por vivir la experiencia de una ópera en Garnier o porque los aficionados no tienen ni idea. Entre unas circunstancias y otras, no disfruté demasiado del espectáculo. En fin, ésta no fue mi gran noche.

 Mi entrada y el libreto


domingo, 23 de diciembre de 2018

Feliz Navidad

Como se puede ver por la poca actividad de mi blog, no tengo mucho tiempo para ir a ver tiendas. Además este año no publicaré mi tradicional entrada de los escaparates navideños ya que este año los de los grandes almacenes son pura publicidad de las grandes marcas: zapatos, bolsos, perfumes, objetos decorativos de lujo y cero imaginación y magia. La iluminación de los Campos Elíseos ha cambiado del azul al rojo, color tradicional del Partido Socialista que gobierna en el Ayuntamiento, como si fuera un mensaje a los electores pero, entre el trabajo y los chalecos amarillos, no he ido por la zona. Así que nada de lucecitas ni decoraciones recargadas ni tampoco arte sacro como el de mi felicitación del año pasado.

Este año os deseo muy humildemente con una caja de bombones: Feliz Navidad y Próspero Año 2019.



domingo, 9 de diciembre de 2018

Sin salir de casa

Ya hace tiempo que no escribo y no es sino por falta de ganas sino por falta de tiempo. La verdad es que tengo muchísimo trabajo y algunos días salgo tarde de la oficina. Mi vida social está aparcada por exceso de trabajo de mi parte y de la de mis amigos. Además, no para de llover con las incomodidades que eso conlleva, el transporte público sigue dando problemas y las últimas semanas se han añadido graves problemas de orden público provocados por las protestas de los gilets jaunes, los chalecos amarillos, así conocidos por vestirse los famosos chalecos reflectantes obligatorios en los vehículos. Como he dicho en multitud de ocasiones, lo que ocurre en París se extiende al resto del país pero, en esta ocasión, es al revés: las protestas han comenzado en el medio rural, se han extendido a las ciudades y, finalmente, han llegado a París de la forma más virulenta imaginable.

No me extenderé mucho en el tema porque reconozco que no soy ninguna experta. Si deseáis más información sobre el tema podéis encontrarla aquí. El punto de partida, en todo caso, fue el anuncio del Gobierno de subir el impuesto a los carburantes. Poco importó que también se anunciara la creación de un cheque combustible para los profesionales obligados a utilizar vehículos privados como transportistas, profesionales sanitarios de zonas rurales y que prestan servicios a domicilio y todo tipo de pequeños empresarios y profesionales liberales. Se toma como referencia la fecha del 17 de noviembre en que empezaron las primeras manifestaciones en diferentes puntos del país incluyendo bloqueos de carreteras, asaltos a peajes y actos vandálicos diversos. Para el 1 de diciembre, las protestas habían llegado a París, algunos de cuyos lugares más emblemáticos se han convertido en un campo de batalla. Particularmente, la famosa avenida de los Campos Elíseos y el distrito 16 que han sido vandalizados de todas las manera posibles: tiendas y bares arrasados, calles cortadas, patrimonio cultural (el propio Arco del Triunfo) vandalizado...

No me extenderé demasiado en quiénes son, qué piden y hasta cuándo van a continuar sus protestas. En un principio, se trataba de profesionales que dependen del vehículo privado para el desempeño de su trabajo pero, como siempre que hay jaleo, se han unido a ellos todo tipo de indeseables. De hecho, un 42% de los gilets jaunes se declara simpatizante del Frente Nacional y entre los manifestantes se han podido ver todo tipo de emblemas de la extrema derecha como se ha remarcado en varios artículos de prensa y reportajes de televisión. Al final, ha habido más de 1.400 detenidos, incalculables daños materiales causados a empresas, negocios y material urbano y un aplazamiento de la puesta en marcha de este impuesto de 6 meses. Como consecuencia, importantes instituciones se han visto obligadas a cerrar al público algunos días concretos, como el Museo del Louvre o la Ópera de París, el transporte público también ha tenido que dejar de prestar servicio en algunos lugares y muchos negocios y centros comerciales se han visto obligados a echar la persiana hasta que escamparan las protestas. Las protestas, en cambio, continúan y no parece que vayan a parar de momento. Os dejo con imágenes de cómo se han protegido las tiendas y empresas de los Campos Elíseos.




martes, 30 de octubre de 2018

El Globo

Este sábado tuve la inmensa suerte de que un amigo me propusiera montar en el globo aerostático que el Ayuntamiento tiene en el Parque Javel-Citroën. Suerte porque ha sido el último día de Sol de esta temporada: el domingo llegaron las nubes y se van a quedar con nosotros unas cuantas semanas. Es una forma distinta y muy divertida de poder ver París y, con la caída del Sol, es aún más bonito. Me lo pasé genial.







lunes, 29 de octubre de 2018

Les Huguenots

Se hace la broma recurrente de que en algunas óperas muere hasta el apuntador, una frase que viene al pelo para la última ópera que he ido a ver y que se inspira en una de las mayores tragedias de la Historia de Francia: la masacre de San Bartolomé. Se trata de una obra maestra de Meyerbeer llamada Les Huguenots y cuya trama principal es una historia de amor entre una mujer católica, Valentine, y un hombre protestante, Raoul. Como toda grand opéra français, reúne varias características que le son propias: cinco actos, incontables interludios musicales para lucimiento del coro y el ballet, escenas multitudinarias, un buen puñado de papeles protagonistas de gran dificultad  y una trama basada en hechos reales muy dramáticos. Además, el libreto lo firma Eugène Scribe, gran maestro del efectismo.

El reparto saluda

Por todas estas características, Les Huguenots es una ópera poco representada así que yo no podía dejar pasar la oportunidad ahora que la habían programado en Bastille aunque el espectáculo no ha estado exento de dificultades. En primer lugar, se cayó del reparto la soprano que interpretaba a Marguerite y fue reemplazada por otra, momento en el cual yo decidí comprar mi entrada. Unos pocos días antes del estreno, se anunció la sustitución del tenor protagonista por motivos de salud. Y, finalmente, el día de la función, un responsable del teatro anunció que la Valentine estaba souffrante pero aún así iba a cantar. Ya me temía lo peor como pasó con Il Trovatore

Cartel de la obra

Para estas funciones, se ha decidido concentrar los cinco actos en tres tandas porque, teniendo en cuenta que la ópera es muy larga, si se hacen cuatro pausas podemos alcanzar las siete horas de duración total de la velada. Por lo demás, este miércoles era la última función así que tanto la dramaturgia como la música estaban lo bastante rodadas para mostrar el espectáculo en todo su esplendor. La puesta en escena corría a cargo de Andreas Kriegenburg y su equipo, quien sitúa la escena en un futuro cercano (2063, creo) en que vuelve a haber guerras de religión. El regidor nos mostró unos escenarios minimalistas ultrablancos con una iluminación limpísima y unos juegos de movimientos tan limitados que pareciera que la dirección actoral hubiera desaparecido porque, con tanta gente sobre el escenario se corre el riesgo de marear al espectador. Me gustaría destacar el vestuario: los personajes aparecen vestidos en estilo renacentista esquemático, como si de la ropa de la época sólo nos hubiera quedado el patrón, con vivos colores en el caso de los católicos y con sobrias ropas negras en el de los protestantes. Otro detalle es que la ropa se va modernizando conforme avanza la ópera hasta que, cuando llega la matanza, las víctimas van vestidas con vaqueros y minifaldas. Imagino que todo es una parábola para mostrarnos que las persecuciones religiosas se pueden dar en cualquier época.   

Respecto a lo musical, se agotan los halagos cuando toca hablar de los magníficos coro y orquesta de la Ópera Nacional de París y, en este caso particular, hay que remarcar el trabajo de equipo y también el de los solistas que tienen un papel muy relevante: concertino, dos arpas, flauta, percusión y varias voces interpretando papeles secundarios.

Ficha técnica

La orquesta fue dirigida por Łukasz Borowicz, aunque en el resto de funciones hubo otro director, y debo decir que me encantó su versión de la obra. No es que yo sea una experta puesto que sólo he visto esta ópera entera una vez, por la tele y en alemán pero sí he escuchado fragmentos en Youtube tanto en francés como en italiano y la versión ofrecida está a un altísimo nivel. Las óperas de este periodo son muy interesantes porque están a medio camino entre el belcantismo de la época del que son herederas directas (de hecho, se oyeron varios momentos que recordaban la rimbombancia rossiniana), el estilo romántico del que son una gran fuente de inspiración, la música clásica que partía ya en retirada y la inspiración barroca cuyos excesos son tan apreciados por los franceses.

El director recibe la ovación del público

En lo relativo a los protagonistas, hubo luces y sombras. Vaya por delante que esta es una de las óperas más exigentes a nivel vocal de toda la historia suponiendo un enorme desafío para cualquier cantante, por eso se representa tan poco. La gran triunfadora de la noche fue Lisette Oropesa que interpretaba el difícil rol de Marguerite. Ya había oído a esta cantante en varios registros de Youtube pero en directo es simplemente impresionante: su preciosa voz recorrió todo el teatro, sonó matizadísima y completa. Aun siendo una soprano lírica, su registro es lo bastante amplio y atacó todos los frentes de la terrible tesitura de Marguerite: no se le resistió ni una sola de las agilidades ya fueran en forte o en piano, en notas más agudas o más graves, filados o trinos. El teatro se puso a sus pies. Como además, parece una mujer inteligente, estoy segura de que va a elegir bien sus papeles para no estropear su voz (como le ha ocurrido a la cantante que debía afrontar este papel en un principio) y podamos disfrutar de su arte durante muchos años. Y, encima, se preparó este complicado papel en sólo 3 semanas. ¡Brava!

Lisette Oropesa

La indispuesta Ermonela Jaho también estuvo fantástica en su interpretación de Valentine. No sé qué clase de mal le afectaba pero no parecía que causara ningún perjuicio a su prestación vocal. Su voz sonó muy redonda en los graves y clara en los agudos, quizá en algunos momentos el vibrato estuvo muy marcado pero nada que resultara molesto ni forzado. El papel es exigente, de hecho, fue creado para una cantante llamada Cornélie Falcon, uno de esos raros casos de voz con un registro y una personalidad tan especiales que dio origen a una nueva clase de soprano, la soprano falcon. Hay varios papeles para esta cuerda tan poco frecuente, otro es el de la Princesa de Éboli que vimos en Don Carlos. Uno de los problemas de esta rara tesitura es que los papeles los representan a veces sopranos y otras, mezzos. En este caso, la voz sonó muy cálida y densa como corresponde al papel y, si hubo alguna carencia, Jaho la suplió con sus dotes de actriz.

Ermonela Jaho saludando

Como no hay dos sin tres, la tercera gran dama del reparto, Karine Deshayes, hizo un papel en travesti, el paje Urbain, maravilloso y encantador. Su voz fue la más potente y dramática de la noche a pesar de que su papel es el más cómico. La verdad es que la califican como mezzosoprano pero ni el timbre ni la tesitura lo parecen, más bien diría que se trata de una soprano sfogato o, ésta sí, una falcon, de hecho, su repertorio es un poco ecléctico. Su voz es maravillosa y todas las notas sonaron con una claridad y una emisión fabulosas: su voz se elevaba por encima de las del multitudinario coro y en los concertantes. No conocía muy bien a esta cantante pero me ha encantado y pienso seguir su trayectoria. Me quedé con ganas de oírla más, claro, luego me di cuenta de que le habían quitado a su parte el maravilloso rondó del segundo acto.

Karine Deshayes

No se puede decir lo mismo de Yosep Kang. El coreano fue llamado en el último minuto para afrontar el papel de Raoul, para muchos el papel más difícil de la cuerda de tenor porque lo exige todo: una voz con bastante cuerpo pero capaz de grandes agilidades, graves con autoridad y agudos estratosféricos, hasta el re sobreagudo. En fin, imagino que el teatro no pudo encontrar un sustituto al tenor que estaba programado y que se cayó del cartel con tan poca anticipación pero es que Kang no está a la altura de este teatro ni de este papel: parece un cantante de conservatorio que no ha completado la formación. Sólo así se explica que lo cantara todo igual, sin pianos ni fortes, sin modulaciones, sin matices... o sea, un canto completamente plano. Y eso no es lo peor, el ascenso al agudo fue horrible, al borde del desastre en mucho casos: atacó todos sus agudos sin apoyo, muchos sonaron afalsetados y, en el dúo de sacrificio con Valentine, intentó blanquear la voz como si estuviera imitando el canto infantil y parecía sonar como un contratenor, es decir, apenas se oía en un teatro de estas dimensiones mastodónticas. Por supuesto, si no llegaba al Si, aún menos pudo afrontar los numerosos Do y algún Re que hay por ahí suelto en los momentos de mayor tensión dramática. Y no quiero hacer sangre con el tenor: la culpa es del teatro por no haber buscado más y mejor. Imagino que Michael Spyres, que canta el papel, no estaba disponible. No hace falta compararlo con otros importantes Raoul del pasado pero es que recientemente pasaron por la tele una versión en alemán de esta ópera y el tenor cantó de maravilla.

Un cartel anunciador del metro

Siguiendo con los caballeros, me sorprendió muy gratamente Florian Sempey como el Conde de Nevers. Sabiendo que Sempey es un barítono lírico y no dramático y que una buena parte de su repertorio son comedias de Rossini y Donizetti, se podría pensar que el papel le venía un poco grande pero resulta que su voz tiene una potencia y prestancia mucho mayor de lo que yo pensaba. Claro, no se puede comparar el doctor Malatesta o un Fígaro con este intrigante de Nevers. En todo caso, fantástico.

 Florian Sempey

El bajo Nicolas Testé realizó un gran papel como Marcel y eso en este teatro tan enorme y que se traga ligeramente los graves tiene mucho mérito. Su voz sonó muy matizada y muy bonita. Su aria Piff Paff estuvo genial y cantó toda su parte con mucha autoridad. El bajo-barítono Paul Gay interpretó el Conde de Saint-Bris muy bien y tiene una presencia escénica imponente.

Nicolas Testé

Todos los demás solistas de papeles comprimarios lo hicieron genial como ya he dicho antes y además los solistas del coro tienen una calidad muchas veces superior a la de algunos solistas que hay por ahí en teatros, algunos incluso famosos. Dicho esto, la noche fue una maravilla y os prometo que hago una pausa en mis crónicas de óperas para no cansaros. 

Todo el reparto saluda al público

martes, 23 de octubre de 2018

Orphée et Eurydice

Tercera ópera en una semana y aún me falta otra. Estoy embalada. Y en esta ocasión ha sido de casualidad porque me enteré tarde y compré una entrada de gallinero en el último momento. Pero valió la pena.

Fachada de la Opéra Comique

Se trata de una de las óperas más influyentes de la historia por varios motivos. Por de pronto, dio inicio a una larga lista de óperas de rescate del repertorio germano y se convirtió en la primera ópera en que la música primaba sobre la poesía y la trama se simplificaba para centrar la atención del espectador en el canto. Como tantas óperas antiguas, Orfeo ed Euridice tiene varias versiones pero las más conocidas son la original italiana para contralto castrato, la francesa en la que el protagonista es un tenor contraltino y esta tercera, con arreglos de Héctor Berlioz para rol en travesti, a mayor gloria de la estrella del momento, Pauline Viardot (née Paulina García). Esta última es la versión que ha programado la Opéra Comique, un teatro en el que todavía no había estado, y que consta de cuatro actos de corta duración. La ópera dura unos 90 minutos en total así que se representa toda seguida sin entreactos.

Cartel anunciador

La noche empezó regular ya que tenía un pilar justo delante pero, por suerte, una silla se quedó vacía y el señor que se sentaba a mi lado la ocupó. Yo también me moví y pude ver el escenario completo y parte de la orquesta. Por cierto, que las butacas son bastante más cómodas que las de Garnier donde vi Bérénice: me duelen los riñones sólo de acordarme Además, gracias a mis gemelos no me perdí detalle.

Mis vistas: por suerte me moví un asiento a la izquierda
Mis gemelos

Como nunca la había oído entera estuve muy atenta a los detalles de esta música maravillosa de la transición entre el Barroco y el Neoclásico aunque hay que reconocer, que en algunas tormentas orquestales, se nota la mano de Berlioz. Los músicos del Ensemble Pygmalion son fantásticos con mención especial para algunos solistas como la flauta y el arpa. El coro pertenece al mismo grupo y también estuvo fenomenal, cantando con intensidad pero sin estridencias. Lo que me lleva a pensar que la dirección de Raphaël Pichon estuvo muy acertada. Tendría que comparar con otras grabaciones pero la orquesta sonó rica en matices y muy emotiva por momentos.


Imágenes del vestíbulo

Resulta curioso como las grandes leyendas y mitos del pasado siguen emocionando miles de años después. De hecho, la pérdida del ser amado y la necesidad de ir a buscarlo (aunque sea en un sentido metafórico) son un elemento universal y atemporal. El escenario tiene como telón de fondo una reproducción del cuadro Orfeo conduciendo a Eurídice al Infierno de Corot y un espejo enorme que refleja los movimientos de los cantantes, a veces desde atrás y otras veces desde arriba. La puesta en escena es muy bonita y sencilla pero efectista y muy trabajada. Aunque hay algún momento un poco raro, como la aparición del Amor en un aro gigante, la aparente simplicidad nos conduce directamente a las emociones y los sentimientos vividos por Orfeo en cada instante.


Imágenes del interior

El vestuario también acompaña: Orfeo apareció con un traje azul y una peluca de pelo blanco en un estilismo que recordaba un poco a Julian Assange en su época de procesos judiciales londinenses. La Eurídice resultaba un tanto insulsa con un severo conjunto blanco de chaqueta, camisa y falda larga acompañado de otra peluca blanca pero más voluminosa. El Amor llevaba un precioso vestido de fiesta en rosa empolvado con lentejuelas que no me importaría tener en mi fondo de armario. Las plañideras, ninfas y pastores, aparecen de luto pero se quitan el abrigo y vemos que, mientras ellos llevan un traje negro, ellas lucen vestidos blancos de estilo años 20. Además del vestuario, discreto pero con personalidad, la iluminación y las coreografías encajan perfectamente con la música y se da una sensación de espectáculo perfectamente cohesionado y completo.

El reparto saluda al público

La protagonista absoluta de la noche fue Marianne Crebassa, la mezzosoprano que ya vimos en La Clemenza. En esta ocasión, también interpreta un papel en travesti aunque algo mejor interpretado, menos tímida que en otras ocasiones, más intensa a nivel teatral y vocal. Su voz también ha madurado y llenaba todo el teatro: sonó redonda y completa, llena de matices y bien proyectada, densa y, en ocasiones, hasta masculina. Sus mejores momentos fueron los más dolientes y melancólicos del primer y último actos. La dulce pero triste Eurídice de Hélène Guilmette tiene una participación pequeña pero muy bonita y bastante emotiva: la cantante lo hizo muy bien con dramatismo pero sin lloriqueos. Por su parte, Lea Desandre que interpretaba el Amor tiene una voz bonita y ágil. Brave tutte!

Los protagonistas reciben los aplausos

En definitiva, fue una noche mágica. Salí encantada del teatro y casi emocionada por la delicadeza y la tristeza de la obra y por la belleza del espectáculo.