jueves, 9 de marzo de 2017

Eterno retorno

El final del invierno está resultando muy interesante. No duermo nada porque vivo un poco lejos de mi trabajo así que, durante el trayecto, leo libros que voy sacando de la biblioteca: a pesar de la pésima impresión que me dejó el último libro de Jean Teulé, le he dado otra oportunidad por consejo de una amiga que me recomendó éste que acabo de leer: Mangez-le si vous voulez, la historia de Alain de Monéys, un joven que se había enrolado en el Ejército para defender a su país en la guerra franco-prusiana y que, por una confusión, acaba linchado, torturado, quemado vivo y comido por una multitud fuera de sí. El libro se deja leer pero tampoco me ha encantado y, además, no aprovecha la situación de histeria colectiva que se vivía en Francia durante aquella guerra para profundizar en los motivos de por qué Francia perdía batalla tras batalla ni cómo la población se iba desmoralizando conforme eran conscientes de la situación. Al igual que en Héloïse, ouille!, la obra se queda en una sucesión de anécdotas, descripciones morbosas y un hecho aislado contado de forma superficial y sin referencias al contexto histórico. No está mal pero podría haber sido mucho mejor: al igual que la otra vez, tengo la sensación de no haber leído una obra literaria sino un cotilleo.

El libro en cuestión

A veces, tengo la sensación de que algunos elementos vuelven a mi mente y llaman mi atención como la primera vez. Esta historia de la guerra franco-prusiana que acabó con el Segundo Imperio francés, la Comuna y el proceso de autodestrucción que la siguió aparece en todas partes. Es un tema cuyas repercusiones todavía se viven hoy en día y que está plasmado en muchos rincones de París. Aquella guerra, en la que los prusianos acabaron desfilando por París, secuestrando al emperador Napoleón III e instalándose en Versalles, produjo un sentimiento de impotencia y rechazo a Alemania que fue el germen de la Primera Guerra Mundial y ésta, a su vez, de la Segunda. De hecho, ya hablé aquí ligeramente de la historia de la Comuna y del motivo por el que se construyó el Sacré-Coeur. Un amigo francés que vive a caballo entre Francia y España me lo definió como el Valle de los Caídos francés. Y, cada cierto tiempo, aparecen informaciones en la prensa de iniciativas para demolir el Sacré-Coeur. A pesar de su gran interés turístico, la historia que hay detrás es escandalosa: es un monumento al régimen que sofocó una iniciativa popular y que acabó con la vida de 50.000 personas inocentes cuyo único crímen fue oponerse a los asfixiantes impuestos para pagar la liberación de París. Es una historia tan compleja que creo que le debo un artículo en profundidad.

Y en ese trayecto tan largo hasta mi trabajo, me he llevado una agradable sorpresa cuando he visto en el metro los carteles de la película Paula que cuenta la vida de Paula Modersohn-Becker, admirable pintora cuya exposición visité hace unos meses. Una vida interesante pero demasiado breve. Si consigo encontrar un rato libre, me gustaría verla.

Cartel de la película

Recordemos que esta exposición se celebró en el Museo de Arte Moderno, lugar que ha vuelto a la actualidad y no por su actividad. Ya os hablé en esta entrada de que este Museo fue objeto de un robo en el que un hombre enmascarado se llevó cinco importantísimas obras de grandes maestros.  Las alarmas no sonaron y el ladrón pudo completar el robo con toda tranquilidad, tanta, que se tomó el tiempo de sacar los lienzos de los marcos para transportar las piezas más cómodamente. Pues bien, después de casi siete años de pesquisas policiales infructuosas, el ladrón confesó su crimen. Vjeran Tomic, llamado Spiderman por su habilidad para escalar paredes, ha contado toda la historia del robo no sólo al tribunal sino también a la prensa. En esta entrevista emitida por la cadena de televisión France 2, Tomic cuenta cómo procedió aquella noche. Primero, levantó los cristales de una ventana ya que estaban colocados a la antigua, es decir, los cristales encajados en un hueco del marco y sujetos con tornillos y no sellados a éste como ahora; a continuación, abrió una verja con unos alicates y entró. Como no sonaron las alarmas, que llevaban dos meses fuera de servicio, se llevó los cinco lienzos.

Aspecto de las ventanas del Museo

Después del robo, el director del Museo declaró que los ladrones eran idiotas porque esas obras son invendibles. En fin, tampoco hace falta ser un lince para darse cuenta de que si se habían robado es porque ya estaban vendidas de antemano. En efecto, Tomic ha declarado que su objetivo era llevarse el cuadro Naturaleza muerta con candelabro de Léger para un comprador saudí anónimo pero, una vez dentro, se apropió de cuatro más y, en concreto, de La Pastoral de Matisse, obra de la que se enamoró en cuanto la vio. Recibió el encargo a través del anticuario Jean-Michel Corvez y contó con la ayuda de Yonathan Birn, relojero, quien se ocupó de la receptación y fue la persona que sugirió el robo de Mujer con abanico de Modigliani, otro de los cuadros robados. De propina, cayeron también La paloma con guisantes de Picasso y El olivo cerca de l'Estaque de Braque. Por mucho juicio y condena que haya habido, lo más importante es que las obras son irrecuperables: nadie sabe dónde están, ni siquiera, los propios ladrones. Además de un robo al patrimonio de la ciudad de París, propietaria de las obras, es también un hurto a los amantes del Arte contemporáneo que ya no podremos disfrutar de la contemplación de estas pinturas.

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