Por si esto no fuera suficiente, los grandes palacios europeos se copian unos a otros. Esto es lógico por varios motivos: el primero es que antes los estilos artísticos no se pasaban de moda tan rápidamente ni había tantas tendencias ni tantos avances tecnológicos como ahora sino que se hacía lo que se podía hacer técnicamente. Además, los artistas que los proyectaban y decoraban recibian encargos en sus países de origen y en el extranjero de manera que sus obras pueden estar presentes en varios sitios distintos. Por otra parte, las casas reales eran todas familia y tejían entre ellas lazos matrimoniales que iban más allá de lo personal. Cuando un rey o príncipe se casaba, su esposa no iba al país sola sino que se llevaba su propia corte de camareras, cortesanas, capellanes y también cocineros, peluqueros, ebanistas, costureras, jardineros, artesanos... de manera que los estilos decorativos se iban propagando y evolucionando. Todo esto está muy bien y es muy interesante pero, a veces, se tiene la sensación de dejà vu cuando se visita un palacio.
Tampoco ayudan a hacer más cómodas las visitas, y esto ya lo he dicho en otras entradas, las exhaustivas explicaciones de los guías de carne y hueso y de las audio y vídeoguías. La gente sale del lugar que visita sin haberse enterado de nada, además de formar tapones en ciertos lugares o perder tiempo viendo cosas que carecen de interés y pasar rápido por otras que sí lo tienen. Por supuesto, todo lo que estoy diciendo es opinable pero no soy la única que lo ve así.
Para terminar esta larguísima introducción debo decir que cuando tenía 14 años, mi profesora de francés del instituto nos hizo leer en clase un texto sobre el Palacio de Versalles en el que se hablaba de la historia menos elegante del palacio. Por ejemplo: que sus habitantes se sonaban la nariz en las cortinas, que no había baños y se usaban los jardines para esos menesteres o que hacía tanto frío que algunos años el vino se congeló en las bodegas. En fin, con estas informaciones cuesta un poco dejarse impresionar por la belleza del lugar.
Como conclusión, debo decir que sí tenéis pocos días para ver París, visitar Versalles no merece la pena: es preferible centrarse en la ciudad que tiene mucho que ofrecer. Para visitarlo hay que emplear un día entero por lo que sólo lo recomiendo si tenéis como mínimo una semana de estancia. Ésta es la primera entrada que le dedico a Versalles pero habrá dos más. Sé que soy un poco crítica con la visita a este palacio pero es que lo he visitado tres veces y, creedme, no he disfrutado plenamente ninguna de las tres. Entre la masificaciones, las largas colas y otras circunstancias de las que hablaré en los próximos posts, siempre me queda la sensación de que está sobrevalorado. Todo eso y que, personalmente, no le encuentro el atractivo por ningún lado. Si acaso, como dice mi hermano mayor, para entender por qué se produjo la Revolución.
Volveré sobre este tema cuando comente mi visita al palacio de Fontainebleau pero prometo que seré más breve.
Sí, es bonito, pero quizá no sea para tanto
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