viernes, 14 de noviembre de 2014

Palacio de Versalles II: Trianon, bosques y aldea

Cuando se realiza una visita a Versalles, siempre hay tanta cola para entrar en el Palacio que muchas personas recomiendan comenzar por la zona de los palacetes Grand Trianon y Petit Trianon. Puede ser una buena idea, así se va de menos a más pero hay que saber administrar bien el tiempo porque las distancias son enormes y os puede ocurrir que, entre tanto paseo, se os haga tarde y luego los apartamentos reales los tengáis que ver corriendo. Para no perder más tiempo del necesario se puede subir al trenecito que recorre el Dominio, es una buena opción si vais acompañados de niños o personas mayores porque ir de un sitio a otro es realmente agotador. Y más ahora, que la mayor parte de los días, los jardines están cerrados y hay que salir del recinto y volver a entrar por otro sitio para pasar de una zona a la otra. Volveré sobre este tema en la próxima entrada dedicada a Versalles que ya será la última.

Empecemos, pues, con el grueso de la visita. El Grand Trianon es un edificio precioso de mármol rosa pero, sinceramente, el interior es un poco decepcionante: muebles, muebles y más muebles... es como estar en una feria de anticuarios. Además, no nos engañemos, esos no son los muebles que utilizaban los reyes de Francia. Cuando el gobierno de la Revolución se hizo cargo de los bienes reales, muchos muebles y enseres fueron vendidos para sanear las cuentas públicas. Si no habían sido saqueados antes, claro. Lo que vemos, en realidad, son reproducciones posteriores y algunas piezas de época napoleónica. En este edificio destaca una habitación en la que hay unas piezas realizadas en malaquita, que es una piedra que me encanta.

 
Exterior del Grand Trianon

 
Todos los salones del Grand Trianon son parecidos a éste pero con los muebles tapizados en otros colores.

Salón de la Malaquita

El Petit Trianon es un palacete monísimo y mucho más pequeño que el Grand Trianon. Lo mandó construir el rey Luis XIV para albergar allí a su amante Madame Pompadour pero, desgraciadamente, ésta falleció antes de verlo terminado con lo cual la inquilina del mismo pasó a ser Madame du Barry, la siguiente amante de dicho rey: ya sabeis, a amante muerta, amante puesta. Posteriormente, el edificio fue reformado y ocupado por María Antonieta, esposa de Luis XVI. Tanto este edificio como los alrededores, incluida la Aldea, se llaman Dominio de María Antonieta ya que esta zona fue un regalo del rey a la reina para que lo utilizara a su gusto: sólo aquellos que tenían invitación expresa de la reina podían entrar en sus dominios. La belleza de este lugar reside en su tamaño más humano y accesible y en su decoración serena y mucho menos recargada. También ayuda el hecho de que la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, lo mandara restaurar para recuperar el antiguo esplendor cortesano ya que esta zona fue prácticamente destruida durante la Revolución. Junto al palacete, hay varios jardines de diferentes estilos, todos ellos preciosos: no tienen el lujo y las dimensiones de los jardines del Palacio pero resultan encantadores, especialmente el de la Orangerie, diseñado por Jussieu.

Imagen exterior del Petit Trianon

Dormitorio de María Antonieta

Una de las habitaciones del Petit Trianon

Para finalizar la visita de esta zona, no puede faltar darse una vuelta por la Aldea (Hameau en francés) de María Antonieta, un regalo de su marido Luis XVI para que ella se relajara y se evadiera de las obligaciones de la encopetada corte real. Se trata de una composición de doce edificios rústicos en torno a un lago artificial rodeados de huertos y campos agrícolas. Estas granjas son una representación ideal de la vida campestre en las que María Antonieta y sus invitados dejaban sus trajes de seda y se vestían de algodón, se quitaban los pelucones empolvados y se ponían cofias y pañuelos. Allí ordeñaban las ovejas, recogían los huevos de las gallinas, daban de comer a los animales, batían la leche para hacer mantequilla... unas actividades lúdicas para ellos que nada tenían que ver con la realidad de una granja. Era aquello un entretenimiento que representaba de manera idílica la sancta simplicitas, la vida sencilla de los campesinos, o de lo que ellos creían que era esa vida. Como un parque temático. Los sucesos ocurridos tiempo después demuestran lo alejados que estaban de la vida real de sus súbditos. Si vais con niños, esta parte les encantará porque podrán ver los animales que se crían allí, los huertos... y la Aldea en sí misma que es preciosa.




Construcciones de la Aldea de María Antonieta 


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