miércoles, 31 de enero de 2018

Un Baile de Máscaras: ¡Viva Verdi!

Primera vez que acudo a una representación a primera hora de la tarde. En esta ocasión, se trataba de la ópera Un Ballo in Maschera del domingo 28, que comenzaba a las 14:30. Es un poco raro llegar tan pronto y salir del espectáculo cuando todavía es de día pero poco importó puesto que, una vez comenzada la función, el tiempo y el espacio se pararon: sólo la ópera exisitía. Fue tal la sensación de aislamiento del mundo exterior, tan atrapados estábamos los espectadores por la historia y la música que no se oía ni respirar, casi no hubo toses.

Entrada y programa de mano

Vayamos de lo general a lo particular. Esta ópera no es una de las más conocidas de Verdi pero, a mi juicio, es una de las más bonitas. La belleza de sus melodías y la variedad en las características vocales de los personajes la hacen muy atractiva y equilibrada. El caso es que está inspirada en un hecho real, el asesinato del rey Gustavo III de Suecia a la entrada de una ópera. Dada la polémica del tema y las connotaciones políticas que tenía, Verdi trasladó la acción a los Estados Unidos y llamó a su ópera Una vendetta in dominó pero, tras pasar por varios cambios de libreto para superar la censura, la ópera se estrenó definitivamente como Un Baile de Máscaras en Roma en 1859. En esta puesta en escena creada por Gilbert Deflo y estrenada en 2007, se retoma el tema del dominó con una decoración y el vestuario de los protagonistas en blanco y negro (salvo alguna excepción) y los bailarines vestidos al estilo de Arlequín y Colombina. Yo misma me imbuí del espíritu del dominó y acudí con una blusa de rombos blancos y negros. La decoración es solemne, muy arquitectónica y minimalista pero muy trabajada y llena de simbolismos: si el águila representa el poder, la serpiente hace lo propio con las creencias y supersticiones. Especialmente impactante es el comienzo del baile con el coro y el cuerpo de baile situados en un salón de columnas. Aquí más imágenes.

Imagen del baile de máscaras

En el plano musical, el francés Bertrand de Billy mantuvo el pulso de la partitura. Los espectadores pudimos apreciar todos los matices de esta magnífica obra. Especialmente notables son los concertantes en los que las voces, tan diferentes entre sí, y sus melodías se empastan perfectamente entre ellas y con la orquesta. En una ópera en que los sentimientos están a flor de piel todo el tiempo y que los personajes viven emociones tan distintas, es difícil transmitir equilibrio y la orquesta lo tuvo. Muy bien. Siguiendo con los profesionales del teatro, el coro estuvo perfecto como siempre. Ellos y su director, el argentino José Luis Basso, fueron muy aplaudidos y no es para menos. En esta ocasión no sonaron tan atronadores como en el Don Carlos, sino mucho más matizados y contenidos, es decir, perfectos para la historia de conjuras, intrigas y amores secretos.

Mi entrada en tercera fila

Una de las grandes dificultades de cantar Verdi es el estilo, lo que se llama acento verdiano, esto es, dar una intención a cada palabra, verter las sílabas sobre las notas como se sirve el buen vino en las copas. Los libretos de Verdi están muy trabajados y adaptan a la ópera obras de los más grandes autores de la literatura universal: Shakespeare, von Schiller, el Duque de Rivas, Víctor Hugo y otros. Así pues, Verdi es el más literario de los compositores y los textos hay que respetarlos, decantarlos sobre las notas, por seguir con la comparación del vino.

En cuanto a los protagonistas, el personaje de Riccardo lo interpretaba Piero Pretti calificado en la prensa como "tenor verdiano soñado". Como ya le había oído en vídeos de Youtube, tenía ganas de escucharlo en vivo y resulta que canta mucho mejor. Pretti tiene una voz completa, elegante, bien emitida, brillante y nítida, fuerte y ágil a la vez. Nos brindó algunos buenos agudos potentes, claros y naturales, sin forzar y sin portamentar, pero también graves consistentes (hay algunos tenores que los suben medio tono) sin perder prestancia. Cabe destacar además su buena caracterización del protagonista, ese personaje tan complejo que no sabemos si es bueno, malo o todo lo contrario y que pasa por todo tipo de emociones y lleva todo el peso dramático de la obra.

 Il primo tenore

Como Amelia, su enamorada, triunfó Sondra Radvanovsky. Fue la más aplaudida de la velada y no es para menos. Cada intervención suya fue una clase magistral de canto lírico: se la considera la mejor cantante verdiana de la actualidad y méritos tiene. Además de estar dotada de una enorme voz, compacta y poderosa, tiene una técnica impecable y su interpretación de la sufridora Amelia fue magnífica. Fueron maravillosos sus pianissimi, sus agudos infinitos, su messa di voce, sus trinos... todo un surtido de virtuosismo vocal perfectamente ejecutado y expresado. ¡Brava!

Las dos Amelias, yo vi a la señora Radvanovsky

Para el personaje de Renato, la prensa había criticado al barítono Simone Piazzola en el estreno. Quizá tuvo un mal día porque este domingo a mí me gusto: lo hizo muy bien, de hecho, se llevó la primera ovación de la tarde. Su voz sonó correcta y bien emitida (¡qué gusto oír a un barítono que canta y no ladra ni grazna ni rebuzna!), cantó de forma enérgica pero sin resultar tosco y fue creíble como Renato mostrando todas las aristas del personaje, el torbellino de emociones que sufre y la evolución de amigo fiel a asesino del que cree es el amante de su mujer.

Muchos aficionados odian al pobre Oscar, el paje adolescente, preocupado por la fiesta, el baile y los recados que le mandan hacer. Se trata de uno de los pocos papeles en calzones de Verdi y pone el toque cómico entre tanto dramatismo. Aunque lo más importante es la música y aquí Oscar con sus melodías alegres y la ligereza de su voz compensa el dramatismo y la importante presencia de voces graves. Nina Minasyan estuvo muy bien haciendo el adolescente y, desde mi asiento lo parecía, sobre todo, cuando se puso a dar vueltas y a bailotear por todo el escenario, muy divertida en esa parte (me recordó este vídeo que rula por internet) y un poco repelente, pero lo justo, en el resto del papel.

Hasta yo me vestí de Arlequín y Colombina. Después de tres años y medio de blog, ya es hora de que me veáis la cara.

La Ulrica de Varduhi Abrahamyan, convertida en bruja de vudú, resultó quizá un poco insuficiente en la parte más grave del personaje. No sé si es porque estaba muy atrás en el escenario y esta sala de la Bastilla se traga un poco los graves (ya pasó en el Don Carlos) o porque a su registro le falta fuste. Por el contrario, resultó convincente en el resto de la actuación. Los conspiradores Sam y Tom fueron Marko Mimica (a quien ya vimos aquí) y Thomas Dear. Muy bien ambos, bien compenetrados y perfectos como base grave para los concertantes. El resto del reparto, muy bien.

 Los figurantes, coro y bailarines saludan al público

En definitiva, toda la ópera sonó fantástica. Ahí estaba el verdadero estilo y acento verdiano, tan difíciles de encontrar por desgracia en muchas representaciones. ¡Viva Verdi! ¡Vivan los verdianos!

Después de cerrar el telón, los protagonistas volvieron a saludar


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