lunes, 29 de octubre de 2018

Les Huguenots

Se hace la broma recurrente de que en algunas óperas muere hasta el apuntador, una frase que viene al pelo para la última ópera que he ido a ver y que se inspira en una de las mayores tragedias de la Historia de Francia: la masacre de San Bartolomé. Se trata de una obra maestra de Meyerbeer llamada Les Huguenots y cuya trama principal es una historia de amor entre una mujer católica, Valentine, y un hombre protestante, Raoul. Como toda grand opéra français, reúne varias características que le son propias: cinco actos, incontables interludios musicales para lucimiento del coro y el ballet, escenas multitudinarias, un buen puñado de papeles protagonistas de gran dificultad  y una trama basada en hechos reales muy dramáticos. Además, el libreto lo firma Eugène Scribe, gran maestro del efectismo.

El reparto saluda

Por todas estas características, Les Huguenots es una ópera poco representada así que yo no podía dejar pasar la oportunidad ahora que la habían programado en Bastille aunque el espectáculo no ha estado exento de dificultades. En primer lugar, se cayó del reparto la soprano que interpretaba a Marguerite y fue reemplazada por otra, momento en el cual yo decidí comprar mi entrada. Unos pocos días antes del estreno, se anunció la sustitución del tenor protagonista por motivos de salud. Y, finalmente, el día de la función, un responsable del teatro anunció que la Valentine estaba souffrante pero aún así iba a cantar. Ya me temía lo peor como pasó con Il Trovatore

Cartel de la obra

Para estas funciones, se ha decidido concentrar los cinco actos en tres tandas porque, teniendo en cuenta que la ópera es muy larga, si se hacen cuatro pausas podemos alcanzar las siete horas de duración total de la velada. Por lo demás, este miércoles era la última función así que tanto la dramaturgia como la música estaban lo bastante rodadas para mostrar el espectáculo en todo su esplendor. La puesta en escena corría a cargo de Andreas Kriegenburg y su equipo, quien sitúa la escena en un futuro cercano (2063, creo) en que vuelve a haber guerras de religión. El regidor nos mostró unos escenarios minimalistas ultrablancos con una iluminación limpísima y unos juegos de movimientos tan limitados que pareciera que la dirección actoral hubiera desaparecido porque, con tanta gente sobre el escenario se corre el riesgo de marear al espectador. Me gustaría destacar el vestuario: los personajes aparecen vestidos en estilo renacentista esquemático, como si de la ropa de la época sólo nos hubiera quedado el patrón, con vivos colores en el caso de los católicos y con sobrias ropas negras en el de los protestantes. Otro detalle es que la ropa se va modernizando conforme avanza la ópera hasta que, cuando llega la matanza, las víctimas van vestidas con vaqueros y minifaldas. Imagino que todo es una parábola para mostrarnos que las persecuciones religiosas se pueden dar en cualquier época.   

Respecto a lo musical, se agotan los halagos cuando toca hablar de los magníficos coro y orquesta de la Ópera Nacional de París y, en este caso particular, hay que remarcar el trabajo de equipo y también el de los solistas que tienen un papel muy relevante: concertino, dos arpas, flauta, percusión y varias voces interpretando papeles secundarios.

Ficha técnica

La orquesta fue dirigida por Łukasz Borowicz, aunque en el resto de funciones hubo otro director, y debo decir que me encantó su versión de la obra. No es que yo sea una experta puesto que sólo he visto esta ópera entera una vez, por la tele y en alemán pero sí he escuchado fragmentos en Youtube tanto en francés como en italiano y la versión ofrecida está a un altísimo nivel. Las óperas de este periodo son muy interesantes porque están a medio camino entre el belcantismo de la época del que son herederas directas (de hecho, se oyeron varios momentos que recordaban la rimbombancia rossiniana), el estilo romántico del que son una gran fuente de inspiración, la música clásica que partía ya en retirada y la inspiración barroca cuyos excesos son tan apreciados por los franceses.

El director recibe la ovación del público

En lo relativo a los protagonistas, hubo luces y sombras. Vaya por delante que esta es una de las óperas más exigentes a nivel vocal de toda la historia suponiendo un enorme desafío para cualquier cantante, por eso se representa tan poco. La gran triunfadora de la noche fue Lisette Oropesa que interpretaba el difícil rol de Marguerite. Ya había oído a esta cantante en varios registros de Youtube pero en directo es simplemente impresionante: su preciosa voz recorrió todo el teatro, sonó matizadísima y completa. Aun siendo una soprano lírica, su registro es lo bastante amplio y atacó todos los frentes de la terrible tesitura de Marguerite: no se le resistió ni una sola de las agilidades ya fueran en forte o en piano, en notas más agudas o más graves, filados o trinos. El teatro se puso a sus pies. Como además, parece una mujer inteligente, estoy segura de que va a elegir bien sus papeles para no estropear su voz (como le ha ocurrido a la cantante que debía afrontar este papel en un principio) y podamos disfrutar de su arte durante muchos años. Y, encima, se preparó este complicado papel en sólo 3 semanas. ¡Brava!

Lisette Oropesa

La indispuesta Ermonela Jaho también estuvo fantástica en su interpretación de Valentine. No sé qué clase de mal le afectaba pero no parecía que causara ningún perjuicio a su prestación vocal. Su voz sonó muy redonda en los graves y clara en los agudos, quizá en algunos momentos el vibrato estuvo muy marcado pero nada que resultara molesto ni forzado. El papel es exigente, de hecho, fue creado para una cantante llamada Cornélie Falcon, uno de esos raros casos de voz con un registro y una personalidad tan especiales que dio origen a una nueva clase de soprano, la soprano falcon. Hay varios papeles para esta cuerda tan poco frecuente, otro es el de la Princesa de Éboli que vimos en Don Carlos. Uno de los problemas de esta rara tesitura es que los papeles los representan a veces sopranos y otras, mezzos. En este caso, la voz sonó muy cálida y densa como corresponde al papel y, si hubo alguna carencia, Jaho la suplió con sus dotes de actriz.

Ermonela Jaho saludando

Como no hay dos sin tres, la tercera gran dama del reparto, Karine Deshayes, hizo un papel en travesti, el paje Urbain, maravilloso y encantador. Su voz fue la más potente y dramática de la noche a pesar de que su papel es el más cómico. La verdad es que la califican como mezzosoprano pero ni el timbre ni la tesitura lo parecen, más bien diría que se trata de una soprano sfogato o, ésta sí, una falcon, de hecho, su repertorio es un poco ecléctico. Su voz es maravillosa y todas las notas sonaron con una claridad y una emisión fabulosas: su voz se elevaba por encima de las del multitudinario coro y en los concertantes. No conocía muy bien a esta cantante pero me ha encantado y pienso seguir su trayectoria. Me quedé con ganas de oírla más, claro, luego me di cuenta de que le habían quitado a su parte el maravilloso rondó del segundo acto.

Karine Deshayes

No se puede decir lo mismo de Yosep Kang. El coreano fue llamado en el último minuto para afrontar el papel de Raoul, para muchos el papel más difícil de la cuerda de tenor porque lo exige todo: una voz con bastante cuerpo pero capaz de grandes agilidades, graves con autoridad y agudos estratosféricos, hasta el re sobreagudo. En fin, imagino que el teatro no pudo encontrar un sustituto al tenor que estaba programado y que se cayó del cartel con tan poca anticipación pero es que Kang no está a la altura de este teatro ni de este papel: parece un cantante de conservatorio que no ha completado la formación. Sólo así se explica que lo cantara todo igual, sin pianos ni fortes, sin modulaciones, sin matices... o sea, un canto completamente plano. Y eso no es lo peor, el ascenso al agudo fue horrible, al borde del desastre en mucho casos: atacó todos sus agudos sin apoyo, muchos sonaron afalsetados y, en el dúo de sacrificio con Valentine, intentó blanquear la voz como si estuviera imitando el canto infantil y parecía sonar como un contratenor, es decir, apenas se oía en un teatro de estas dimensiones mastodónticas. Por supuesto, si no llegaba al Si, aún menos pudo afrontar los numerosos Do y algún Re que hay por ahí suelto en los momentos de mayor tensión dramática. Y no quiero hacer sangre con el tenor: la culpa es del teatro por no haber buscado más y mejor. Imagino que Michael Spyres, que canta el papel, no estaba disponible. No hace falta compararlo con otros importantes Raoul del pasado pero es que recientemente pasaron por la tele una versión en alemán de esta ópera y el tenor cantó de maravilla.

Un cartel anunciador del metro

Siguiendo con los caballeros, me sorprendió muy gratamente Florian Sempey como el Conde de Nevers. Sabiendo que Sempey es un barítono lírico y no dramático y que una buena parte de su repertorio son comedias de Rossini y Donizetti, se podría pensar que el papel le venía un poco grande pero resulta que su voz tiene una potencia y prestancia mucho mayor de lo que yo pensaba. Claro, no se puede comparar el doctor Malatesta o un Fígaro con este intrigante de Nevers. En todo caso, fantástico.

 Florian Sempey

El bajo Nicolas Testé realizó un gran papel como Marcel y eso en este teatro tan enorme y que se traga ligeramente los graves tiene mucho mérito. Su voz sonó muy matizada y muy bonita. Su aria Piff Paff estuvo genial y cantó toda su parte con mucha autoridad. El bajo-barítono Paul Gay interpretó el Conde de Saint-Bris muy bien y tiene una presencia escénica imponente.

Nicolas Testé

Todos los demás solistas de papeles comprimarios lo hicieron genial como ya he dicho antes y además los solistas del coro tienen una calidad muchas veces superior a la de algunos solistas que hay por ahí en teatros, algunos incluso famosos. Dicho esto, la noche fue una maravilla y os prometo que hago una pausa en mis crónicas de óperas para no cansaros. 

Todo el reparto saluda al público

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