Fin de la temporada operística para la Ópera Nacional de París: una temporada que ha sido muy intensa para mí. Habrá que ver el año que viene cómo me organizo porque los abonos están a la venta desde hace tiempo pero las óperas que más me interesan se han quedado fuera. En cualquier caso, la próxima empieza oficialmente el 11 de septiembre con un truño como un puño llamado
Tristan e Isolda. Que me perdonen los wagnerianos pero su ídolo no estuvo especialmente inspirado cuando compuso esta ópera. Y el regidor será Peter Sellars, justo el dato que me faltaba para confirmar que no voy a ir.
Entrada y programa
Esperando que se completen los repartos, fui este viernes a la representación de
Il Trovatore, la excesiva ópera romántica verdiana por tres motivos principales. El primero, porque una gran parte se desarrolla en mi querida ciudad natal, Zaragoza, concretamente en el Palacio de la Aljafería, que tenéis debajo de estas líneas. La segunda, porque contiene mi aria de tenor favorita de todos los tiempos
Di quella pira; y la tercera porque Leonora la interpretaba mi admirada Sondra Radvanovsky, probablemente la mejor soprano del mundo en estos momentos.
Parece un palacio de cuento de hadas
La noche empezó muy bien con mi asiento de patio de butacas.
Il Trovatore está inspirada en un dramón del teatro romántico español,
El Trovador de Antonio García Gutiérez. No sería ésta la única obra teatral del autor que Verdi llevó a los escenarios de la lírica: hizo lo propio con
Simón Boccanegra que está programada para el año que viene. La idea que Verdi tenía para esta ópera era modernísima: un solo acto cantado en continuo sin arias ni concertantes. Por desgracia, el proyecto no prosperó ya que el libretista estableció una estructura más convencional. Aún así, no hay obertura, algunos pasajes de la ópera marcan ya un nuevo estilo y se adelanta el tipo de ópera
parlando que se popularizó en el siglo XX y que vuelve al origen mismo de la ópera: recitar cantando. El éxito de Verdi con esta ópera fue inmediato y es una de las obras clásicas del repertorio que no ha dejado de representarse en los 170 años de vida que tiene.
Los cuatro grandes salen a saludar
La puesta en escena corre a cargo de Àlex Ollé, uno de los fundadores de
La Fura dels Baus, y se estrenó hace ya unos años en este mismo teatro. Como todas las puestas en escena que llevan el sello de
La Fura es grandilocuente, monumental y muy historiada. La base material son unos enormes pilares sujetos con gruesos hilos que se levantan un poco, a media altura o hasta elevarse por encima de las cabezas de los cantantes con la intención de simular un cementerio, una iglesia, una trinchera o un palacio. Podéis ver algunas imágenes de la puesta en escena
aquí. Cuando se levantan del todo, quedan unos enormes huecos por los que tuve miedo de que se despeñara un cantante, como le ocurrió hace dos años a Anna Netrebko en un ensayo, quedando levemente herida de un pie. Por suerte, no hubo ningún accidente grave aunque en cierto momento el barítono estuvo a punto de quedarse enredado en las cuerdas mientras caminaba hacia atrás. Menos mal que los coristas que le acompañaban lo agarraron por los brazos y se lo llevaron. Aunque no me encantó, tampoco me molestó esta escenografía. Por lo menos, los de
La Fura ya no lanzan harina al público como hacían a finales de los 90. El vestuario es otro cantar ya que es la enésima puesta en escena de ópera en que los personajes van vestidos de nazis. Y encima, en un momento de lo más absurdo, coinciden con un grupo de monjas: ¿conocerá Ollé la postura de los nazis sobe los católicos? Diría que no.
Los cuatro protagonistas
La historia es dramática a más no poder, como corresponde al Romanticismo en el que se inscribe. En plena guerra civil aragonesa (siglo XV), un trovador ronda a una dama noble de la que está enamorado el Conde de Luna. Éste, muerto de celos, lo deja herido en un duelo. La enamorada, Leonora, cree muerto a su amado y decide meterse en un convento. El trovador es un caballero de las milicias insurgentes del Conde de Urgel que se han alzado contra el rey Fernando I de Aragón y además el hijo, más adelante veremos que adoptivo, de una gitana nómada. Tras varias tribulaciones, el trovador Manrico y Leonora se encuentran y se prometen en matrimonio pero Manrico debe partir a salvar la vida de su madre, apresada por Luna. Leonora decide pedir el indulto de Manrico a Luna pero se toma un veneno para morir antes de que Luna la obligue a casarse con él. Ella muere, él muere y la gitana desvela un horrible secreto del que hemos oído hablar a lo largo de toda la ópera.
Saludos del reparto
Entremos ya en lo más importante, las voces. Esta ópera reclama un pocker de ases por la dificultad vocal de los cuatro personajes principales: un tenor spinto, una soprano dramática, un barítono y una mezzosoprano. Las triunfadoras de la noche fueron las dos señoras: la Radavanovsky, en el papel de Leonora, venía ya como la gran estrella de la velada tras haber bisado
D'amor sull'ali rosee el 30 de junio y el 5 de julio. Se convertía así en la primera mujer y tercera persona en bisar un aria en la Ópera Bastille desde su inauguración en 1989: el primero fue Juan Diego Flórez, después vino
Lawrence Brownlee y ahora ella. Igual que cuando la vi en
Un ballo in maschera, la canadiense dio un lección magistral de canto porque todo lo hace bien: los trinos, los
pianissimi, los filados, la
messa di voce, los graves poderosos, los agudos luminosos... Oírla cantar es una delicia y yo he tenido la inmensa suerte de haberlo hecho dos veces. Toda su actuación fue magnífica y cada intervención suya fue aplaudida hasta el dolor de manos. Y como no hay dos sin tres, el director concedió el bis que el público pidió. No menos reconocida fue la mezzosoprano bielorrusa Ekaterina Semenchuk, otra gran representante del canto verdiano, que interpretó a la zíngara Azucena. Aunque su voz es bastante juvenil como para interpretar a una vieja hechicera, su técnica es impecable: demostró su enorme dominio del resonador de pecho y del pasaje, subiendo y bajando del agudo al grave y viceversa sin esfuerzo aparente. Además, a nivel interpretativo fue la mejor.
Aplausos para la prima donna
El barítono Zeljko Lucic estuvo soberbio interpretando al malvado conde de Luna con ese canto tan complejo que Verdi le otorgó, como descoyuntado y desmembrado, la expresión misma de su alma atormentada por los celos y la venganza. Aparte de su pequeño incidente con las cuerdas antes mencionado, su actuación fue estupenda y su canto muy elegante, como corresponde a un personaje verdiano y más si es un noble. El personaje es malo pero su canto, no: parece que a algunos se les olvida. Por suerte, Lucic no es de esos. El punto negro de la velada lo puso, a su pesar, el rol titular: el pobre Marcelo Álvarez no tuvo su noche. Si bien el argentino nunca fue un ejemplo de finura, el viernes sufrió un inoportuno ataque de alergia que complicó mucho su prestación. Bebió de la cantimplora que lleva su personaje varias veces a lo largo de la función y hasta se oyó el ruidito de un spray (¿su inhalador?). La dirección del teatro anunció durante la pausa que, a pesar de sus afecciones, completaría su actuación. No sé si aplaudir su valor o criticar su temeridad: la consecuencia es que sólo cantó una parte de mi aria de tenor favorita,
Di quella pira, así que me quedé con las ganas de oír el tradicional y heroico do de pecho (no escrito en la partitura) dando vueltas por todo el teatro.
El reparto y el director saludan al público
Muy bien estuvieron también los personajes de reparto como Ruiz, Inés o Ferrando que abre la función con la historia de García, el desaparecido hermano menor del conde, interpretados por Yu Shao, Élodie Hache y Mika Kares, respectivamente. Fantásticos como siempre, los integrantes del coro. El director fue Maurizio Benini, uno de los favoritos de Pavarotti para sus galas. El maestro nunca ha sido un ejemplo de imaginación desbordante pero comprende el estilo verdiano y además es muy complaciente con los cantantes. "¿Para qué ser creativo en el foso si eso ya lo pueden hacer los que están sobre el escenario?" debe de pensar el hombre.
Ovación final
Si le puedo poner un pero a la función es la interpretación que se pasó de verista, una forma de actuar completamente ajena al estilo y varias décadas posterior a Verdi. Estos aspavientos y gemidos acabaron afectando al canto, sobre todo, el de los dos enamorados. No sé de quién fue la culpa pero en una obra tan siniestra como El Trovador, que transcurre casi entera de noche, son Leonora y Manrico quienes con su amor generoso e incondicional, su nobleza de sentimientos y su conmovedora pasión ponen luz cálida a la tragedia, la guerra y el destino fatídico. Del amor, sobre alas rosas... canta Leonora: un poco de sensualidad y calidez en una historia de guerra civil, venganzas encallecidas y fatalidad. Uno de los ejemplos supremos de exceso sentimental romántico. No se puede poner mejor broche a esta temporada lírica.
Yo también iba de rosa