martes, 10 de julio de 2018

Almas salvajes: pintores de los países bálticos

Parece que ya han quedado atrás aquellas polémicas que rodeaban al Musée dOrsay. No había exposición que no levantara una polvareda de críticas como ocurrió con Esplendor y Miseria y sus predecesoras. Y si no eran los temas elegidos para las muestras, eran causas externas como la ministra de Cultura que sacó y publicó fotos, algo vetado para el resto de visitantes. Estos últimos dos años han sido fantásticos en cuanto a exposiciones, no sólo por el interés intrínseco de éstas sino también por su excelente presentación e hilo argumental, como ocurrió con Más Allá de las Estrellas o la dedicada a los retratos de Cézanne. Ahora seguimos con una exposición que cuenta con el altísimo patronato del Presidente de la República Francesa y sus homólogos de Lituania, Letonia y Estonia.

Sacrificio de Kristjian Raud: tres figuras como los tres países invitados 


Estos son tres países bastante desconocidos para el público occidental pero con una historia muy interesante, por desgracia, ensombrecida por la de sus poderosos vecinos quienes los conquistaron en diferentes ocasiones: el enorme reino medieval de Dinamarca, el Imperio Alemán y previamente su germen, Prusia, el Imperio Ruso e, incluso, Polonia han gobernado sobre estos territorios en diferentes etapas. Gracias a su independencia definitiva de la URSS, los tres bálticos empezaron su andadura independiente y entraron a formar parte de la Unión Europea en 2005.

Nec mergitur de Ferdynand Ruszczyc. El barco simboliza a Polonia y su capacidad para reponerse del control de sus vecinos que se la han repartido en varias ocasiones.


Reconozco que no sé mucho del arte de estos países y esta exposición es una excelente oportunidad para ello, al menos, en su etapa simbolista aunque en ella también hay importantes influencias del impresionismo, el expresionismo, el fauve e, incluso, el estilo nabi. Como elemento característico, hay que destacar la importancia de las tradiciones paganas precristianas en la cultura de estos países, lo que casa muy bien con la espiritualidad simbolista. Junto con la presencia de la Naturaleza más salvaje y la búsqueda de los sentimientos más íntimos del alma humana, el misticismo es el elemento conductor de estos artistas, de ahí el nombre con el que los comisarios han bautizado esta muestra. Comienza el recorrido de la misma con la sección dedicada a la mitología y las leyendas tradicionales que se ven como una alternativa a un universo contemporáneo decepcionante.

La partida a la guerra de Nikolai Triik

El segundo punto sobre el que pivota la muestra es el alma y sus secretos de ahí el enigmático carácter de los retratos que nos muestran personajes incómodos, volubles ante los problemas sociales y políticos. Estas pinturas nos plantean muchas preguntas, como no podía ser menos tratándose de la época en que nació el psicoanálisis y se producían unos cambios tan intensos y acelerados. 

Entre todas ellas destaca el retrato del pintor Konrad Mägi, realizado en París por su amigo Nikolai Triik, uno de los más importantes de la historia del arte estonio. Se expuso en el Salón de los Independientes en 1908 y es un importante ejemplo del espíritu de fin de siglo XIX, con la expresión melancólica del protagonista. Su elegante traje negro contrasta con el muro blanco, como poniendo distancia entre la figura y el mundo que le rodea. Mägi sufrió unas condiciones de vida difíciles, problemas de salud e inestabilidad psicológica lo que, unido a sus ideas nihilistas, le hicieron ser el prototipo de artista talentoso y atormentado que se refleja en el cuadro. 

Retrato de Konrad Mägi de Nikolai Triik


Pero la mayor parte de las obras reflejan la vida de personajes anónimos de forma tanto realista cmo alegórica. Uno de los cuadros que más desasosiego me produjo fue el de La Muerte de Rozentäls porque presenta a la Parca violentamente inclinada junto a un bebé y, además, vestida de blanco y no de negro como es lo habitual. Con ese color da mucho más miedo y es aún más impactante.

La Muerte de Janis Rozentäls

No menos tenso resulta el cuadro Joven paisana, elegido por los comisarios como cartel de la exposición. En apariencia, es una escena banal con una campesina en primer plano y un segador detrás en un campo de trigo. Sin embargo, hay una extraña sensación en esa enigmática chica de mirada profunda que se clava en el espectador. Esta misteriosa figura estática, impasible el ademán, nos mira casi desafiante mientras el cielo amenaza tormenta: la tonalidad azul grisácea de ese inquietante cielo contrasta teatralmente con el color pajizo del campo, el verde oscuro del bosque lejano y el parduzco de las ropas.

Joven paisana de Johann Walters


Pero no todos los personajes aparecen atormentados o desafiantes. La princesa y el mono resulta mucho más alegre y frívola y fue, además, una obra muy popular que se mostró por primera vez en la Exposición de la Secesión. Posiblemente sea una alegoría de la dependencia del artista al arte o a la vida social aunque otros ven una representación de la rendición de los hombres a los encantos de las mujeres.

Princesa con un mono de Janis Rozentäls

Como último apartado de la exposición, hay una importante selección de paisajes. En los artistas bálticos, la Naturaleza está investida de una carga metafísica, una necesidad de aprehenderla subjetiva e intelectualmente sin ceder a la sensación visual primaria. Esa elección del paisaje como un marco en el que expresar las propias pasiones del observador ya lo vimos aquí. Así, el entorno natural se convierte no sólo en un enclave mágico cargado de simbolismos sino también en el mejor medio de expresión de la creatividad artística: pinceladas gruesas o finas, colores suaves o intensos, predominancia de agua o de vegetación o de cielo... los artistas bálticos muestran aquí la influencia del impresionismo, los primeros pasos al expresionismo, la colorida explosión fauve, el misticismo nabi, el detallismo puntillista y el arrojo postimpresionista: un ensamblaje perfecto entre fondo y forma.

Paisaje noruego de Konrad Mägi


Pero los pintores no sólo presentan la naturaleza salvaje de sus países como un elemento definitorio de los mismos sino también como una representación de algo más elevado. Por ejemplo, la serie de la Creación del Mundo de Ciurlionis nos muestra el ciclo cósmico con colores audaces, una expresión abstracta y dos partes definidas: la primera con un claro dominio del azul que enseña el mundo en formación y la segunda, más variada en formas y colores donde vemos el desarrollo de la vida en un planeta ya formado. Sin duda, el autor estuvo interesado en la cosmologia desde un punto de vista religioso y científico, entrando en contacto con las religiones orientales, la Biblia y el creacionismo. Pero ese lado espiritual se ve compensado con las  hipótesis filosóficas y científicas de Kant y Laplace quienes ya contemplaron la formación del Sistema Solar a partir de una nube de gas cósmico. El desarrollo de la vida y la vegetación acuática nos trae las teorías de Darwin y las formas delicadas y sutiles nos hablan de una posible influencia de Los Orígenes, la serie de litografías de Odilon Redon.

Bosque de abedules de Johann Wallters

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