El fin de semana del 25 y 26 de junio, se cumplieron diez años de la inauguración del Museo Quai Branly, uno de mis favoritos. Para celebrarlo, se organizaron todo tipo de actividades tanto en el interior del museo como en sus jardines y la entrada fue gratuita. Además, a partir de ahora, el centro se llamará Quai Branly Jacques Chirac en honor al expresidente francés que fue promotor y fundador del mismo. Pero no acaban aquí los homenajes al político conservador sino que se ha inaugurado una exposición sobre su persona y sobre el proceso que condujo a la creación del museo y del que él fue uno de los partícipes.
Para explicar el larguísimo proceso se ha inaugurado una exposición llamada Jacques Chirac o el diálogo entre las culturas. Por su organización, por los temas que trata y por la confluencia de todos ellos en el recorrido final, la exposición nos recuerda un río: fluye, recibe aportaciones y desemboca en una conclusión. Comienza tratando el importante tema de la evolución que la apreciación del arte de los diferentes continentes ha tenido en Europa, desprecio al principio, admiración después. Ese cambio vino propiciado por el paso de la fase de colonialismo con su creencia en la superioridad intelectual de los europeos a la colaboración entre países independientes y al nacimiento de una conciencia cultural universal. Todo ello explicado por secciones como la conciencia del propio valor cultural de estos pueblos, las diferentes representaciones de la divinidad y la influencia de los llamados libros-faro que abrieron el interés en Europa por otras culturas como los publicados por André Malraux, el que fuera ministro de Cultura durante los gobiernos de Charles de Gaulle. Asimismo, hay una sección dedicada al arte moderno que no sólo cambió la forma de entender el arte sino que también se inspiró en los artes tradicionales de estos pueblos como las estampas japonesas o las esculturas de madera africanas. Destacan algunos hitos en esta evolución como la exposición de Arte Degenerado que el gobierno nazi organizó en 1931 y que triplicó el número de visitantes de su coetánea exposición de arte alemán ario, la apertura del Museo del Hombre de París en 1947, la creación del Museo de de artes africanas y oceánicas de Marsella o la sobrecogedora interpretación del himno nacional francés por parte de la mezzosoprano norteamericana Jessye Norman en los fastos organizados por Mitterrand para la celebración del segundo centenario de la toma de la Bastilla.
Orgullo de la negritud de Wifredo Lam
Cabeza de niño de Constantin Brancusi
Cosmología inuit de Paulosee Kuniliusee, esculpida en una vértebra de ballena
Todos estos aspectos confluyen en la biografía, hagiografia en ciertas
partes, de Jacques Chirac que supone el último tramo de la muestra.
Vemos pasar la infancia, adolescencia y primeros años de juventud de
Chirac. A continuación, se nos hace el retrato del hombre culto y
refinado que era: cómo nació su interés por las culturas asiáticas
después de una visita al Museo Guimet, su conocimiento del mundo árabe y
africano así como el nacimiento de su gusto por las culturas americanas
precolombinas y de las culturas de los pueblos del Polo Norte. Fue
decisiva su contribución en la creación de un departamento de Artes de
África, Asia, América y Oceanía, germen de lo que más adelante sería el
Museo Quai Branly, y otro de Arte Islámico, ambos en el ala Denon del
Museo del Louvre. Y, por supuesto, fue el gran promotor del Quai Branly
que ahora le rinde homenaje. En la exposición también se hacen continuas
referencias a la carrera política de Chirac aunque bastantes menos de
las que esperaba, quizá para no levantar polémicas. En cuanto a la muestra en sí, estará abierta hasta el 9 de octubre y la recomiendo a todos: no es necesario conocer el personaje ni su trayectoria. Al tratarse de una exposición polifacética y muy variada en la que podemos encontrar desde un cuadro de Picasso hasta unas máscaras de teatro japonés pasando por un retablo gótico o esculturas africanas, no satura y se ve a gusto sin resultar recargada y eso a pesar de las excesivas explicaciones, como siempre, del Quai Branly.
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