A lo largo de sus 14 años como presidente, Mitterrand ocultó varios aspectos de su vida siendo el principal de todos ellos su propia salud. Con el testimonio de su médico personal, de periodistas y de antiguos colaboradores suyos, el documental La maladie au secret va desgranando, de forma cronológica, el avance del cáncer y de cómo el presidente y su equipo establecieron un pacto de silencio sobre la enfermedad. La acción empieza el mismo 10 de mayo de 1981, el día en que se celebró la segunda vuelta de las elecciones en las que Mitterrand se alzó con la presidencia de la República. En ese momento, sufría dolores de espalda pero Mitterrand siguió adelante sin preocuparse. Sólo seis meses después de jurar el cargo, los médicos le diagnosticaron cáncer de próstata y metástasis ósea. La preocupación no se centraba sólo en la enfermedad en sí sino, sobre todo, en la posible opinión negativa hacia un presidente enfermo. No hacía muchos años, Georges Pompidou había fallecido en el cargo tras haber ocultado una enfermedad que ya conocía antes de acceder a la presidencia. Unas semanas más tarde de conocer su situación, Mitterrand declaró en una entrevista, con un cinismo digno de estudio, que estaba aquejado de un simple lumbago.
Pero el deterioro de su salud no había hecho más que empezar. Cuando sólo llevaba un año en el cargo, mayo de 1982, sufrió una embolia atajada a tiempo por la rápida actuación de su médico personal, el doctor Claude Gubler. A pesar de haberle previsto una esperanza de vida de apenas cuatro meses, Mitterrand no sólo se recuperó sino que mejoró ostensiblemente su bienestar general. Tanto, según el documental, que en cierto modo olvidó que estaba enfermo. El doctor Gubler se ocupaba de su salud los 365 días del año tanto en Francia como en sus viajes al extranjero. Así aguantó su primer septenio de mandato ocupado en sus tareas presidenciales y evadiéndose de su realidad física. Una de sus actividades preferidas era visitar la cripta de Taizé y es que, a pesar de ser agnóstico, era gran amigo del abad de Taizé y solía pasar horas enteras allí reflexionando y meditando. Además, también ocupaba sus ratos libres visitando el apartamento que ocupaba su compañera sentimental Anne Pingeot, conservadora del Museo de Orsay, con quien tuvo una hija llamada Mazarine. En aquellos momentos, Mazarine era sólo una niña que con su alegría infantil ayudaba a su padre a sobrellevar la enfermedad. Éste es el otro gran secreto de Mitterrand: a pesar de llevar décadas casado con Danielle, con la que tenía tres hijos, nunca se divorció de ella sino que mantuvo su relación con Pingeot paralelamente a su matrimonio. Pero que nadie sienta lástima por Danielle ya que, mientras su marido llevaba esta doble vida, ella trajo a su amante, que era también su entrenador personal, a vivir a casa.
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Sin empeorar aparentemente, llegó el final de su primer mandato con las energías renovadas y la ilusión por conseguir la reelección. El poder pasó a ser la mejor terapia para Mitterrand y así programó la campaña electoral de mayo de 1988 sin consultar con su médico. Algunos actos populares en los que se mostraba pletórico no hacían presagiar lo que ocurriría después. Resultó reelegido pero la enfermedad seguía avanzando y esta vez los síntomas eran demasiado evidentes para negarlos. A finales de julio de 1990, el Elíseo publicó un comunicado sobre el deterioro de salud del Presidente y éste incluso se planteó dimitir pero rechazó la idea puesto que Francia se había embarcado, junto con otros países, en la Guerra del Golfo Pérsico. Comenzó a verse cansado, sin la energía que le caracterizaba, y los tratamientoa médicos no funcionaron de manera que se decidió que se sometiera a una operación en agosto de 1992 aunque Mitterrand decidió aplazarla a septiembre ante la inminente celebración del referéndum sobre el Tratado de Maastrich en el que, según las encuestas, parecía que iba a ganar el no. El presidente se volcó en la campaña a favor del sí y participó en un programa televisivo de más de tres horas dando toda clase de explicaciones sobre el tratado en cuestión y debatiendo con varios periodistas y otros escépticos al tratado. Fue operado de cáncer de próstata para extraerle un adenocarcinoma y la prensa alabó la transparencia de su gabinete. ¡Qué ironía! Cuatro días después de salir del hospital, se celebró la consulta sobre Maastrich y el sí ganó por un estrecho margen en unas de las elecciones con menor
participación de la historia.
A pesar de no querer que la gente lo viera como un enfermo y de retomar sus actividades inmediatamente, Mitterrand no pudo evitar que en su partido comenzara la guerra por la sucesión. Además, el suicidio de su ex-primer ministro Pierre Bérégovoy, tras verse involucrado en un caso de corrupción sin pruebas concluyentes, le conmovió de manera muy profunda. El documental elucubra sobre si en ese momento Mitterrand empezó a ser consciente de la cercanía de la muerte y de la debilidad humana. Lo que sí es cierto es que faltaba poco más de un año para el final de su segundo mandato y empezó a mostrarse en público cansado y debilitado mientras, en privado, se sentía cada vez más asustado por la enfermedad: cambió de médico, empezó a visitar a un homeópata, a recibir tratamientos de medicinas alternativas... El pueblo se preocupaba también por la salud de su presidente ya que, en Francia, el jefe de Estado es el encargado de la política internacional lo cual le obliga a viajar a menudo y Mitterrand empezó a estar indispuesto para tales funciones. Como mazazo final y en plena decadencia física y anímica, en enero de 1994, se publicó el libro Une jeunesse française de Pierre Péan en el que se revelaba su pertenencia a la Cagoule, una organización terrorista de extrema derecha, y su apoyo a la Francia de Pétain durante la Segunda Guerra Mundial. Acudió a un programa de televisión para dar explicaciones sobres estos hechos en una larga entrevista con el periodista (judío sefardí para más señas) Jean-Pierre Elkabbach pero dio claros síntomas de cansancio físico y mental: ya no era el Mitterrand astuto e incisivo en sus respuestas, aquél que controlaba las entrevistas, sino un señor un poco perdido en sus débiles argumentos de un supuesto desconocimiento de la realidad de la época por su parte y por la del resto de franceses. A partir de ahí, su declive era indisimulable en lo personal y en lo político. De hecho, sus últimos meses en el cargo fueron un gobierno de cohabitación presidido por Jacques Chirac, quien aprovechó esta debilidad para realizar políticas totalmente contrarias a las que siempre había defendido Mitterrand y que sería su sucesor en la presidencia. Realizó el traspaso de poderes tras las elecciones de 1995, su último acto público, en el palacio del Elíseo y, a continuación, acudió a la sede del Partido Socialista en la calle Solférino para dar su último discurso a sus compañeros. Murió el 8 de enero de 1996 y no faltan los que dicen que se le practicó la eutanasia a petición propia.
Fue uno de los constructores de la Unión Europea, una de las personas más influyentes en política internacional de su época, responsable directo del fin de la guerra fría y de la caída del comunismo, un líder nato para su país, un hiperactivo presidente que cambió Francia con sus decisiones y sus políticas y, para muchos, el último monarca absoluto que ha tenido Francia. Pero también un gran manipulador, un ocultador de la realidad (cachotier se dice en francés), un hombre ambicioso y poderoso, un encantador de serpientes, capaz de pactar con dios y con el diablo. Un hombre del que, veinte años después de su muerte, todavía no se conocen todas sus facetas.
A pesar de no querer que la gente lo viera como un enfermo y de retomar sus actividades inmediatamente, Mitterrand no pudo evitar que en su partido comenzara la guerra por la sucesión. Además, el suicidio de su ex-primer ministro Pierre Bérégovoy, tras verse involucrado en un caso de corrupción sin pruebas concluyentes, le conmovió de manera muy profunda. El documental elucubra sobre si en ese momento Mitterrand empezó a ser consciente de la cercanía de la muerte y de la debilidad humana. Lo que sí es cierto es que faltaba poco más de un año para el final de su segundo mandato y empezó a mostrarse en público cansado y debilitado mientras, en privado, se sentía cada vez más asustado por la enfermedad: cambió de médico, empezó a visitar a un homeópata, a recibir tratamientos de medicinas alternativas... El pueblo se preocupaba también por la salud de su presidente ya que, en Francia, el jefe de Estado es el encargado de la política internacional lo cual le obliga a viajar a menudo y Mitterrand empezó a estar indispuesto para tales funciones. Como mazazo final y en plena decadencia física y anímica, en enero de 1994, se publicó el libro Une jeunesse française de Pierre Péan en el que se revelaba su pertenencia a la Cagoule, una organización terrorista de extrema derecha, y su apoyo a la Francia de Pétain durante la Segunda Guerra Mundial. Acudió a un programa de televisión para dar explicaciones sobres estos hechos en una larga entrevista con el periodista (judío sefardí para más señas) Jean-Pierre Elkabbach pero dio claros síntomas de cansancio físico y mental: ya no era el Mitterrand astuto e incisivo en sus respuestas, aquél que controlaba las entrevistas, sino un señor un poco perdido en sus débiles argumentos de un supuesto desconocimiento de la realidad de la época por su parte y por la del resto de franceses. A partir de ahí, su declive era indisimulable en lo personal y en lo político. De hecho, sus últimos meses en el cargo fueron un gobierno de cohabitación presidido por Jacques Chirac, quien aprovechó esta debilidad para realizar políticas totalmente contrarias a las que siempre había defendido Mitterrand y que sería su sucesor en la presidencia. Realizó el traspaso de poderes tras las elecciones de 1995, su último acto público, en el palacio del Elíseo y, a continuación, acudió a la sede del Partido Socialista en la calle Solférino para dar su último discurso a sus compañeros. Murió el 8 de enero de 1996 y no faltan los que dicen que se le practicó la eutanasia a petición propia.
Fue uno de los constructores de la Unión Europea, una de las personas más influyentes en política internacional de su época, responsable directo del fin de la guerra fría y de la caída del comunismo, un líder nato para su país, un hiperactivo presidente que cambió Francia con sus decisiones y sus políticas y, para muchos, el último monarca absoluto que ha tenido Francia. Pero también un gran manipulador, un ocultador de la realidad (cachotier se dice en francés), un hombre ambicioso y poderoso, un encantador de serpientes, capaz de pactar con dios y con el diablo. Un hombre del que, veinte años después de su muerte, todavía no se conocen todas sus facetas.
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