Empiezo por el final: todo el elenco recibe la ovación del público
Los seis cantantes solistas y la actriz que interpretó a Berenice salen a saludar
Sinceramente, La Clemenza es un poco tostón. Fue la última
ópera que el divino Mozart compuso aunque no la última que estrenó, ya
que este honor corresponde a La Flauta Mágica.
El pobre Wolfgang estaba arruinado y enfermo de manera que aceptó
componer una ópera seria para la fiesta de coronación de Leopoldo II,
rey de Bohemia. No fue muy bien recibida por los ilustres invitados y la
propia esposa del rey, la española María Luisa de Borbón, la calificó
de "porquería alemana". No obstante, se representó en diferentes lugares
de Europa durante muchos años y fue una obra admirada por su estilo
clásico y sus bellas melodías. Resulta un poco dura la primera parte,
que comienza con un recitativo y no con un número musical que es lo
habitual en Mozart. La segunda es mucho más interesante y es donde se
concentran las mejores arias: la de Annio, la segunda de Sesto, la de Tito y la
segunda de Vitellia.
A punto de empezar
Es un poco paradójico que un músico
que pasó a la historia por la renovación de la ópera en su fondo y
forma, volviera en sus últimas semanas de vida a la ópera seria, aquel
tipo de ópera que componía siendo un adolescente. Al tratarse de ópera
de tema clásico, hay un papel de castrato lo que dificultó durante años
la representación de la misma. Hoy este tipo de papeles los representan
mezzosopranos. La historia, ficticia, recrea una hipotética conjura
contra el emperador Tito Vespasiano iniciada por Vitellia, la hija del
depuesto emperador Vitellio, muerta de celos porque Tito, del que está secretamente enamorada, se va a casar
con una princesa extranjera. Los deseos de venganza por el derrocamiento
de su padre y su decepción por no ser ella la nueva emperatriz la
llevan a manipular a Sesto, uno de los mejores amigos de Tito, para que
lo asesine. Con estos mimbres, Mozart compuso una ópera bella pero fría,
en la que las emociones de los personajes se muestran apenas en las
arias individuales, preciosas, pero insuficientes para remontar el vuelo
dramático.
La orquesta calienta motores
La solemnidad de la ópera casaba muy bien con el entorno. Era la primera vez que asistía a una representación en el magnífico Teatro Garnier.
Aunque nuestro palco era lateral y en la segunda altura, nos sentimos
como reyes: todo el espacio está entelado en terciopelo rojo, hay una
zona de antepalco con un mullido banco, un espejo con ménsula, lámpara y
un perchero para retocarse el maquillaje y dejar los abrigos. Nuestros
asientos eran unas sillas, también tapizadas en tercipoleo rojo,
bastante cómodas lo que me sorprendió, ya que yo estaba sobre aviso de que el patio de butacas
era incomodísimo, en especial, para aquellos que tenemos las piernas
largas.
Las sillas de los palcos
El otro espectáculo: ver lo que se cuece en el patio de butacas
En lo artístico, el director fue Dan Ettinger
quien mantuvo el pulso de la obra firme lo que ya es mucho siendo una
ópera barroca. La puesta en escena de Willy Decker, que data de 1997,
podría denominarse clásica pero renovada: hombres en calzones y mujeres
en polisón pero con un vestuario de líneas depuradas y una ausencia de
elementos decorativos para destacar un gran bloque de mármol que se irá
convirtiendo en el busto del nuevo emperador. Como acompañamiento, unos telones de bonitos dibujos como si fueran acuarelas para realizar los cambios de escena. Esta aparente simplicidad
ayuda a dejar todo el protagonismo a las voces que son lo importante.
Para mí, un acierto. También me gustaron la Orquesta y Coros de la Ópera
Nacional de París que actuaron magníficamente; no esperaba menos de
estos grandes profesionales.
Información de la ópera
Respecto a los cantantes,
compré las entradas para esta representación porque quería escuchar al
tenor protagonista y a la mezzo que interpreta a Sesto. Tito Vespasiano
fue el norteamericano Michael Spyres. El problema de los tenores en las
óperas serias mozartianas es que son el hilo conductor de la historia
pero las canciones bonitas y las interpretaciones importantes se las
llevan los demás. No obstante, Spyres hizo gala de su bella voz y cantó
muy cómodo su aria del segundo acto Se all'impero... en la que no
ahorró ni una nota de las difíciles coloraturas. Fue de menos a más a lo largo de
la ópera. La más aplaudida de la noche fue la Vitellia de Aleksandra
Kurzak: sin duda, es el personaje más complejo, tanto en lo musical como en
lo interpretativo, y la polaca me sorprendió gratamente y salvó bastante
bien las dos arias demoníacas que Mozart escribió para este papel (Deh, si piacer mi voui... y Ecco, il punto, o Vitellia)
en las que la soprano debe alcanzar notas agudísimas seguidas de otras
muy graves y al revés, pasando del registro de cabeza al de pecho y
viceversa rápidamente. Estas idas y venidas en la tesitura nos muestran el carácter neurótico e inestable del personaje. El otro gran punto de interés estuvo en el Sesto
de Marianne Crebassa, una mezzo francesa muy interesante que canta muy
bien y que está llamada a ser una gran estrella aunque, a mi juicio, le
falta un poco de arrojo en la interpretación. Esperemos que vaya
mejorando y adquiriendo tablas. Dulce y angelical sonó la Servilia de
Valentina Nafornita, con una voz bastante mezzosopranil para el papel,
quizá para remarcar que es la hermana de Sesto. También sonó inocente el
Annio de Angela Brower, muy bien en todas sus intervenciones y muy
convincente en su aria Tu fosti tradito. Ambos representan la
sinceridad y la inocencia de la juventud en esta ópera de intrigas y
venganzas. Mucho menos lucido es el papel de Publio aunque lo interpretó
muy bien el bajo Marko Mimica. Estoy muy contenta de haber asistido a este jornada con este plantel de cantantes jóvenes y con muchas ganas de demostrar lo que valen.
La extranjera Berenice es la prometida de Tito pero el matrimonio no llega a celebrarse
Al igual que pasó en Don
Carlos, el público empezó muy frío y tosedor (no era para menos con el
diluvio que estaba cayendo ese día) y en la primera parte hubo pocos
aplausos. Tampoco es que la belleza marmórea de la ópera haga entrar en
calor al público fácilmente. El segundo acto fue muy diferente: el
atentado contra Tito ya se ha producido y los personajes empiezan a
manifestar sus emociones y su arrepentimiento por la traición. Además,
es en esta parte cuando los diferentes cantantes tienen sus mejores
arias de lucimiento y unos concertantes estupendos para ensamblar sus
voces. Al final, grandes aplausos para todos y una buena parte del
público braveó a los solistas, incluida yo. Y así termina este mes de
noviembre tan operístico: empecé con Don Carlos, seguí con Don Juan
y termino con el augusto Tito. Las tres óperas tienen en común que sus
protagonistas desencadenan la acción pero son otros personajes quienes
la desarrollan y quienes tienen más y mejor presencia musical y actoral.
Con los tres caballeros y sus acompañantes he disfrutado muchísimo.
Publio, Annio, Sesto, Tito, Vitellia, Servilia
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