sábado, 16 de diciembre de 2017

El Barbero de Sevilla

Hay oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida: que entradas de patio de butacas para la ópera a casi 150€ salgan en oferta de último minuto a sólo 20€ es una de ellas. Es uno de esos pequeños milagros que, a veces, se producen en internet. Sobre todo, si hay un pajarito que te informa de esta venta especial.

Vuelvo al Teatro des Champs Elysées pero esta vez con unas vistas muy buenas: nada menos que la tercera fila del patio de butacas. Creo que nunca en mi vida he estado tan cerca del escenario en ningún espectáculo que haya visto. Mucho planificar y organizar pero, al final, los mejores planes son aquellos que aparecen por sorpresa y que se deciden en el último minuto. Si además se apuntan dos buenas amigas, aún mejor.

Reconozco de entrada que El Barbero de Sevilla no es mi ópera favorita, de hecho, las comedias rossinianas suenan todas muy parecidas. Pero a nadie le amarga un dulce y como mi ópera favorita es Las Bodas de Fígaro, siempre está bien ver cómo llegan a enamorarse los condes de Almaviva y se casan gracias a la mediación de Fígaro, burlando la vigilancia de Don Bartolo, el tutor de Rosina. Parece mentira que en sólo tres años los personajes cambien tanto de una historia a otra.

 
 El reparto recibe la calurosa ovación del público

Esta representación del 14 de diciembre era un poco especial ya que se enmarca dentro del programa que el Teatro des Champs Elysées desarrolla para dar a conocer jóvenes talentos. Los precios son moderados y la popularidad de los títulos elegidos permite a estos artistas foguearse en un teatro de primera fila como el que nos ocupa. Aquí al completo.

El Conde de Almaviva fue interpretado por el galés Elgan Llŷr Thomas. Su primera cancioncita (Ecco ridente in cielo) sonó un poco tímida pero fue ganando enteros conforme avanzaba la obra para terminar con un muy buen rondó Cessa di più resistere, muy aplaudido. Estuvo correcto en las coloraturas pero a su voz le faltaba un poco de intensidad. A nivel interpretativo fue convincente como galán, ya que es un chico muy guapo, y también en su vis cómica, de hecho, me recordaba a Mortadelo con tanto disfraz. 

 
 Cartel anunciador

Uno de los triunfadores fue el rol titular de la ópera, ese Fígaro, barbiere d'inferno, de Guillaume Andrieux. Sin duda, es el personaje más atractivo de la función y, en esta ocasión, no sólo por su aspecto: nuestro Fígaro parecía Fu Manchú, con una barba larga, una trenza hasta el culo, y lleno de tatuajes, saliendo a la escena en un columpio y sin parar de moverse. Andrieux estuvo fenomenal en toda la parte: la voz bien timbrada, atractiva y pícara sentaba como un guante al papel, que también estuvo muy bien interpretado. Recordemos que Fígaro no es sólo su demoníaca entrada y su laralalera laralala.

La gran triunfadora de la noche fue la única dama protagonista: la Rosina de Alix Le Saux, mezzosoprano (este papel se suele interpretar en las tres tesituras femeninas) que se robó el espectáculo con una gran voz, intensa y con muy buena proyección, como la de una gran estrella. Y, además, acompañada de una interpretación muy graciosa. Desde el inicio con su aria Una voce poco fa, se metió al público en el bolsillo. Hay que contradecirla: en la ópera, una voz hace mucho y la suya va a hacer grandes cosas. Recordad su nombre porque apunta alto. 

Muy braveado fue también el Bartolo del onubense Pablo Ruiz. Su interpretación fue soprendente ya que se trata de un barítono y no de un bajo bufo como reclama el papel. En cualquier caso, su voz sonó luminosa y su participación fue fantástica. Don Basilio de Guilhem Worms que también estuvo muy bien, muy cómico, parecía un murciélago rondando por el escenario. Podemos mencionar el buen trabajo de los comprimarios destacando una magnífica Berta de Eléonore Pancrazi y del coro Chœur Unikanti, divertidísimos y cantando magníficamente gracias a la labor de su director Gaël Darchen.

 
 Mejores vistas imposible. No hay más que comparar con las de la última vez

Personalmente, lo que más me gustó fue la actuación grupal en los fantásticos concertantes y, en esta ópera hay unos cuantos, en los que las voces sonaron perfectamente ensambladas y equilibradas. Además, estos números vinieron acompañados de bailes muy graciosos pero sin caer en el ridículo (ay, ese Festival de Salzburgo de 2006 en que los cantantes se movían como si estuvieran en la función escolar de una guardería).

Todos fueron aplaudidísimos, incluido, el director musical, Jérémie Rhorer, y su propia orquesta, Le Cercle de l'Harmonie, que pusieron una pasión, unas ganas y una entrega dignas de elogio. No perdieron el ritmo ni la diversión en ningún momento. Un acompañamiento perfecto a las voces.

Es una lástima que no saliera a saludar Laurent Pelly, el escenógrafo y diseñador de una puesta en escena divertida, moderna y coherente con la historia. Por fin, un director que se ha leído el libreto antes de empezar a sacar paridas de su cabeza. El hilo conductor fueron unas partituras que iban tomando diferentes formas: construían la fachada de la casa de Bartolo, o la base sobre la que Almaviva corteja a Rosina, o un panel escrito con una canción que se pliega ante la huida de los amantes (muy divertido y aplaudido). De esas partituras salían los propios pentagramas sobre los que se escribía una canción o que, puestos en vertical, formaban unas rejas para remarcar que Rosina quedaba encerrada en casa. La profusión de blanco y negro, incluido el vestuario exclusivo en negro, me pareció moderna pero interesante: un punto de vista fresco y diferente pero sin molestar y, lo más importante, sin cambiar la historia. Fue todo muy gracioso pero refinado, nada grotesco o chabacano: el público no paraba de reír y, cuando salieron los miembros del coro vestidos de guardias civiles al final del primer acto, casi me caigo al suelo de la risa.


Reparto de la noche

Esta representación va a ser emitida el próximo 29 de diciembre por el canal Arte pero con el primer reparto, aunque, no ha recibido tan buenas críticas como este segundo. Y, por el momento, aquí acaba mi recorrido operístico: no está mal haber visto cuatro óperas en cinco semanas y en cuatro teatros diferentes. Don Carlos en Bastilla, Don Giovanni en el Bobino, La Clemenza di Tito en Garnier y, ahora, El Barbero... en Champs-Elysées. Próximamente más.

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