Los actores reciben el aplauso del público
Nada más entrar lo que me llamó la atención fue que el bar estaba
lleno y los precios de la comida y la bebida eran bastante ajustados.
Había mucha gente joven y el teatro estaba casi lleno. Los asientos son
muy cómodos así que pasé una noche muy agradable. No hay nada peor que
ir al teatro y recordar la velada por un dolor de espalda.
Teatro del Odéon
Aunque
Macbeth es una obra clásica, uno de los grandes hitos de la literatura
universal, se trata de una versión nueva. O eso pretende. La mayor parte
de la obra transcurre en un escenario de baldosas blancas como un
matadero donde se derramará la sangre. Es la enésima producción teatral
que se desarrolla en un espacio de baldosas blancas
así que de novedoso tiene poco pero, al menos en ésta, no se oye el
repiqueteo de los tacones al andar los actores. Así pues, esta puesta en
escena tiene poco de novedosa pero mucho de fea, como si el dramatismo y
las bajas pasiones sólo nos pudiera llegar a través de la fealdad. En
mi humilde opinión, creo que es todo lo contrario: la maldad hay que subrayarla con un plus
de belleza, es decir, la maldad tiene que ser más atractiva que la bondad, sino
todo el mundo sería bueno y no tendríamos historias interesantes que contar.
Al
no haber visto nunca esta obra en francés, no puedo juzgar el nuevo
lenguaje de la obra aunque la verdad es que sonaba muy actual e
informal. Me llamó la atención la curiosa pronunciación de Macbeth
(Macbez) aunque sólo es un detalle.
Mi entrada
Mientras la guerra
se muestra en el espacio blanco y aséptico con litros de líquido rojo,
los miembros de la Corte están en una estancia palaciega
pseudoversallesca y comen y beben con total tranquilidad.
Uno
de los puntos álgidos de la obra es la aparición de Lady Macbeth, el
personaje más complejo y quien provoca la acción que derivará en
tragedia. La actriz que la representa tenía la voz ronca y, aunque su
interpretación fue buena, esa voz me chirriaba un poco: yo creo que no
es su voz natural sino que está impostada para remarcar la maldad.
Volvemos al concepto del que he hablado antes: la Lady tiene que ser
seductora y convincente, es decir, debe verse y oírse atractiva, no con
voz cazallera. Comprendo que no todas las Ladys pueden ser como ésta, pero algo más de sutileza en la voz habría venido bien.
Palcos y balcones
Volviendo
a la dramaturgia, las interpretaciones están bastante bien en general,
tanto que el público se mete en la historia, a pesar de ver gente con
traje y corbata en lugar de caballeros medievales hasta que, lástima, en
el momento álgido aparece un borracho y se pone a hablar del Brexit. El
efecto son carcajadas del público, pérdida del dramatismo y del hilo de
la historia que, por desgracia, ya no se recupera más que en momentos
puntuales. Como ejemplo, valga decir que hay risas en la confesión de
Macbeth, en el momento del asesinato de la familia de Macduff (bebé
incluido) o cuando se le anuncia a Macbeth la muerte de su esposa, la
reina. El protagonista se pasa una buena parte de la obra descalzo (un
efecto otra vez mil veces visto) y la gente se ríe en sus
intervenciones, no porque el actor lo haga mal, sino porque no hay
ninguna relación entre lo que vemos y lo que oímos.
Por otro lado, el abuso de la estética gore
también causa varios momentos que resultaban risibles en lugar de
fantasmagóricos. La parte mágica o esotérica de la obra queda sepultada
por litros de sangre falsa y gritos de partos porque aquí las brujas
paren y de una forma muy gore y folletinesca, como en las malas series
de televisión o los telefilmes de sobremesa.
El espectáculo va a empezar
Si la aparición del fantasma del rey asesinado ya es bastante sanguinolenta, al final de la representación volvemos a los excesos gore y se nos presenta la cabeza de Macbeth cortada en una escena que nos recuerda las espeluznantes prácticas del Estado Islámico que vemos en los informativos. Si este detalle ya resta dramatismo, la aparición del nuevo rey (hijo de Duncan, el rey asesinado por Macbeth) se parece físicamente y habla exactamente igual que Macron. Ahí la que no pudo contener la risa fui yo. Y decepción personal mía, ¿dónde estaba Hécate? No aparece en toda la obra. El personaje que yo interpreté en una función resumida e infantilizada del colegio ni está ni se le espera. Mejor así. No quiero ni imaginar lo que le habría podido pasar en esta representación a mi bruja adorada.
Por
suerte, el actor que hace de Macduff , Jean-Philippe Vidal, lo
interpreta muy bien y nos devuelve la magia del teatro que es hacer
sentir emociones. Ante la invitación a la venganza por el asesinato de
toda su familia ("debéis vengaros como un hombre"), el pobre responde
con intensa pero contenida emoción "dejadme también resentirlo como un
hombre" y encima pronuncia bien Macbeth.
Si la aparición del fantasma del rey asesinado ya es bastante sanguinolenta, al final de la representación volvemos a los excesos gore y se nos presenta la cabeza de Macbeth cortada en una escena que nos recuerda las espeluznantes prácticas del Estado Islámico que vemos en los informativos. Si este detalle ya resta dramatismo, la aparición del nuevo rey (hijo de Duncan, el rey asesinado por Macbeth) se parece físicamente y habla exactamente igual que Macron. Ahí la que no pudo contener la risa fui yo. Y decepción personal mía, ¿dónde estaba Hécate? No aparece en toda la obra. El personaje que yo interpreté en una función resumida e infantilizada del colegio ni está ni se le espera. Mejor así. No quiero ni imaginar lo que le habría podido pasar en esta representación a mi bruja adorada.
Frescos de la cúpula
En fin, en resumidas cuentas, buen trabajo actoral pero la impresión de que no sé qué es lo que he visto. Los escenógrafos nos toman por tontos. Me explicaré: como las grandes obras tratan temas universales y atemporales, creen que se pueden transportar a la actualidad o a un medio aséptico para entenderlas mejor. Por mi parte, creo que los espectadores somos lo bastante inteligentes para comprender estos conceptos dentro de la historia. Y, por otro lado, aunque los temas, las emociones y las pasiones sean universales y atemporales, las historias no lo son. Podemos entender la ambición de poder, la manipulación, la lucha de clanes y otros temas tratados en Macbeth sin Macbeth, pero ¿debemos? Aunque los conceptos estén ahí, Shakespeare decidió presentarlos en un envoltorio determinado, ¿por qué eliminarlo? Es verdad que los conceptos se entienden sin la historia pero no al revés. En una obra de teatro, sabemos que hay unos actores que no sienten lo que vemos sino que lo interpretan, es decir, el espectador decide creerse lo que ve a sabiendas de que es falso pero, paradójicamente, esa obra tiene que mostrar la verdad. Si la diseccionamos y despedazamos como en una autopsia se pierde esa verdad. En primer lugar, cuesta meterse en la historia si la aíslan de su contexto y, segundo, los espectadores queremos ir a ver una obra no un tratado filosófico declamado en un escenario.
No me puedo quitar de la cabeza el sabor agridulce que me dejó esta obra.
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