lunes, 9 de enero de 2017

México 1900-1950

Una de las exposiciones más esperadas y publicitadas de esta temporada invernal ha sido la que el Grand Palais ha dedicado al arte mexicano de la primera mitad del siglo XX y que finaliza el 23 de enero. Aunque está dividida en cuatro partes, hay algunos elementos que van apareciendo a lo largo de todo el recorrido. Uno de ellos es la gran figura de Diego Rivera, la importancia de la pincelada, la evolución de su estilo, sus diferentes influencias y la importancia de su trabajo en el desarrollo del arte de su país. Otro es la crueldad que sufrió el pueblo mexicano durante la revolución zapatista, siempre presente, aunque cambia el tratamiento que recibe por parte de los diferentes artistas. Otro elemento destacable es la gran importancia de las mujeres tanto en la representación de la realidad como entre los artistas: hay varias féminas importantes, no sólo la particular Frida Kahlo, también Olga Costa, Nahui Olin (quien creó escuela) o la feminista María Izquierdo. También destaca la variedad de materiales y técnicas empleadas, algo lógico ya que se trata de arte moderno. No sólo se utilizan lienzos clásicos y pintura al óleo, a veces, se pinta sobre masonita o cartón y se emplean acuarelas, acrílicos, dibujos al carboncillo y otros. Lo mismo para las esculturas: las hay de muchos y diversos materiales (cartón, metal, piedra, cemento, ónice...). Además, en el tramo final de la muestra hay fotografías y un par de salas con escenas de importantes películas mexicanas en las que sobresale la distinguida presencia de María Félix, La Doña.

La vendedora de calas de Diego Rivera

Como decía, hay cuatro partes en esta exposición. La primera, que sirve de introducción, nos enseña la influencia de la pintura europea y los movimientos vanguardistas en los artistas mexicanos, muchos de ellos formados en París. Así vamos viendo la influencia de los estilos más importantes del arte moderno, en principio del impresionismo, posteriormente del expresionismo. También sienten influencias de otras corrientes europeas contemporáneas como el dadaísmo o el cubismo y de los grandes maestros clásicos como Goya que vemos en la obra de José Clemente Orozco. Aunque, al final, lo que predomina es la búsqueda de un lenguaje propio, un estilo nacional dentro de la variedad de expresiones personales.

Ciudad en la niebla de Roberto Montenegro
Paseo de los melancólicos de Diego Rivera
La futbolista de Ángel Zárraga

El segundo apartado nos enseña el contexto político: la revolución zapatista y la guerra, la miseria de los campesinos, la representación de las clases populares, los guerrilleros, el hambre, la muerte... La Revolución mexicana fue el motor del gran cambio cultural y artístico pero no el único. Los artistas fueron asumiendo los preceptos del ultraísmo, el maquinalismo y otras corrientes. Así lo vemos en la obra de Alfaro Siqueiros aunque también en pintores naïf como Rosa Rolanda.

La india de Abraham Ángel
Indias un día de mercado de Francisco Díaz de León
La vendedora de frutas de Olga Costa

En tercer lugar, la exposición nos presenta el posicionamiento de los artistas como alternativa ideológica frente al discurso en vigor y no sólo en lo político, con la adopción del discurso marxista o comunista de los artistas, también a nivel estilísitico. Aquí entramos en el terreno más personal del arte mexicano: el desarrollo de un lenguaje propio tanto en la literatura con el estridentismo como en la pintura con el muralismo que, además se comunicaban entre sí. La creación de enormes murales fue la respuesta de algunos artistas al deseo de contar la historia del país, la historia de su gente, sus raíces... de una forma simbólica que vas más allá de la figuración clásica enlazando con el realismo mágico. Además, se resalta la importancia de la antigua mitología precolombina que se redescubre y se llena de nuevas referencias identitarias.

Autorretrato de Olga Costa
Retrato de Nahui Olin de Dr. Atl, pseudónimo de Gerardo Murillo
Autorretrato después de cortarse el cabello de Frida Kahlo

Para finalizar, la cuarta parte nos ilustra el intercambio cultural entre México y su vecino del norte, los Estados Unidos, y cómo la influencia de los artistas mexicanos dinamizó culturalmente Nueva York, Los Ángeles o Chicago. Aparecen en esta sección las primeras obras surrealistas, que cobran un nuevo significado gracias al realismo mágico antes citado y, también, la abstracción. Se completa el recorrido con una sala que contiene obras de extranjeros en México, tal fue la importancia de la efervescencia cultural mexicana que se convirtió en un polo de atracción de artistas jóvenes como en tiempos lo había sido París.

Nuestra imagen actual de David Alfaro Siqueiros

La exposición es magnifica. A pesar del mensaje y las referencias comunes, cada artista se expresa a su manera y con un estilo diferente, a veces, un mismo artista desarrolla diferentes estilos a lo largo de su vida. En esta exposición todo fluye, se ve sin interrupciones, sin dar saltos argumentales como ocurre en otras. Cada pieza es distinta a las demás pero todas encajan y forman parte de un hecho común, como en un mosaico. Además la organización de la exposición sigue un discurso marxista (o hegeliano) muy apropiado teniendo en cuenta la ideología de la mayor parte de los artistas aquí representados: una tesis (arte europeo), antítesis (la realidad mexicana) y síntesis (el lenguaje propio y la búsqueda de un estilo nacional) que, a su vez, abre nuevos caminos.

El soldado herido de Luis Ortiz Monasterio 
La raza de Carlos Bracho, realizada en ónice
Cabeza de Germán Cueto
Pirámides mexicanas de Mathias Goeritz

No hay comentarios:

Publicar un comentario