El pasado miércoles asistí por primera vez a la celebración de una de las fiestas más importantes del calendario judío: el Purim, la fiesta que celebra la intervención de Esther ante el rey persa Asuero (identificado normalmente con Jerjes) para salvar la vida de los judíos de Persia, amenazados por el primer ministro Amán, que fue ejecutado por el rey y reemplazado por Mordecai, el tío de Esther. Después de hacer ayuno, mi amiga Eli me llevó a la fiesta organizada en un importante club de la ciudad. Dado el estado de alerta terrorista que todavía hay en París, no se conoció el lugar del evento hasta una semana antes de la fiesta. Además el tema de la misma era El Gran Gatsby así que allí nos fuimos las dos, una de blanco y otra de negro como las Baccara, vestidas de bailarinas de charleston con nuestras plumas, nuestra perlas, nuestros flecos y dispuestas a bebernos hasta el agua de los floreros. ¿Por qué? Porque hay que beber hasta no distinguir a Amán de Mordecai, es decir, hasta no distinguir el Bien del Mal.
Para mostrar que la suerte puede cambiar en un segundo, como en la historia de la Biblia, es tradicional dedicar la velada a los juegos de azar así que había varias mesas para jugar al pocker, al blackjack y a la ruleta. La noche se puso seria cuando llegó el momento de la lectura de la Meguilá por parte del tenor Jonathan Touitou. Y después... más fiesta. Gracias Eli.
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