martes, 24 de octubre de 2017

Bouillon Racine

No me gustan las despedidas y mucho menos si es para una temporada larga. Mi querido amigo Sergio se ha ido a Australia (no había sitio más lejano) a pasar una temporada. Mientras se decide a escribir su propio blog contando sus aventuras, me toca a mí hablar del elegante restaurante que eligió para despedirse de mí por todo lo alto. Nada de buffets libres de desayunos ni tablas de embutidos y, mucho menos hacerle trabajar en otra paella, sino uno de los restaurantes más clásicos y bonitos del Barrio Latino: una bombonera de estilo Art Nouveau en el que la belleza fluye por todas partes: la decoración, las flores, la comida... hasta los baños son bonitos.

Se trata de Le Bouillon Racine, un precioso restaurante abierto en 1906 que todavía conserva la decoración típica de principios de siglo XX: las boiseries en las paredes y los mosaicos de cerámica entrelazados con espejos y pintura sobre cristal y la decoración con motivos vegetales. En 1996, los nuevos propietarios decidieron restaurarlo para mostrar la decoración original en todo su esplendor. El local tiene la declaración de monumento histórico.











La comida estuvo a la altura de las expectativas. Por supuesto, el servicio también acompaña ya que los camareros sirven al estilo clásico pero su trato con el cliente es cercano y amable, para nada encopetado como en otros restaurantes. Elegimos, entre las diferentes opciones de la carta, comenzar por pescado y marisco y tomar carne como plato principal. Así, yo pedí cebiche de atún sobre lecho de quínoa y, mi amigo, espuma de centollo pero, por desgracia, la foto no ha salido bien. De segundo, Sergio pidió pato con compota de cebolla y melocotón de viña y yo tomé el filete de cerdo con puré de patata y chips de patata morada. Como postres, mi amigo probó el pastel Ópera de chocolate blanco y frambuesas y yo pedí el especial del día, crema de praliné sobre bizcocho crujiente. Para acompañar, necesitábamos un vino versátil, ya que comíamos parte de pescado y parte de carne así que, aconsejada por el camarero, escogí Les Quarterons 2015 de la región del Loira. Todo, todo estaba buenísimo: el atún en su punto de marinado y la quínoa, crujiente y tierna a la vez, muy bien; la espuma de centollo era suave y sabrosa; el filete de cerdo quedó jugoso y muy rico y el pato de mi amigo estaba muy tierno aunque la guarnición hacía que estuviera un poco ácido, pero a él le gustó que es lo importante. La tarta de Sergio quedó muy equilibrada, nada dulzona, y mi praliné, estupendo, aunque yo le habría quitado la decoración de crema de mango que llevaba que no pegaba mucho. En conjunto, todo estuvo genial y fue una noche preciosa. De verdad, quiero recomendar este sitio para una cita especial porque es un lugar mágico y la comida está muy bien.








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