Llegó de una manera discreta a Matignon, ensombrecido por la sorpresa mayúscula que supuso la victoria de Macron en las elecciones presidenciales y de su recién creado partido en las legislativas. Apareció en escena criticado por todos, especialmente por su antiguo partido, Los Republicanos. Se le calificó como un político frío, gris y sin personalidad pero ahora supera en popularidad al Presidente (54% frente al 49%). Pero las circunstancias lo han convertido en el hombre del momento: la dura huelga de los ferroviarios, la crisis de Notre-Dame-des-Landes o el referéndum por la independencia de Nueva Caledonia.
El hartazgo de los usuarios por la larguísima huelga de SNCF, que consideran injusta, y la salida más o menos airosa al conflicto de NDDL, que llevaba décadas enquistado, le han hecho ganarse el respeto de los ciudadanos. Además su estilo comedido y moderado, sin dar grandes voces ni titulares demagógicos, es del agrado de muchos franceses quienes estaban cansados de los altisonantes comentarios y el autoritarismo de Manuel Valls y de los altercados entre los diputados del Partido Socialista que boicoteaban a su propio gobierno. Parece que Philippe ha decidido hacer de la discreción su seña de identidad, pero no una mesura surgida de la indolencia y del dejar pasar el tiempo al estilo rajoyano sino basada en el trabajo diario y silencioso. De hecho, es Macron el que acapara las críticas por sus salidas de tono y sus declaraciones extemporáneas, lo cual hace que aún se aprecie más la contención del primer ministro. Para que la falta de titulares no dé la impresión de que el gobierno no hace nada, en las últimas semanas, tanto el presidente del gobierno como sus ministros están apareciendo en los medios de comunicación de forma más frecuente.
Aún tomando decisiones importantes, algunas más acertadas que otras, la política es una fuente inagotable de conflictos. La crisis del barco de rescate marítimo Aquarius que ha reabierto la polémica sobre la nueva ley de inmigración, cerrada en falso hace unas semanas, junto con la reforma del impuesto de la solidaridad (el impuesto a los grandes patrimonios) y la reforma del código laboral siguen disgustando a amplias capas de la población, sobre todo, las más humildes. Si bien es cierto que el viento sopla a favor de este gobierno ya que la creación de empleo va en aumento y las inversiones en ecología, formación de adultos y programas sociales de inserción laboral pueden empezar a dar sus frutos a partir del año que viene. Como ya vimos aquí, las grandes inversiones deben servir para colocar a Francia en la cabeza de Europa a nivel económico y de empleabilidad. Esto es un ejemplo de hacer política de cara al futuro a medio plazo y por el bien del país y no de intereses partidistas o buscando los beneficios en una legislatura sólo para ser reelegido. Ciertamente, fue Macron el que inició este movimiento y esta nueva forma de hacer política que le ha superado y que puede llegar, incluso, a ensombrecerle.
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