miércoles, 23 de septiembre de 2015

Té, café o chocolate?

Ya faltan pocos días para que termine una de las exposiciones más deliciosas que han tenido lugar este verano en París. Y lo de deliciosa no es en sentido figurado sino real. Se trata de una exposición que el Museo Cognacq-Jay ha organizado en torno a la llegada y creciente popularidad del té, el café y el chocolate a Francia en el siglo XVIII. Como todas las novedades, sobre todo aquellas que provocan un gran placer, no faltaron detractores a estas exóticas bebidas porque las consideraban drogas extranjeras. La verdad es que no les faltaba razón: las tres sustancias son muy adictivas. Dado el alto precio de la materia prima que se importaba desde las colonias asiáticas, africanas y americanas, fueron en un principio bebidas de lujo consumidas sólo por la nobleza y la alta burguesía lo que contribuyó a darles una imagen de prestigio y buen gusto. Las damas elegantes, como las salonistas, las servían en sus reuniones sociales lo que contribuyó, también, al desarrollo de bellas piezas cerámicas creadas expresamente para el servicio de tan sabrosas bebidas que, además iban acompañadas de dulces, para contrastar con el sabor amargo de las mismas.

 He aquí las culpables: las tres plantas exóticas que revolucionaron Europa

Como la popularidad del té, el café y el chocolate no paraba de crecer, su producción fue aumentando lo que, unido a la mejora en el transporte, hizo que su consumo llegara a clases medias y populares. De este modo, se abrieron los primeros lugares de consumo público (teterías, cafeterías, chocolaterías), es decir, establecimientos especializados en el servicio de estos productos que desarrollaron tres nuevas comidas tal como las conocemos hoy en día: el desayuno, la merienda y la recena, que se tomaba en torno a medianoche después de haber asistido a algún espectáculo o fiesta importante, para no irse a dormir con el estómago vacío.

 La condesa Du Barry, amante de Luis XV, a punto de tomar un café. El rey también era muy aficionado a esta bebida.

Maleta con un precioso servicio de porcelana en rosas, verdes y dorados

Ademas del atractivo de la exposición en sí, que es muy pequeña pero muy interesante, se puede visitar el resto del edificio, un hôtel de una familia de la alta burguesía industrial lleno de obras de arte y de objetos decorativos de primer nivel del que os hablaré más adelante. Mientras tanto, disfrutad de una taza de un buen té, café o chocolate como si fueráis cortesanos de aquella época.

Hasta el cartel de la exposición es bonito


Para finalizar la visita, en el patio del edificio, habían instalado un bar para degustar cualquiera de las bebidas protagonistas de la exposición y unos dulces y, en su librería, compré las Cartas Filosóficas de Voltaire, otro gran consumidor de café, que ya leí hace años en su traducción al español pero que estoy releyendo ahora en versión original.

 Pequeño bar para terminar de una forma placentera la visita

El servicio no es de porcelana fina pero tanto el café como las pastas estaban muy buenos


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