domingo, 25 de septiembre de 2016

La lengua de signos y la batukada

Ayer 24 fue el Día Mundial de la Lengua de Signos y para celebrarlo una organización de sordos organizó una batukada en la plaza de Trocadero justo enfrente de la Torre Eiffel, no puede haber un lugar más turístico. Allí un grupo de personas con deficiencia auditiva tocaron los timbales y bailaron al ritmo de la música. ¡Menuda marcha! Imagino el esfuerzo y la dedicación que han tenido que poner para realizar esta performance. ¡Bravo por ellos! Al final, en lugar de aplaudir, el público agitó las manos. Perfecto para un sábado tarde en que hacía sol y una temperatura suave. Lo malo fue llegar al metro y encontrarse cinco líneas con incidencias. De mi vuelta a casa a paso de caracol, mejor no hablar.

 Un gran grupo de gente tocando...

 ...y bailando.

Una vuelta a casa eterna

lunes, 19 de septiembre de 2016

Héloïse, ouille! o las 50 sombras de Abelardo

Cuando escribo en el blog, mis críticas son mayoritariamente positivas porque hablo de lo que me gusta: las exposiciones, los monumentos, los libros, las películas... todo aquello que comento son actividades que he elegido pensando que voy a salir contenta de la experiencia. Pero, a veces, me equivoco. Y hoy toca hablar de una enorme decepción. Compré la novela Héloïse, ouille! de Jean Teulé con mucha ilusión para conocer un poco más la historia de amor de Abelardo y Eloísa, la mítica pareja parisina que vivió una turbulenta relación amorosa, pero la historia allí contada empezó a decepcionarme desde el primer capítulo. La novela es una vulgaridad, no tiene ritmo, la historia está pésimamente narrada, no hay más que varias anécdotas sexuales enlazadas y contadas con un lenguaje soez más propio de los escolares alumnos de Abelardo que de una obra seria. 


El abuso de exclamaciones empieza ya con el mismo título Héloïse, ouille! que, por cierto, rima con couilles (cojones), palabra muy repetida a lo largo de toda la historia igual que con (coño), baiser (follar) y otras lindezas parecidas. La psicología de los protagonistas ni está ni se la espera: no hay ninguna introspección psicológica ni caracterización de los personajes más allá de verlos como una pareja que está cachonda todo el día. Esto es especialmente grave en el caso de Abelardo, consagrado hasta entonces al estudio de la dialéctica. No se ve en él ninguna evolución, ni pasos intermedios entre la prudencia del filósofo y el deseo y el amor que le produce su alumna; bien al contrario, el sabio maestro tiene sentimientos lascivos desde el primer momento en que la ve. No hay lucha interna en él pero tampoco ingenuidad en la brillante alumna Eloísa, encerrada durante años en un convento y sobrina de Fulberto, canónigo de París. Puede ser interesante plantear la historia desde el punto de vista sexual, por lo que puede tener de sorprendente una relación de personas tan inteligentes y cultivadas en la Edad Media, un período de supersticiones y en el que la gente vivía en el hambre, la ignorancia y el miedo; pero esta obra, a ratos, parece escrita por un niño que acaba de aprender palabrotas y las dice sin ton ni son para provocar.

Edificio situado en el solar donde se hallaba la casa de Abelardo y Eloísa
 
Pero lo de esta novela es pasarse de la raya: el autor va directo al grano desde el segundo capítulo y no hay cortejo ni seducción ni construcción de una base sólida a nivel personal, que imagino que sería importante cuando los amantes batallaron tanto para poder estar juntos. Todo lo que hicieron no se debía al deseo de echar cuatro polvos (ahora soy yo la que se pone vulgar) sino a una verdadera relación de amor maduro y de una auténtica voluntad de estar juntos. Por no hablar de los jueguecitos sadomasoquistas entre los protagonistas, que hacen que esta novela parezca un 50 sombras de Abelardo o algo peor, o de que precisamente las sombras de los amantes en plena vorágine sexual se proyecten sobre uno de los laterales de Nôtre-Dame como si de un espectáculo de sombras chinescas se tratase provocando un tumulto entre los habitantes del lugar allí concentrados como si aquello fuera un cine de barrio. De la escena de la castración de Abelardo, mejor no hablo para no herir la susceptibilidad de mis lectores varones.

Para rizar el rizo, el autor pone en los labios de los protagonistas palabras que nunca pudieron usar porque pertenecen a objetos o conceptos desconocidos en el París de 1118 como la flor de loto o el azúcar, lo que hace patinar aún más la historia.

Sí, mi crítica es muy negativa pero no soy la única que opina así.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Artistas en Montmartre

Siempre es un placer volver a Montmartre, sus rincones pintorescos llenos de historia y el recuerdo de la vida bohemia nos transportan a una época que ya no existe pero de la que quedan maravillosos recuerdos. Uno de ellos es el Museo de Montmartre que recoge importantes momentos de la vida artística de la colina y obras de artistas destacados que vivieron y pintaron el barrio, un lugar donde se concentraba el talento y el arte. Precisamente, ésta es la premisa que ha tomado el maravilloso museo del que ya os hablé aquí, para su última exposición que abarca el período mágico de la colina desde 1870 a 1910. Pocas veces en la historia se ha dado tan alta concentración de artistas, tan talentosos, innovadores y diversos, concentrados en tan poco espacio, creando con él una relación de simbiosis. Los artistas se inspiraban en Montmartre, en sus paisajes y en sus gentes, y vivían en un ambiente de libertad que difícilmente podrían encontrar en otro lugar.

 La Primavera de Willette

 La terraza de Saint Bernard de Valadon

 Litografías de Toulouse-Lautrec


Cierto que el Museo de Montmartre, pequeño y privado, no puede competir en fondos con el Museo de Orsay que posee una colección permanente enorme de artistas vanguardistas como Monet, Manet, Renoir, Degas, van Gogh y otros vecinos de la colina. Por eso, la exposición va haciendo un recorrido por algunos de los artistas más destacados de la sociedad montmartresa algo menos conocidos pero que fueron importantes en el desarrollo de la vida social. Así empezamos el recorrido con obras de Steinlen, Bonnard o Toulouse-Lautrec y continuamos con otras de Willette o el trío infernal del que ya hablamos (Valadon, Utrillo y Utter) y el español Santiago Rusiñol. Al final, hay una sala dedicada a un gran representante de la vida bohemia de Montmartre, el músico, compositor y poeta Erik Satie en la que suena de fondo la melodía que éste compuso para su amada Suzanne Valadon. Se trata de una exposición muy recomendable, pequeña pero bien estructurada y con la información necesaria para entender el momento que vivieron aquellos artistas hasta 1910, la fecha en que Pablo Picasso abandonó Montmartre y que se toma como referencia del final de esta época dorada. Sólo hasta el 25 de septiembre.


 Acuarelas con paisajes de Montmartre de Le Fèvre

Erik Satie en su casa de Montmartre, lienzo de Rusiñol

viernes, 2 de septiembre de 2016

Los food truck de la Biblioteca

Ayer fue la rentrée, la vuelta al cole en Francia, la fecha que marca la vuelta a la normalidad, si es que se puede hablar de normalidad en estos tiempos que corren, y en breve empezarán las clases los universitarios. Coincidiendo con el regreso de los alumnos a sus clases, la Biblioteca Nacional cierra sus puertas para su puesta a punto. Así que durante un tiempo no van a estar presentes los camiones de comida, esos restaurantes sobre ruedas llamados foodtrucks, en su zona de acceso de la Avenida de France.

Como es habitual, Le camion qui fume tiene mucha cola, tanta que han abierto un restaurante en la zona de Grands Boulevards. Sus hamburguesas y sus patatas fritas son un gran reclamo y están muy ricas. A su lado, continúa la zona carnívora con La Brigade y su bandeja de carne a la parrilla con guarnición que se come con pinzas. Continuamos con Muchis y sus bocatas en pan de pita y, a su lado, Larry's y sus hot dogs. Pero hay más opciones. También hay propuestas más exóticas como el Sí, señor, que es un restaurante peruano y el Che, que es argentino. O si tenemos ganas de pringarnos, podemos escoger el Cheesers y sus bocatas de queso fundido. También podemos elegir un postre en el vecino Igloo que ofrece smoothies y yogur helado, todo ello 0% grasa.



Había bastante gente en la explanada, haciendo fila, mirando y comiendo. Con sinceridad, no me entusiasma esta moda de los camiones ya que me disgusta comer de pie, no disfruto de lo que como porque tengo que andar vigilando que no se caiga nada y si sólo es un producto, aún, pero cómo tomar una hamburguesa, unas patatas y una bebida a la vez sin nada donde apoyarme. Algunos camiones llevan unas mesas y sillas plegables pero son insuficientes: obviamente, si llevaran mucho mobiliario, no les quedaría espacio para la cocina. Particularmente, no entiendo la fiebre ni las colas con Le camion qui fume, cuando luego su restaurante, donde se pueden comer los mismos productos más cómodamente y por el mismo precio, está vacío. Que éste es otro tema: la comida es carísima y, salvo excepciones, uno se queda con hambre. Tal vez porque hay que comer deprisa o porque se está a disgusto, la comida no llena y tampoco resulta tan barato, aunque es cierto que la zona de la Biblioteca es carísima. Por otro lado, no creo que París sea la ciudad más idónea para este tipo de negocio, con tanta lluvia y tanto viento. En fin, que cada uno haga lo que quiera. Aunque a pocos metros de allí hay un sitio que da mil vueltas a los camioncitos; es barato, tranquilo, tiene buena comida y terraza abierta en verano y cerrada en invierno.... pero esto lo dejo para otra ocasión.