Los ingleses crearon la industria textil durante la revolución industrial, los italianos reinventaron el diseño en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial y los neoyorkinos mercantilizaron el concepto de la moda. Pero los franceses siguen siendo los reyes del lujo. La alta costura no es un conjunto de desfiles con famosas en primera fila sino todo lo contrario: muy pocas celebridades se presentan en esta semana a dejarse ver. Por el contrario, quienes se sientan en los desfiles son compradoras y, muchas veces, ni siquieran vienen ellas sino que mandan a sus asistentes o estilistas. Dicen que sólo hay unos cientos de mujeres que compran este tipo de productos, tal vez unos pocos miles. En cualquier caso, la alta costura es lujo, exclusividad, imaginación y mucho, mucho trabajo.
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Alta costura es cualquier prenda o complemento confeccionado y realizado en exclusiva para una persona y hecho completamente a mano con tejidos y materiales de lujo. De esta manera, un vestido realizado a mano por un diseñador, en exclusiva para una clienta, también será alta costura pero para participar en este evento hace falta mucho más. Aquí sólo pueden desfilar las marcas registradas en la Cámara Sindical de la Costura pertenenciente a la Federación Francesa de la Costura. Eso no significa que sólo puedan desfilar franceses: de hecho, cada vez hay más firmas extranjeras que desfilan en esta semana, algunas de ellas invitadas por la organización. La primera Cámara Sindical de la Costura y la Confección fue creada en 1858 por varios modistos que pretendían proteger sus diseños de las copias que otros realizaban. La peculiaridad de estos creadores es que no esperaban a tener una clienta para realizar un modelo sino que ellos creaban colecciones enteras de ropa y complementos que mostraban en desfiles a sus posibles compradoras. Una vez allí, éstas decidían el modelo que deseaban adquirir, el color, los tejidos y los detalles decorativos para personalizarlo a su gusto. El primero que utilizó esta forma de trabajar fue un inglés llamado Charles Frederick Worth que tenía su taller en París y que vendía sus diseños a clientas tan distinguidas como la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III de Francia, la emperatriz Isabel (Sissi) de Austria o grandes artistas como Sarah Bernhardt, Lillie Langtrie, Nellie Melba o Jenny Lind. Es por esto que se le considera el padre de la alta costura parisina. Y aunque hay otras ciudades del mundo donde también se celebran desfiles de alta costura, ninguna tiene la historia ni los requisitos que se exigen en París. De hecho, haute couture y couturier son denominaciones jurídicas protegidas por el Ministerio de Industria francés por eso no las puede usar cualquiera, tan sólo aquellos que cumplen las estrictas normas de la Cámara. Por otra parte, no todos los que las cumplen deciden crear alta costura y, mucho menos, desfilar. Ante los elevadísimos costes de producir dos colecciones de alta costura al año (primavera-verano y otoño-invierno), cada cierto tiempo llegan noticias de algún diseñador que ya no va crear más alta costura. En realidad, las marcas de moda ya no pertenecen a los diseñadores sino a grandes conglomerados empresariales que son quienes deciden la política a seguir. Como la alta costura no da beneficios por su propia naturaleza (entre 100 y 200 vestidos al año), los grandes capitalistas de la moda no quieren continuar con este negocio y prefieren invertir los ingentes recursos que conllevan estas colecciones en las líneas de negocio más rentables como el prêt-à-porter, complementos, marroquinería, joyería y, sobre todo, perfumería y cosmética.
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Como hemos visto antes, las condiciones para ser miembro de la Cámara son bastante difíciles de cumplir por eso cada año hay menos marcas inscritas en ella. Insisto en que la verdadera alta costura es un gran espectáculo y una preciosa carta de presentación de las empresas pero no es rentable. Las propias características del concepto lo convierten en inviable económicamente.
La primera de estas peculiaridades es la exclusividad ya que los diseños son hechos a medida para las clientas, es decir, además del modelo que se ve en la pasarela, se hace otro para la compradora y nada más. No se pueden hacer más unidades de un modelo determinado. La persona que adquiera la prenda tendrá derecho a tres citas con el taller para asentarla perfectamente a sus medidas. La exclusividad no sólo se refiere al diseño acabado sino también a los elementos que lo componen como los tejidos y materias primas. Los diseñadores crean una tela con unos dibujos, acabados, texturas, etc... y la encargan a su fabricante quien tiene prohibido comercializarlo a otras marcas y modistos durante varios años (estas condiciones están minuciosamente reguladas). Otro tanto para decoraciones como plumas, encajes, pedrerías... y todo aquello que salga de la imaginación del creador. Tanto es así que, antes de pasar a coser el modelo final, los diseñadores realizan unos prototipos llamados glasillas, con materiales más baratos como algodón, lino o incluso papel, del modelo. Los motivos son dos: no desperdiciar las lujosas y singulares telas y mantener el secretismo sobre la colección porque así evitan que las maniquíes sobre la que prueban el diseño pueda conocer todos los detalles del mismo y filtrar la información.
La segunda nota a tener en cuenta es el trabajo manual. Todo, todo, todo se hace a mano. Las únicas herramientas empleadas en la confección son las mismas que se usaban hace siglos: tijeras, agujas, pinceles... no hay nada mecánico. Hasta el último milímetro de tejido o accesorio está hecho a mano. Y no por cualquier mano. El preciosismo de los diseños exige unos artesanos bien formados, con un nivel técnico altísimo y con una destreza manual importante llamados en el argot, petites mains. No hay muchos que puedan desempeñar este trabajo y me imagino (y espero) que su salario se corresponda con su pericia y profesionalidad. Precisamente una de las obligaciones de las firmas de moda es que estos talleres artesanales con los que trabajan deben estar situados en París y tienen que emplear a un mínimo de 20 personas durante todo el año. Como una imagen vale más que mil palabras podéis ver un vídeo aquí que muestra el trabajo de las costureras, auténticas artistas, de Chanel.
Esto me lleva a la tercera circunstancia, ciertos deberes de organización y trabajo para obtener un resultado final. Como la alta costura está protegida por ley, este resultado deben ser dos presentaciones al público (los famosos desfiles) al año, con 25 diseños de día y 25 de noche, celebradas en edificios singulares de París como museos, hoteles o el Grand Palais. A diferencia de una feria normal o de algunas pasarelas de moda, la Semana de la Alta Costura no se puede realizar en un recinto ferial concreto elegido por el organizador de la muestra sino que cada firma elige el lugar que quiere, a cuál más bonito, y monta en él la escenografía que desea. Además de los archiconocidos desfiles de alta costura femenina que despiertan tanta expectación, hay un día dedicado a los desfiles de alta costura masculina (sí, también existe). Aparte de las marcas de ropa, también realizan sus presentaciones en esta semana varias firmas de complementos y de joyas que, por supuesto, también tienen sus propias normas reguladas por la Cámara.
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Y si en la alta costura hay una reina, ésa es Chanel. La maison por excelencia, la marca que modernizó el lujo, la empresa de la revolucionaria de la moda. Decir Chanel es decir lujo y elegancia pero también independencia. La gran dama de la moda cambió por completo el concepto de la elegancia basándola en la sencillez de líneas y la pureza de los cortes, en rebeldía contra las mujeres de la época que, según ella, se vestían como pavos reales. Quería que las mujeres tuvieran libertad de movimientos y fueran independientes como ella misma. De ahí que fuera de las primeras en vestirlas con pantalones y en cortarles el pelo casi como los hombres; también sentó las bases del imprescindible traje de chaqueta y empezó a vender bisutería tan lujosa (casi) como la joyería. Pero Chanel también es independencia creativa y económica porque es la única, o de las pocas grandes firmas de moda, que no pertenece a un gran grupo empresarial. De ahí que sus decisiones no se tomen meramente desde el punto de vista mercantil, de hecho, Chanel no vende sus productos por internet, ni siquiera los cosméticos: imagino que la accesibilidad de un click no se corresponde con el concepto de lujo y exclusividad que representan. Por supuesto, los desfiles de alta costura de la marca son los más esperados y la marca es consciente de su poder de atracción y de su situación icónica dentro del sector. Su director creativo, Karl Lagerfeld lo tiene claro: «La alta costura pervivirá mientras Chanel siga en pie» dijo recientemente. Este año, el káiser de la moda se ha puesto ecológico y ha hecho desfilar a sus modelos por una pasarela realizada con productos reciclados y por una casa de madera 100% sostenible: una imagen muy escandinava y austera donde todo el barroquismo recaía en los diseños y en el Grand Palais que la albergaba. Maravillosas prendas en una puesta en escena elegante y bonita, sencilla en sus formas pero lujosa en sus detalles. Muy Chanel.