Este sábado tuve la inmensa suerte de que un amigo me propusiera montar en el globo aerostático que el Ayuntamiento tiene en el Parque Javel-Citroën. Suerte porque ha sido el último día de Sol de esta temporada: el domingo llegaron las nubes y se van a quedar con nosotros unas cuantas semanas. Es una forma distinta y muy divertida de poder ver París y, con la caída del Sol, es aún más bonito. Me lo pasé genial.
martes, 30 de octubre de 2018
lunes, 29 de octubre de 2018
Les Huguenots
Se hace la broma recurrente de que en algunas óperas muere hasta el apuntador, una frase que viene al pelo para la última ópera que he ido a ver y que se inspira en una de las mayores tragedias de la Historia de Francia: la masacre de San Bartolomé. Se trata de una obra maestra de Meyerbeer llamada Les Huguenots y cuya trama principal es una historia de amor entre una mujer católica, Valentine, y un hombre protestante, Raoul. Como toda grand opéra français, reúne varias características que le son propias: cinco actos, incontables interludios musicales para lucimiento del coro y el ballet, escenas multitudinarias, un buen puñado de papeles protagonistas de gran dificultad y una trama basada en hechos reales muy dramáticos. Además, el libreto lo firma Eugène Scribe, gran maestro del efectismo.
El reparto saluda
Por todas estas características, Les Huguenots es una ópera poco representada así que yo no podía dejar pasar la oportunidad ahora que la habían programado en Bastille aunque el espectáculo no ha estado exento de dificultades. En primer lugar, se cayó del reparto la soprano que interpretaba a Marguerite y fue reemplazada por otra, momento en el cual yo decidí comprar mi entrada. Unos pocos días antes del estreno, se anunció la sustitución del tenor protagonista por motivos de salud. Y, finalmente, el día de la función, un responsable del teatro anunció que la Valentine estaba souffrante pero aún así iba a cantar. Ya me temía lo peor como pasó con Il Trovatore.
Cartel de la obra
Para estas funciones, se ha decidido concentrar los cinco actos en tres tandas porque, teniendo en cuenta que la ópera es muy larga, si se hacen cuatro pausas podemos alcanzar las siete horas de duración total de la velada. Por lo demás, este miércoles era la última función así que tanto la dramaturgia como la música estaban lo bastante rodadas para mostrar el espectáculo en todo su esplendor. La puesta en escena corría a cargo de Andreas Kriegenburg y su equipo, quien sitúa la escena en un futuro cercano (2063, creo) en que vuelve a haber guerras de religión. El regidor nos mostró unos escenarios minimalistas ultrablancos con una iluminación limpísima y unos juegos de movimientos tan limitados que pareciera que la dirección actoral hubiera desaparecido porque, con tanta gente sobre el escenario se corre el riesgo de marear al espectador. Me gustaría destacar el vestuario: los personajes aparecen vestidos en estilo renacentista esquemático, como si de la ropa de la época sólo nos hubiera quedado el patrón, con vivos colores en el caso de los católicos y con sobrias ropas negras en el de los protestantes. Otro detalle es que la ropa se va modernizando conforme avanza la ópera hasta que, cuando llega la matanza, las víctimas van vestidas con vaqueros y minifaldas. Imagino que todo es una parábola para mostrarnos que las persecuciones religiosas se pueden dar en cualquier época.
Respecto a lo musical, se agotan los halagos cuando toca hablar de los magníficos coro y orquesta de la Ópera Nacional de París y, en este caso particular, hay que remarcar el trabajo de equipo y también el de los solistas que tienen un papel muy relevante: concertino, dos arpas, flauta, percusión y varias voces interpretando papeles secundarios.
Ficha técnica
La orquesta fue dirigida por Łukasz Borowicz, aunque en el resto de funciones hubo otro director, y debo decir que me encantó su versión de la obra. No es que yo sea una experta puesto que sólo he visto esta ópera entera una vez, por la tele y en alemán pero sí he escuchado fragmentos en Youtube tanto en francés como en italiano y la versión ofrecida está a un altísimo nivel. Las óperas de este periodo son muy interesantes porque están a medio camino entre el belcantismo de la época del que son herederas directas (de hecho, se oyeron varios momentos que recordaban la rimbombancia rossiniana), el estilo romántico del que son una gran fuente de inspiración, la música clásica que partía ya en retirada y la inspiración barroca cuyos excesos son tan apreciados por los franceses.
En lo relativo a los protagonistas, hubo luces y sombras. Vaya por delante que esta es una de las óperas más exigentes a nivel vocal de toda la historia suponiendo un enorme desafío para cualquier cantante, por eso se representa tan poco. La gran triunfadora de la noche fue Lisette Oropesa que interpretaba el difícil rol de Marguerite. Ya había oído a esta cantante en varios registros de Youtube pero en directo es simplemente impresionante: su preciosa voz recorrió todo el teatro, sonó matizadísima y completa. Aun siendo una soprano lírica, su registro es lo bastante amplio y atacó todos los frentes de la terrible tesitura de Marguerite: no se le resistió ni una sola de las agilidades ya fueran en forte o en piano, en notas más agudas o más graves, filados o trinos. El teatro se puso a sus pies. Como además, parece una mujer inteligente, estoy segura de que va a elegir bien sus papeles para no estropear su voz (como le ha ocurrido a la cantante que debía afrontar este papel en un principio) y podamos disfrutar de su arte durante muchos años. Y, encima, se preparó este complicado papel en sólo 3 semanas. ¡Brava!
La indispuesta Ermonela Jaho también estuvo fantástica en su interpretación de Valentine. No sé qué clase de mal le afectaba pero no parecía que causara ningún perjuicio a su prestación vocal. Su voz sonó muy redonda en los graves y clara en los agudos, quizá en algunos momentos el vibrato estuvo muy marcado pero nada que resultara molesto ni forzado. El papel es exigente, de hecho, fue creado para una cantante llamada Cornélie Falcon, uno de esos raros casos de voz con un registro y una personalidad tan especiales que dio origen a una nueva clase de soprano, la soprano falcon. Hay varios papeles para esta cuerda tan poco frecuente, otro es el de la Princesa de Éboli que vimos en Don Carlos. Uno de los problemas de esta rara tesitura es que los papeles los representan a veces sopranos y otras, mezzos. En este caso, la voz sonó muy cálida y densa como corresponde al papel y, si hubo alguna carencia, Jaho la suplió con sus dotes de actriz.
Como no hay dos sin tres, la tercera gran dama del reparto, Karine Deshayes, hizo un papel en travesti, el paje Urbain, maravilloso y encantador. Su voz fue la más potente y dramática de la noche a pesar de que su papel es el más cómico. La verdad es que la califican como mezzosoprano pero ni el timbre ni la tesitura lo parecen, más bien diría que se trata de una soprano sfogato o, ésta sí, una falcon, de hecho, su repertorio es un poco ecléctico. Su voz es maravillosa y todas las notas sonaron con una claridad y una emisión fabulosas: su voz se elevaba por encima de las del multitudinario coro y en los concertantes. No conocía muy bien a esta cantante pero me ha encantado y pienso seguir su trayectoria. Me quedé con ganas de oírla más, claro, luego me di cuenta de que le habían quitado a su parte el maravilloso rondó del segundo acto.
No se puede decir lo mismo de Yosep Kang. El coreano fue llamado en el último minuto para afrontar el papel de Raoul, para muchos el papel más difícil de la cuerda de tenor porque lo exige todo: una voz con bastante cuerpo pero capaz de grandes agilidades, graves con autoridad y agudos estratosféricos, hasta el re sobreagudo. En fin, imagino que el teatro no pudo encontrar un sustituto al tenor que estaba programado y que se cayó del cartel con tan poca anticipación pero es que Kang no está a la altura de este teatro ni de este papel: parece un cantante de conservatorio que no ha completado la formación. Sólo así se explica que lo cantara todo igual, sin pianos ni fortes, sin modulaciones, sin matices... o sea, un canto completamente plano. Y eso no es lo peor, el ascenso al agudo fue horrible, al borde del desastre en mucho casos: atacó todos sus agudos sin apoyo, muchos sonaron afalsetados y, en el dúo de sacrificio con Valentine, intentó blanquear la voz como si estuviera imitando el canto infantil y parecía sonar como un contratenor, es decir, apenas se oía en un teatro de estas dimensiones mastodónticas. Por supuesto, si no llegaba al Si, aún menos pudo afrontar los numerosos Do y algún Re que hay por ahí suelto en los momentos de mayor tensión dramática. Y no quiero hacer sangre con el tenor: la culpa es del teatro por no haber buscado más y mejor. Imagino que Michael Spyres, que canta el papel, no estaba disponible. No hace falta compararlo con otros importantes Raoul del pasado pero es que recientemente pasaron por la tele una versión en alemán de esta ópera y el tenor cantó de maravilla.
Siguiendo con los caballeros, me sorprendió muy gratamente Florian Sempey como el Conde de Nevers. Sabiendo que Sempey es un barítono lírico y no dramático y que una buena parte de su repertorio son comedias de Rossini y Donizetti, se podría pensar que el papel le venía un poco grande pero resulta que su voz tiene una potencia y prestancia mucho mayor de lo que yo pensaba. Claro, no se puede comparar el doctor Malatesta o un Fígaro con este intrigante de Nevers. En todo caso, fantástico.
El bajo Nicolas Testé realizó un gran papel como Marcel y eso en este teatro tan enorme y que se traga ligeramente los graves tiene mucho mérito. Su voz sonó muy matizada y muy bonita. Su aria Piff Paff estuvo genial y cantó toda su parte con mucha autoridad. El bajo-barítono Paul Gay interpretó el Conde de Saint-Bris muy bien y tiene una presencia escénica imponente.
Todos los demás solistas de papeles comprimarios lo hicieron genial como ya he dicho antes y además los solistas del coro tienen una calidad muchas veces superior a la de algunos solistas que hay por ahí en teatros, algunos incluso famosos. Dicho esto, la noche fue una maravilla y os prometo que hago una pausa en mis crónicas de óperas para no cansaros.
El director recibe la ovación del público
En lo relativo a los protagonistas, hubo luces y sombras. Vaya por delante que esta es una de las óperas más exigentes a nivel vocal de toda la historia suponiendo un enorme desafío para cualquier cantante, por eso se representa tan poco. La gran triunfadora de la noche fue Lisette Oropesa que interpretaba el difícil rol de Marguerite. Ya había oído a esta cantante en varios registros de Youtube pero en directo es simplemente impresionante: su preciosa voz recorrió todo el teatro, sonó matizadísima y completa. Aun siendo una soprano lírica, su registro es lo bastante amplio y atacó todos los frentes de la terrible tesitura de Marguerite: no se le resistió ni una sola de las agilidades ya fueran en forte o en piano, en notas más agudas o más graves, filados o trinos. El teatro se puso a sus pies. Como además, parece una mujer inteligente, estoy segura de que va a elegir bien sus papeles para no estropear su voz (como le ha ocurrido a la cantante que debía afrontar este papel en un principio) y podamos disfrutar de su arte durante muchos años. Y, encima, se preparó este complicado papel en sólo 3 semanas. ¡Brava!
Lisette Oropesa
La indispuesta Ermonela Jaho también estuvo fantástica en su interpretación de Valentine. No sé qué clase de mal le afectaba pero no parecía que causara ningún perjuicio a su prestación vocal. Su voz sonó muy redonda en los graves y clara en los agudos, quizá en algunos momentos el vibrato estuvo muy marcado pero nada que resultara molesto ni forzado. El papel es exigente, de hecho, fue creado para una cantante llamada Cornélie Falcon, uno de esos raros casos de voz con un registro y una personalidad tan especiales que dio origen a una nueva clase de soprano, la soprano falcon. Hay varios papeles para esta cuerda tan poco frecuente, otro es el de la Princesa de Éboli que vimos en Don Carlos. Uno de los problemas de esta rara tesitura es que los papeles los representan a veces sopranos y otras, mezzos. En este caso, la voz sonó muy cálida y densa como corresponde al papel y, si hubo alguna carencia, Jaho la suplió con sus dotes de actriz.
Ermonela Jaho saludando
Como no hay dos sin tres, la tercera gran dama del reparto, Karine Deshayes, hizo un papel en travesti, el paje Urbain, maravilloso y encantador. Su voz fue la más potente y dramática de la noche a pesar de que su papel es el más cómico. La verdad es que la califican como mezzosoprano pero ni el timbre ni la tesitura lo parecen, más bien diría que se trata de una soprano sfogato o, ésta sí, una falcon, de hecho, su repertorio es un poco ecléctico. Su voz es maravillosa y todas las notas sonaron con una claridad y una emisión fabulosas: su voz se elevaba por encima de las del multitudinario coro y en los concertantes. No conocía muy bien a esta cantante pero me ha encantado y pienso seguir su trayectoria. Me quedé con ganas de oírla más, claro, luego me di cuenta de que le habían quitado a su parte el maravilloso rondó del segundo acto.
Karine Deshayes
No se puede decir lo mismo de Yosep Kang. El coreano fue llamado en el último minuto para afrontar el papel de Raoul, para muchos el papel más difícil de la cuerda de tenor porque lo exige todo: una voz con bastante cuerpo pero capaz de grandes agilidades, graves con autoridad y agudos estratosféricos, hasta el re sobreagudo. En fin, imagino que el teatro no pudo encontrar un sustituto al tenor que estaba programado y que se cayó del cartel con tan poca anticipación pero es que Kang no está a la altura de este teatro ni de este papel: parece un cantante de conservatorio que no ha completado la formación. Sólo así se explica que lo cantara todo igual, sin pianos ni fortes, sin modulaciones, sin matices... o sea, un canto completamente plano. Y eso no es lo peor, el ascenso al agudo fue horrible, al borde del desastre en mucho casos: atacó todos sus agudos sin apoyo, muchos sonaron afalsetados y, en el dúo de sacrificio con Valentine, intentó blanquear la voz como si estuviera imitando el canto infantil y parecía sonar como un contratenor, es decir, apenas se oía en un teatro de estas dimensiones mastodónticas. Por supuesto, si no llegaba al Si, aún menos pudo afrontar los numerosos Do y algún Re que hay por ahí suelto en los momentos de mayor tensión dramática. Y no quiero hacer sangre con el tenor: la culpa es del teatro por no haber buscado más y mejor. Imagino que Michael Spyres, que canta el papel, no estaba disponible. No hace falta compararlo con otros importantes Raoul del pasado pero es que recientemente pasaron por la tele una versión en alemán de esta ópera y el tenor cantó de maravilla.
Un cartel anunciador del metro
Siguiendo con los caballeros, me sorprendió muy gratamente Florian Sempey como el Conde de Nevers. Sabiendo que Sempey es un barítono lírico y no dramático y que una buena parte de su repertorio son comedias de Rossini y Donizetti, se podría pensar que el papel le venía un poco grande pero resulta que su voz tiene una potencia y prestancia mucho mayor de lo que yo pensaba. Claro, no se puede comparar el doctor Malatesta o un Fígaro con este intrigante de Nevers. En todo caso, fantástico.
Florian Sempey
El bajo Nicolas Testé realizó un gran papel como Marcel y eso en este teatro tan enorme y que se traga ligeramente los graves tiene mucho mérito. Su voz sonó muy matizada y muy bonita. Su aria Piff Paff estuvo genial y cantó toda su parte con mucha autoridad. El bajo-barítono Paul Gay interpretó el Conde de Saint-Bris muy bien y tiene una presencia escénica imponente.
Nicolas Testé
Todos los demás solistas de papeles comprimarios lo hicieron genial como ya he dicho antes y además los solistas del coro tienen una calidad muchas veces superior a la de algunos solistas que hay por ahí en teatros, algunos incluso famosos. Dicho esto, la noche fue una maravilla y os prometo que hago una pausa en mis crónicas de óperas para no cansaros.
martes, 23 de octubre de 2018
Orphée et Eurydice
Tercera ópera en una semana y aún me falta otra. Estoy embalada. Y en esta ocasión ha sido de casualidad porque me enteré tarde y compré una entrada de gallinero en el último momento. Pero valió la pena.
Se trata de una de las óperas más influyentes de la historia por varios motivos. Por de pronto, dio inicio a una larga lista de óperas de rescate del repertorio germano y se convirtió en la primera ópera en que la música primaba sobre la poesía y la trama se simplificaba para centrar la atención del espectador en el canto. Como tantas óperas antiguas, Orfeo ed Euridice tiene varias versiones pero las más conocidas son la original italiana para contralto castrato, la francesa en la que el protagonista es un tenor contraltino y esta tercera, con arreglos de Héctor Berlioz para rol en travesti, a mayor gloria de la estrella del momento, Pauline Viardot (née Paulina García). Esta última es la versión que ha programado la Opéra Comique, un teatro en el que todavía no había estado, y que consta de cuatro actos de corta duración. La ópera dura unos 90 minutos en total así que se representa toda seguida sin entreactos.
La noche empezó regular ya que tenía un pilar justo delante pero, por suerte, una silla se quedó vacía y el señor que se sentaba a mi lado la ocupó. Yo también me moví y pude ver el escenario completo y parte de la orquesta. Por cierto, que las butacas son bastante más cómodas que las de Garnier donde vi Bérénice: me duelen los riñones sólo de acordarme Además, gracias a mis gemelos no me perdí detalle.
Como nunca la había oído entera estuve muy atenta a los detalles de esta música maravillosa de la transición entre el Barroco y el Neoclásico aunque hay que reconocer, que en algunas tormentas orquestales, se nota la mano de Berlioz. Los músicos del Ensemble Pygmalion son fantásticos con mención especial para algunos solistas como la flauta y el arpa. El coro pertenece al mismo grupo y también estuvo fenomenal, cantando con intensidad pero sin estridencias. Lo que me lleva a pensar que la dirección de Raphaël Pichon estuvo muy acertada. Tendría que comparar con otras grabaciones pero la orquesta sonó rica en matices y muy emotiva por momentos.
Resulta curioso como las grandes leyendas y mitos del pasado siguen emocionando miles de años después. De hecho, la pérdida del ser amado y la necesidad de ir a buscarlo (aunque sea en un sentido metafórico) son un elemento universal y atemporal. El escenario tiene como telón de fondo una reproducción del cuadro Orfeo conduciendo a Eurídice al Infierno de Corot y un espejo enorme que refleja los movimientos de los cantantes, a veces desde atrás y otras veces desde arriba. La puesta en escena es muy bonita y sencilla pero efectista y muy trabajada. Aunque hay algún momento un poco raro, como la aparición del Amor en un aro gigante, la aparente simplicidad nos conduce directamente a las emociones y los sentimientos vividos por Orfeo en cada instante.
El vestuario también acompaña: Orfeo apareció con un traje azul y una peluca de pelo blanco en un estilismo que recordaba un poco a Julian Assange en su época de procesos judiciales londinenses. La Eurídice resultaba un tanto insulsa con un severo conjunto blanco de chaqueta, camisa y falda larga acompañado de otra peluca blanca pero más voluminosa. El Amor llevaba un precioso vestido de fiesta en rosa empolvado con lentejuelas que no me importaría tener en mi fondo de armario. Las plañideras, ninfas y pastores, aparecen de luto pero se quitan el abrigo y vemos que, mientras ellos llevan un traje negro, ellas lucen vestidos blancos de estilo años 20. Además del vestuario, discreto pero con personalidad, la iluminación y las coreografías encajan perfectamente con la música y se da una sensación de espectáculo perfectamente cohesionado y completo.
La protagonista absoluta de la noche fue Marianne Crebassa, la mezzosoprano que ya vimos en La Clemenza. En esta ocasión, también interpreta un papel en travesti aunque algo mejor interpretado, menos tímida que en otras ocasiones, más intensa a nivel teatral y vocal. Su voz también ha madurado y llenaba todo el teatro: sonó redonda y completa, llena de matices y bien proyectada, densa y, en ocasiones, hasta masculina. Sus mejores momentos fueron los más dolientes y melancólicos del primer y último actos. La dulce pero triste Eurídice de Hélène Guilmette tiene una participación pequeña pero muy bonita y bastante emotiva: la cantante lo hizo muy bien con dramatismo pero sin lloriqueos. Por su parte, Lea Desandre que interpretaba el Amor tiene una voz bonita y ágil. Brave tutte!
En definitiva, fue una noche mágica. Salí encantada del teatro y casi emocionada por la delicadeza y la tristeza de la obra y por la belleza del espectáculo.
Fachada de la Opéra Comique
Se trata de una de las óperas más influyentes de la historia por varios motivos. Por de pronto, dio inicio a una larga lista de óperas de rescate del repertorio germano y se convirtió en la primera ópera en que la música primaba sobre la poesía y la trama se simplificaba para centrar la atención del espectador en el canto. Como tantas óperas antiguas, Orfeo ed Euridice tiene varias versiones pero las más conocidas son la original italiana para contralto castrato, la francesa en la que el protagonista es un tenor contraltino y esta tercera, con arreglos de Héctor Berlioz para rol en travesti, a mayor gloria de la estrella del momento, Pauline Viardot (née Paulina García). Esta última es la versión que ha programado la Opéra Comique, un teatro en el que todavía no había estado, y que consta de cuatro actos de corta duración. La ópera dura unos 90 minutos en total así que se representa toda seguida sin entreactos.
Cartel anunciador
Mis vistas: por suerte me moví un asiento a la izquierda
Mis gemelos
Imágenes del vestíbulo
Imágenes del interior
El reparto saluda al público
Los protagonistas reciben los aplausos
domingo, 21 de octubre de 2018
La Traviata
Pues aquí estoy, hablando de La Traviata. Jamás lo imaginé pero este pasado miércoles fui a una representación de la inmortal ópera de Verdi, una de las más famosas del repertorio y una de las más populares entre los aficionados. Además, es la favorita de mi amiga Carole así que, ¿qué menos podía hacer yo que llevarla al teatro?
No comparto el entusiasmo por esta ópera ya que la historia me parece una tontería por mucho que esté basada en La Dama de la Camelias de Alexandre Dumas hijo, inspirada, a su vez, en la vida de Alphonsine Duplessis. La ópera pierde los matices dramáticos de la historia de Dumas y se centra en la introspección sentimental de la protagonista. La trama es la siguiente: un niñato de pueblo sin oficio ni beneficio llega a París y se gasta el dinero en fiestas. En una de ellas confiesa su amor a una cortesana de lujo y, ésta, gravemente enferma y conmovida por la inocencia del joven, se va a vivir con él a una casa en las afueras gastando su patrimonio en ello. En éstas, llega el padre del joven a poner orden en la vida de su hijo. El viejo, que parece ser el único que tiene la cabeza sobre los hombros, pide a Violetta que se aleje para siempre de él. Ella accede y recibe el desprecio de su examante, cae nuevamente enferma y fallece pobre pero con el reconocimiento de los demás por su sacrificio y su buen corazón, entregando un donativo a los pobres y elevando su último pensamiento a Dios. Aparte de que la historia es más vieja que andar p'alante, el tono de expiación cristiano y moralista del final resulta cargante después del sacrificio y la expiación que ya hace en el segundo acto.
Aunque la música es preciosa, siempre tengo la impresión de que lo que estoy viendo no se corresponde con lo que estoy oyendo: a ratos, no entiendo la música, demasiado heroica por momentos, con mención especial al aria del barítono Di Provenza... que parece introducida en la ópera como con un corta y pega, sin ninguna relación ni en el ritmo ni en la melodía con el resto de la obra, una especie de expediente X operístico.
El reparto y el director saludan
No comparto el entusiasmo por esta ópera ya que la historia me parece una tontería por mucho que esté basada en La Dama de la Camelias de Alexandre Dumas hijo, inspirada, a su vez, en la vida de Alphonsine Duplessis. La ópera pierde los matices dramáticos de la historia de Dumas y se centra en la introspección sentimental de la protagonista. La trama es la siguiente: un niñato de pueblo sin oficio ni beneficio llega a París y se gasta el dinero en fiestas. En una de ellas confiesa su amor a una cortesana de lujo y, ésta, gravemente enferma y conmovida por la inocencia del joven, se va a vivir con él a una casa en las afueras gastando su patrimonio en ello. En éstas, llega el padre del joven a poner orden en la vida de su hijo. El viejo, que parece ser el único que tiene la cabeza sobre los hombros, pide a Violetta que se aleje para siempre de él. Ella accede y recibe el desprecio de su examante, cae nuevamente enferma y fallece pobre pero con el reconocimiento de los demás por su sacrificio y su buen corazón, entregando un donativo a los pobres y elevando su último pensamiento a Dios. Aparte de que la historia es más vieja que andar p'alante, el tono de expiación cristiano y moralista del final resulta cargante después del sacrificio y la expiación que ya hace en el segundo acto.
La tumba de la mujer que inspiró La Traviata
Aunque la música es preciosa, siempre tengo la impresión de que lo que estoy viendo no se corresponde con lo que estoy oyendo: a ratos, no entiendo la música, demasiado heroica por momentos, con mención especial al aria del barítono Di Provenza... que parece introducida en la ópera como con un corta y pega, sin ninguna relación ni en el ritmo ni en la melodía con el resto de la obra, una especie de expediente X operístico.
¿Por qué tanto éxito entonces? Por varios elementos: una historia de prostituta de buen corazón, unos enamorados que se encuentran y desencuentran y una protagonista absoluta que requiere una soprano muy dotada a nivel vocal, musical e interpretativo. Violetta es el papel por excelencia de una gran diva: ella lo es todo y lo abarca todo mientras el resto son meros comparsas. Es un papel tan exigente no sólo porque está casi todo el tiempo en escena sino, también, porque exige tres voces en una sola: una soprano de agilidad en el primer acto, una lírica en el segundo y una dramática en el tercero. Por eso, hay tan pocas cantantes que salgan airosas de la prueba. Supongo que es este tour de force de la protagonista lo que el público más valora.
Para añadir más atractivo a la función, tenía interés en la puesta en escena de estilo clasicista creada por Benoît Jacquot que se ha paseado por varios teatros del mundo. Los elementos más destacables son el vestuario inspirado en la época en que se desarrolla la acción, es decir, señoras con crinolinas y caballeros con frac y un decorado de aire simbólico tendente al gigantismo: la cama, el árbol, la escalinata... y la Olympia de Manet, reproducida en las figuras de Violetta y de Aninna, convertida ésta última en una mulata como la que aparece en el fondo del cuadro, tenían unas dimensiones mastodónticas.
Uno de los problemas prácticos de La Traviata es que el primer y el tercer acto son muy cortos, con lo cual ni el público ni los artistas han entrado en calor cuando ya llega la primera pausa y se hace una segunda cuando sólo quedan 30 minutos para el desenlace. Algunas representaciones cambian la organización de los actos haciendo una sola pausa en mitad del segundo acto que consta de dos escenas. En esta ocasión se eligió respetar el esquema de la ópera tal y como es, incluida la partitura por lo que esta Traviata no tuvo ornamentos, ni el Mi bemol que adorna el final del primer acto ni sobreagudos en el aria de Alfredo. En el podio, Giacomo Sagripanti, un joven y guapo director italiano especializado en repertorio belcantista y verdiano. La orquesta sonó muy bien con la delicadeza justa pero sin demasiadas ñoñerías ni tampoco pasada de rosca como otras versiones, que en lugar de una historia melodramática parecen un desfile militar.
Sobre los cantantes, Aleksandra Kurzak fue Violetta, Jean-François Borras fue Alfredo y George Gagnidze, Germont. La Kurzak fue la Vitellia de La Clemenza di Tito que ya vi el año pasado y lo hizo bastante bien. Como ya he dicho, no añadió el Mi agudo al final del Sempre libera pero nos dejó unos bonitos pianissimi, una messa di voce sutil pero bien hecha y una gran seguridad en las agilidades del primer acto. En el segundo, estuvo muy emotiva en su dúo con Germont y, al final, su voz sonó lo bastante grave y dramática para la parte. Como nota curiosa, hay que decir que mientras Violetta agonizaba por la tuberculosis, quienes tosían eran los espectadores. É stranno... como ella misma canta. A nivel interpretativo, me gustó bastante y además es una chica muy guapa y elegante así que la caracterización no le costó un gran esfuerzo. Aunque no tenga una voz muy potente, la encarnación vocal del personaje estuvo correcta. Muy bien.
Todos los demás personajes son completamente secundarios pero diremos que el barítono Gagnidze estuvo fantástico en el segundo acto, tanto el bello dúo con Violetta como su aria Di Provenza. Además, me gustó que cantara a voz plena y no entre gemidos como hacen otros con este papel. Giorgio Germont no es un abuelete senil y lastimero sino un tipo autoritario y manipulador y así debe sonar. El enamorado Alfredo corrió a cargo del tenor Borras quien empezó muy inseguro (casi no se le oyó en el Libiamo) pero mejoró notablemente conforme avanzaba la función. El coro y los comprimarios estuvieron muy bien. Aunque La Traviata no me guste especialmente, debo decir que disfruté y lo pasé muy bien.
Escenario del último acto
Uno de los problemas prácticos de La Traviata es que el primer y el tercer acto son muy cortos, con lo cual ni el público ni los artistas han entrado en calor cuando ya llega la primera pausa y se hace una segunda cuando sólo quedan 30 minutos para el desenlace. Algunas representaciones cambian la organización de los actos haciendo una sola pausa en mitad del segundo acto que consta de dos escenas. En esta ocasión se eligió respetar el esquema de la ópera tal y como es, incluida la partitura por lo que esta Traviata no tuvo ornamentos, ni el Mi bemol que adorna el final del primer acto ni sobreagudos en el aria de Alfredo. En el podio, Giacomo Sagripanti, un joven y guapo director italiano especializado en repertorio belcantista y verdiano. La orquesta sonó muy bien con la delicadeza justa pero sin demasiadas ñoñerías ni tampoco pasada de rosca como otras versiones, que en lugar de una historia melodramática parecen un desfile militar.
Aplausos para la Violetta
Sobre los cantantes, Aleksandra Kurzak fue Violetta, Jean-François Borras fue Alfredo y George Gagnidze, Germont. La Kurzak fue la Vitellia de La Clemenza di Tito que ya vi el año pasado y lo hizo bastante bien. Como ya he dicho, no añadió el Mi agudo al final del Sempre libera pero nos dejó unos bonitos pianissimi, una messa di voce sutil pero bien hecha y una gran seguridad en las agilidades del primer acto. En el segundo, estuvo muy emotiva en su dúo con Germont y, al final, su voz sonó lo bastante grave y dramática para la parte. Como nota curiosa, hay que decir que mientras Violetta agonizaba por la tuberculosis, quienes tosían eran los espectadores. É stranno... como ella misma canta. A nivel interpretativo, me gustó bastante y además es una chica muy guapa y elegante así que la caracterización no le costó un gran esfuerzo. Aunque no tenga una voz muy potente, la encarnación vocal del personaje estuvo correcta. Muy bien.
El reparto saludando
Todos los demás personajes son completamente secundarios pero diremos que el barítono Gagnidze estuvo fantástico en el segundo acto, tanto el bello dúo con Violetta como su aria Di Provenza. Además, me gustó que cantara a voz plena y no entre gemidos como hacen otros con este papel. Giorgio Germont no es un abuelete senil y lastimero sino un tipo autoritario y manipulador y así debe sonar. El enamorado Alfredo corrió a cargo del tenor Borras quien empezó muy inseguro (casi no se le oyó en el Libiamo) pero mejoró notablemente conforme avanzaba la función. El coro y los comprimarios estuvieron muy bien. Aunque La Traviata no me guste especialmente, debo decir que disfruté y lo pasé muy bien.
martes, 16 de octubre de 2018
Alma es vida
Después de Bérénice, la ópera del domingo, me fui a comer un brunch con mi dulce Ivonne pero no uno cualquiera, sino uno hecho con todo el cariño del mundo y la mejor disposición. Se trata del que servía la taquería Itacate para recaudar fondos para pagar el tratamiento de Alma, la madre de Luis, su propietario. Para ello, sus amigos taqueros le ayudaron en la preparación del menú que consistía en tres tacos a elegir, una bebida dulce y un café de olla acompañado de pasteles de muerto.
Los riquísimos tacos tenían el sello artesanal inconfundible de Mercedes Ahumada y se podían rellenar de tinga, chicharrones, pierna, picadillo, nopales... todo delicioso. Para beber, mi amiga y yo elegimos agua de Jamaica, hecha con flores de hibisco. Para acabar, los dulces estaban muy ricos, igual que el café de olla del que me habría podido beber tres litros.
Los tacos
Los riquísimos tacos tenían el sello artesanal inconfundible de Mercedes Ahumada y se podían rellenar de tinga, chicharrones, pierna, picadillo, nopales... todo delicioso. Para beber, mi amiga y yo elegimos agua de Jamaica, hecha con flores de hibisco. Para acabar, los dulces estaban muy ricos, igual que el café de olla del que me habría podido beber tres litros.
Las flores de hibisco
Pastelitos
Mi café
Todo esto por una buena causa: desde aquí, deseo a Alma una pronta recuperación y a su familia, mucho ánimo para acompañarla.
lunes, 15 de octubre de 2018
Bérénice, un estreno mundial
Si la pasada temporada de ópera fue muy masculina (Don Carlos, Don Giovanni, Tito, Il barbiere, Cellini, Don Pasquale, El Trovador...), este año se presenta muy femenino: La Traviata, Carmen, Tosca, La Cenerentola... y otras grandes damas van a pasearse por París esta temporada. Y la primera de ellas es Berenice, un estreno mundial que tenía muchas ganas de ver, sobre todo, porque no se estrenan muchas óperas hoy en día. Y de día ha sido la representación, un domingo por la tarde, como ya me ocurrió con Un Ballo in Maschera.
El cartel en la parte de atrás del Palais Garnier
Inspirada en la obra del mismo nombre de Jean Racine, el suizo Michael Jarrell nos ha presentado su última ópera nada menos que en el Palais Garnier. El compositor se ha encargado de la música y del libreto rescatando para el mismo algunas frases textuales de la obra original de Racine: de hecho, me tomé la molestia de leerla unos días antes de la representación y aún tenía los versos frescos en la memoria. Además también ha respetado no sólo la historia sino el tono de la misma. Si la escenografía resulta clásica, la música es muy moderna y, por suerte, muy bien construida: se inicia de una manera, continúa avanzando y, al final, vuelve a los sonidos del principio. Al ser una pieza contemporánea, había una gran profusión de percusión e instrumentos poco habituales en las óperas como bongos, xilófonos, cajas chinas, claves de madera... y también formas inesperadas de tocarlos: así los instrumentos de cuerda han sido tocados en algunos pasajes en pizzicato y el timbal raspado con un cepillo. Y, ¿cómo puedo saberlo? Porque mi butaca estaba en el gallinero pero bien centrada de manera que lo he visto todo, desde muy lejos, pero todo. En conclusión diré que la música me ha gustado mucho pero reconozco que no es apta para todos los públicos.
Y hablando de públicos, en mi zona había un montón de niños lo que me ha sorprendido puesto que ni la obra de teatro ni la ópera me parecen apropiadas para menores, al menos, no tan pequeños como los que me rodeaban. Debo decir que los críos se han portado muy bien, no así sus acompañantes que no paraban de hacer comentarios y de dar la lata. Otro asunto interesante es el espacio, escaso, para las localidades: no me cabían mis largas piernas y, justo en los riñones, había un tablón que me obligaba a estar con la espalda tiesa como si me hubiera tragado un paraguas. Es una suerte que la ópera sólo haya durado una hora y media porque no sé si hubiera aguantado más tiempo.
Respecto a la puesta en escena, corre a cargo de Claus Guth y es muy sobria: tres estancias palaciegas de estructura clásica pero modernizada en las que los personajes están en el mismo espacio pero separados. Se trata de una forma de expresar su cercanía física pero la lejanía de sus sentimientos ya que ninguno de ellos se atreve a expresarlos abiertamente. La reina Berenice ha llegado a Roma para celebrar sus esponsales con el emperador Tito Vespasiano pero el matrimonio no llega a producirse. Si en La Clemenza di Tito ya vimos la renuncia del emperador al amor por la obligación, en la presente se nos cuenta cómo ocurre todo desde la perspectiva de la infortunada novia. La base de los tres espacios es interesante pero otros trucos escénicos, como los juegos de puertas, están ya muy trillados. La escenografía (que podéis ver aquí) no es sobresaliente pero tiene buenas ideas así que le doy un aprobado alto. La dramaturgia, de Konrad Kuhn, es otro tema. Como suele ser habitual en estos tiempos, se quiere convertir a los cantantes no sólo en actores sino también en bailarines y hasta en acróbatas. Un exceso de movimientos, algunos rayanos en lo circense, perturbaba la buena comprensión de la psicología de los personajes: los tres protagonistas principales viven callando sus sentimientos y renunciando a su felicidad por el deber así que habría sido necesaria un poco más de mesura y no convertirlos en unos histéricos o neuróticos como lo parecían en ciertos momentos. Así pues la dirección de actores estuvo regular.
Ahora, hablemos de lo que más importa: las voces. En primer lugar, debo decir que es una ópera moderna de las que se cantan en lo que se llama parlando. El canto ha estado muy bien, a mi juicio, perfectamente cohesionado con la música y permitiendo a los cantantes los lucimientos vocales justos y necesarios. El rol titular ha sido cantado por la canadiense Barbara Hannigan, una soprano especializada en óperas contemporáneas. Su voz es clara y firme; su francés, muy correcto y su presencia escénica, destacable. No tiene miedo a las acrobacias físicas (contorsionismos, saltos, equilibrismos...) que son una constante en sus representaciones. También tiene mucho gusto cantando, de hecho, ha dejado un par de pianissimi muy bellos en los momentos más dramáticos. Muy aplaudida, claro.
La impresionante vista nada más entrar
Dicen las lenguas malintencionadas que cuando un cantante de ópera ya no tiene la capacidad para cantar el repertorio tradicional tiene que buscar alternativas como la ópera barroca, la moderna o la exótica. Éste parece ser el caso de Bo Skovhus, el barítono danés que interpretaba al desdichado Tito. Su actuación me ha parecido correcta y sus agudos, brillantes. No se puede decir lo mismo de los graves que han sonado faltos de lustre y que, por momentos, eran inaudibles. En la zona media se le notaba más cómodo y podía lucir sus mejores armas. Además cada día está más guapo y más cachas.
En las ropas de Antíoco, otro barítono, Ivan Ludlow ha realizado una actuación magnífica, la más aplaudida si no me equivoco. No recuerdo ninguna ópera que no tenga un tenor entre los papeles protagonistas, especialmente, entre los roles de enamorado. Esto es lo que ocurre en Bérénice. Aquí el triángulo amoroso está formado por una soprano y dos barítonos lo que quizá nos quiera decir que los dos son personajes de la misma edad y la misma dignidad y que ambos deben renunciar al amor por el deber. El doliente Antíoco no se atreve a expresar su amor a la bella reina pero, en realidad, es el primero que abre su corazón y, por tanto, quien desencadena la acción. Su voz, además de ser muy bonita, sonó fenomenal y muy matizada, potente y ágil. Bravo.
También muy bien el bajo Alastair Miles que interpretaba al fiel Paulin, voz del deber, y el Arsace del tenor Julien Behr, voz de los sentimientos. El primero acompaña a Tito y el segundo, a Antíoco. Acompañando a la reina, estaba Phénice, un papel hablado a cargo de Rina Schenfeld que declamaba en hebreo, para recordarnos que la novia viene de Palestina. Por cierto, aquí pongo el lunar de la noche y es que la actriz llevaba micrófono. ¿Alguien se imagina al Pachá Selim o a la Duquesa de Krackenthorp con un micro en la solapa? Pues eso, muy mal, inadmisible.
La dirección de Philippe Jordan estuvo muy bien y la orquesta sonó perfectamente ensamblada con los cantantes. Se escucha claramente que los músicos han trabajado muchísimo en la preparación de la misma. Mención especial merecen los numerosos percusionistas que se empleaban en esta ópera. Les doy a todos un 10. Y otro al teatro por ser valiente y programar una novedad. Aunque el repertorio clásico nos encanta también hay que estar abierto a escuchar otras cosas para que la ópera no muera o, peor, se quede acartonada y fosilizada y, al final, despreciada por el público. Sólo el tiempo dirá si ésta de hoy es una gran ópera o una más.
La tonta publicidad del metro