Por mi parte, sólo puedo expresar cosas positivas de la exposición que el Gran Palais ha dedicado a Velázquez. En primer lugar, es inmensa pero no se hace pesada porque está bien organizada por etapas y bien explicada. En segundo lugar, porque se dan a conocer momentos de la vida del pintor en relación con otros hechos coetáneos como guerras, establecimientos de dogmas religiosos y sucesos relacionados con la familia real española de la que Velázquez era pintor oficial. Para finalizar, esta muestra me ha permitido ver tres obras que no pensaba ver en los próximos años y, mucho menos, juntas: La venus del Espejo, El retrato de Inocencio X y La Infanta Margarita vestida de azul. Aquí están las tres venidas de Londres, Roma y Viena respectivamente. Además, he podido disfrutar otra vez de algunas obras magnas del Prado como el retrato ecuestre del Principe Baltasar Carlos o el de la infanta Margarita con vestido rosa.
Una exposición fantástica que me encantó pero que, por desgracia, ya se acaba. Velázquez ha triunfado en París como sólo los grandes artistas pueden hacerlo.
Cartel de la exposición
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