Aunque París es conocida como la ciudad del amor, la libertad e incluso el libertinaje, también en ella han ocurrido episodios terribles. Al ser la capital y corte real de Francia y una ciudad muy importante, han pasado por aquí los luchadores en favor de la libertad y también aquellos que querían cercenarla. Además de matanzas, guerras, terroristas y guillotinas, por París también pasó la Inquisición. Una de sus damnificadas fue una joven beguina llamada Margarita Porete que dedicó su vida a escribir
sobre el amor totalmente desinteresado hacia Dios. Las beguinas eran mujeres místicas que dedicaban su vida a la religión pero que no estaban encerradas en monasterios y conventos como las monjas sino en congregaciones libres, la mayoría repartidas por Alemania, Flandes y Holanda. Esto les permitía conocer la vida normal, estar en contacto con la gente y dedicarse a la meditación pero también a la predicación. Esta libertad y el misticismo que predicaban sin ataduras y sin reglas las convertía en un elemento peligroso para la autoridad eclesiástica. De hecho, el Concilio de Vienne condenó este movimiento en 1.312.
En aquella época, la religión del miedo y del Dios cruel y vengativo daba paso a otra concepción más humanista, antesala del Renacimiento. De este modo, aparecieron corrientes místicas que defendían un diálogo directo con Dios y una proclamación de su amor sin condiciones. Al mismo tiempo, se vivía una especie de exaltación de la mujer, tanto tiempo reprimida, que cristalizaba en el amor cortés y en el apogeo al culto a la Virgen, llegando al punto de dedicar a María la decoración de los ábsides, hasta entonces exclusiva para el Pantócrator.
Margarita escribió su obra El espejo de las almas simples en la que inmortalizó pensamientos, visiones y experiencias místicas. En ella, se hablaba del amor a Dios por encima de los convencionalismos, un amor completamente libre más allá de la comunión, los sacramentos y las liturgias. Tanta libertad no podía caer bien a la jerarquía de la Iglesia. Por este libro fue excomulgada y condenada a morir en la hoguera por la Inquisición, condena que se cumplió el 1 de junio de 1310, delante del Ayuntamiento de París, cuya plaza se llamaba antiguamente Place de Gesvres; de hecho el muelle todavía se llama así. Nunca se retractó de sus palabras y murió convencida de su inocencia y pureza de corazón.
En aquella época, la religión del miedo y del Dios cruel y vengativo daba paso a otra concepción más humanista, antesala del Renacimiento. De este modo, aparecieron corrientes místicas que defendían un diálogo directo con Dios y una proclamación de su amor sin condiciones. Al mismo tiempo, se vivía una especie de exaltación de la mujer, tanto tiempo reprimida, que cristalizaba en el amor cortés y en el apogeo al culto a la Virgen, llegando al punto de dedicar a María la decoración de los ábsides, hasta entonces exclusiva para el Pantócrator.
Margarita escribió su obra El espejo de las almas simples en la que inmortalizó pensamientos, visiones y experiencias místicas. En ella, se hablaba del amor a Dios por encima de los convencionalismos, un amor completamente libre más allá de la comunión, los sacramentos y las liturgias. Tanta libertad no podía caer bien a la jerarquía de la Iglesia. Por este libro fue excomulgada y condenada a morir en la hoguera por la Inquisición, condena que se cumplió el 1 de junio de 1310, delante del Ayuntamiento de París, cuya plaza se llamaba antiguamente Place de Gesvres; de hecho el muelle todavía se llama así. Nunca se retractó de sus palabras y murió convencida de su inocencia y pureza de corazón.
Imagen del Ayuntamiento y el Muelle de Gesvres
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