Se está poniendo de moda que los museos llamen a artistas para realizar intervenciones en ellos con absoluta libertad e, incluso, en colaboración con diferentes autores. Lo que se llama carta blanca. Ya lo vimos en la irónica exposición de Sophie Calle y ahora en el Palais de Tokyo.
Hasta el 7 de enero, el autodenominado antimuseo ha cedido sus inmensos espacios a Camille Henrot para, en colaboración con otros artistas, mostrarnos que los días son muy perros. Partiendo de una base científica, podemos caracterizar el año como una vuelta de la Tierra alrededor del Sol, el mes como una vuelta de la Luna alrededor de la Tierra y el día como una vuelta del eje de rotación de la Tierra. Pero la semana es una construcción intelectual creada a imagen y semejanza del hombre y de sus actividades. Y la exposición que nos ocupa está precisamente organizada como si de una semana se tratara con sus ritmos, costumbres y ocupaciones. Cada una de las siete secciones nos lleva a un plano diferente y a una representación de la realidad diferente.
El nombre elegido para esta intervención es Days are dogs, un juego de palabras. Si en inglés dog day significa una jornada difícil, la traducción al español resulta aún más chocante porque perro puede ser duro de sobrellevar pero también malintencionado y despreciable. Como todo lo humano, no podemos descartar la maldad y la inquina de ahí que esta exposición nos anime a preguntarnos por los argumentos de autoridad y las ficciones y conceptos en las que se basa nuestra existencia.
El recorrido comienza por el sábado con una película en 3-D consagrada a los Cristianos Adventistas del Séptimo Día. El domingo está dedicado a las labores del hogar, incluída la decoración, por lo que se utiliza el ikebana, técnica de decoración floral japonesa, como hilo conductor de esta sección.
El lunes suele ser el día en que comienza la semana laboral para la mayoría de la gente de modo que es la sección que ocupa más espacio: en ella, nos encontramos con todo tipo de seres y situaciones inesperadas, muchas de ellas vinculadas con la depresión y la angustia. El martes, día de Marte, el dios de la guerra, se representa de una forma guerrera con colchonetas de gimnasio, cuerdas de ring de boxeo y cuerdas de acero bien tirantes. Este espacio es muy divertido ya que se puede circular por él y tocar las esculturas. No es el único lugar interactivo del recorrido.
Miércoles es el día de Mercurio, el mensajero de los dioses, así que en la exposición aparecen varias formas de comunicación tratadas fuera de contexto, por ejemplo, emails escritos como si fueran cartas antiguas, manuscritas a pluma. Aparecen unas enormes reglas con formas como las que teníamos de niños y papeles por todas partes. Aunque mi sala favorita es la de los teléfonos: unos aparatos de madera que se pueden descolgar, con unos botones para escuchar unas disparatadas grabaciones. Con estos benditos teléfonos me di dos golpes en la cabeza; casi no salgo viva de la experiencia.
Si todas las secciones de la muestra son divertidas y profundas a la vez: la dedicada al jueves nos puede hacer pensar más. El día de Júpiter, el día del gran dios, el padre de los dioses, el omnipotente, está centrado en el dios de la actualidad: el dinero. Un sendero de monedas está presente a lo largo de toda esta zona: el camino del dinero es el que todo el mundo sigue... pero llega a una nueva sala oscura llena de fotografías de zapatos manchados de barro. Después de esta horrible realidad, el viernes son unas delicadas flores secas colocadas encima de recortes de diarios.
Esta intervención de Camille Henrot y sus colaboradores me ha encantado: es divertida, dinámica, irónica y nos permite participar en varias de sus secciones. La recomiendo absolutamente.
Al mismo tiempo, hay una exposición que termina en la misma fecha, llamada Les Mains sans Sommeil y son obras de una selección de artistas becados por la Fundación Hermès. En ella, también hay una gran parte de humor refinado y de arte conceptual.
sábado, 30 de diciembre de 2017
jueves, 28 de diciembre de 2017
Sophie Calle
Los buenos amigos, como Carole R. y Tristan, descubren los pequeños tesoros que se producen en esta ciudad y los comparten para disfrute de todos sus amigos. Y yo ahora las comparto con vosotros.
Es raro que el Museo de la Caza y la Naturaleza permita en sus salas una intervención artística como la de la genial Sophie Calle aunque, con el carácter asilvestrado y juguetón de la francesa y su trayectoria vital, no desentona para nada. Si añadimos la salvaje colaboración de la artista Serena Carone, la muestra tiene todo el sentido del mundo.
La exposición se llama Beau doublé, Monsieur le Marquis y, como es habitual en ella, su arte es una proyección de su vida privada, sus sentimientos e inquietudes. El nombre no es casual: Calle lo toma de un eslogan publicitario de cartuchos de caza y es un guiño al aristocrático director del museo, Claude d'Anthenaise.
En ella, hay varias piezas que han sido concebidas expresamente para la ocasión, en especial, en la planta baja del edificio. Así, empieza con unas salas en las que la artista se expresa sobre el fallecimiento de su padre: son unas obras, al mismo tiempo, emotivas y graciosas, tristes y chuscas; a ratos, se puede llegar uno a emocionar para, a continuación, dejar estallar una carcajada con algunas de las ocurrencias de Calle. Durante el recorrido, pueden brotar las lágrimas y las sonrisas casi al mismo tiempo. Es la parte más emotiva y bonita de la exposición. En el plano personal, me ha hecho recordar las últimas palabras de mi padre, las últimas conversaciones que tuve con él, del mismo modo que una de las obras reproduce las palabras de los últimos días del señor Bob Calle.
En mitad de todos estos sentimientos expresados a corazón abierto, los animales y las plantas son el centro expositivo de un museo dedicado a la naturaleza. Estos seres vivos se convierten en el museo en seres inertes y fantasmagóricos y, de ello, se aprovechan Calle y su colaboradora Carone. Los animales representan una conexión afectiva con el mundo de sus seres queridos. Pero no acaba aquí la vinculación con la caza. De ahí que se nos aparezca ella misma, más bien un maniquí que la representa, llevando un vestido de flores y pequeños bichitos como libélulas, camaleones, etc... reinando entre varios animales disecados de su propia colección personal que simbolizan sus seres queridos desaparecidos, como tótems primitivos. Este detalle kitsch no impide ver que se trata de un ritual de apego a su gente, como si no quisiera que se fueran del todo, como si su presencia tuviera que estar siempre ahí, trasmutada en una obra de taxidermia. Todo esto resulta enternecedor y horripilante al mismo tiempo.
En la segunda parte de la muestra se van alternando todo tipo de objetos. Volviendo al tema de la caza, en sus obras, Calle utiliza las técnicas de un cazador: busca pistas e indicios, observa los gestos y costumbres de las personas que llaman su atención o incluso, a veces, contrata detectives privados para que la sigan y la observen convirtiéndose ella misma en objeto de la caza. Parecido ocurre con su vida personal en la que, al igual que un cazador, busca, sigue y ataca a su objeto de deseo. De hecho, la exposición está llena de anécdotas sobre sus encuentros personales y amorosos contadas como si de un manual de caza y pesca se tratara.
Sophie Calle nos abre su corazón, nos cuenta los pormenores de sus vivencias, a medio camino entre la realidad y la fantasía, como en una novela del realismo mágico. Los pasajes de la vida de Calle, algunos bastante curiosos, no dejan de ser relatos con los que cualquiera se puede identificar. A veces, lo que nos parece extraño es más habitual de lo que creemos. Por supuesto, todas estas vivencias son contadas en paneles y carteles, algunos bellamente enmarcados, por lo que estamos en una exposición con bastante literatura. Si no os gusta leer en las exposiciones que visitáis, quizá ésta no sea vuestra opción.
Si algo destaca en esta sección es el gran sentido del humor de la autora. Nos cuenta su primera visita al psicólogo, su divorcio (representado por un cubo de pis), nos enseña todos los enseres que forman su cama (sábanas, colcha, almohadas...) ya que se la envió a un fan depresivo que le pidió dormir en ella, nos hace leer las cartas que ha escrito o recibido (su correspondencia con su madre, con un novio, con un amigo de sus padres del que ella pensaba que era su verdadero padre...), nos muestra su intento fallido de casarse en un aeropuerto a través de la exposición de su vestido de no-novia en rojo, nos cuenta una agresión que sufrió por parte de una compañera del club de striptease en el que trabajaba con un zapato de tacón de aguja expuesto en una de las salas... Mil retales de su vida que se entrelazan y se unen para formar una realidad compleja como en una colcha de patchwork. Algunos son especialmente hilarantes como una escultura, realizada por Carone, de una joven dormida con un cerrojo y una llave en la mano para dar pie a una historia de duelo familiar: su madre le hacía guardar un minuto de silencio cada vez que pasaban por el lugar en el que la buena señora había perdido su virginidad. Por lo visto, no fue una experiencia muy satisfactoria. Casi me caigo de espaldas de la risa. Mucho menos divertido es otro momento también relacionado con su madre. Calle escribió en su diario "mi madre ha muerto" cuando ésta falleció del mismo modo que su madre había escrito la misma frase también en su diario 20 años antes. La artista se lamenta de que nadie lo escribirá cuando ella fallezca puesto que no tiene hijos.
Llama muchísimo la atención este exhibicionismo femenino en un ambiente tan masculino de armas de fuego, animales disecados y cuadros de escenas de caza pero, precisamente, este contraste es uno de los encantos de esta exposición.
Pero la masculinidad no queda fuera de la muestra ni mucho menos, aunque se reserva a la última planta con una recopilación de textos de hombres que buscan pareja de lo más curioso. Una feminista como yo no sabe si reir o llorar ante la recopilación de fragmentos de anuncios de búsqueda de pareja seleccionados por la artista. Se trata de un catálogo de cualidades deseadas en la mujer por individuos de sexo masculino (sic), a través de una selección de anuncios publicados en la revista "Le chasseur français" entre 1895 y 2010, lo cual tiene lógica ya que se trata de un museo de caza, y otros anuncios recogidos de Le Nouvel Obstervateur a partir de 1990. Para finalizar, la artista también ha compilado anuncios de Meetic y algunos mensajes de la aplicación de ligoteo Tinder. Lo primero que destaca en esos anuncios por palabras es una cosificación de la mujer que, por desgracia, no ha sido superada. Lo segundo es la consideración de la mujer como un ser pasivo sin voluntad propia y siempre subordinada y al servicio del hombre. Lo tercero es pensar en que estos anuncios duraron mucho tiempo porque había mujeres que los leían y respondían: si no hubiera existido interacción, habrían desaparecido. Me escandaliza ver cómo era la sociedad de la época y, aún más, ver que todavía queda mucho por avanzar.
Sin duda, se da una especial importancia al físico con descripciones a medio camino entre la ensoñación y el eufemismo: se buscan mujeres delgadas o rellenitas, altas o bajas, con pechos y nalgas generosos o más bien planas, rubias o morenas... en realidad, los que publicaron se dejaron llevar por su gusto personal. Por el contrario, hay otras características en que la mayoría de anuncios coinciden: buscan la dulzura, la juventud, el carácter afable, buena disposición para las labores del hogar, así como no ser demasiado intelectual ni demasiado ambiciosa. Parece que a los hombres les asustan las mujeres inteligentes, sabias y racionales. Otras características personales van variando según los anuncios como tener buena salud o no, sin mácula o con ella (en referencia a la virginidad), buen patrimonio o no, vivir a una distancia determinada, etc... Me hizo mucha gracia un anuncio de un viudo negro que buscaba una señora enferma pero con buen patrimonio: es evidente que buscaba convertirse en viudo otra vez pero con el bolsillo lleno. Sin duda, hay que tomarse esta sección con buen humor, aunque sea en su faceta más macabra.
Todas estas ironías y demás despliegues de fino sentido del humor están disponibles hasta el 11 de febrero en el Museo de la Caza y la Naturaleza, en pleno corazón del Marais.
Es raro que el Museo de la Caza y la Naturaleza permita en sus salas una intervención artística como la de la genial Sophie Calle aunque, con el carácter asilvestrado y juguetón de la francesa y su trayectoria vital, no desentona para nada. Si añadimos la salvaje colaboración de la artista Serena Carone, la muestra tiene todo el sentido del mundo.
La exposición se llama Beau doublé, Monsieur le Marquis y, como es habitual en ella, su arte es una proyección de su vida privada, sus sentimientos e inquietudes. El nombre no es casual: Calle lo toma de un eslogan publicitario de cartuchos de caza y es un guiño al aristocrático director del museo, Claude d'Anthenaise.
Un delicado angelito con alas de mariposa rodeado de fieras disecadas: buena imagen para representar esta exposición
Iniciales de la artista bordadas
En ella, hay varias piezas que han sido concebidas expresamente para la ocasión, en especial, en la planta baja del edificio. Así, empieza con unas salas en las que la artista se expresa sobre el fallecimiento de su padre: son unas obras, al mismo tiempo, emotivas y graciosas, tristes y chuscas; a ratos, se puede llegar uno a emocionar para, a continuación, dejar estallar una carcajada con algunas de las ocurrencias de Calle. Durante el recorrido, pueden brotar las lágrimas y las sonrisas casi al mismo tiempo. Es la parte más emotiva y bonita de la exposición. En el plano personal, me ha hecho recordar las últimas palabras de mi padre, las últimas conversaciones que tuve con él, del mismo modo que una de las obras reproduce las palabras de los últimos días del señor Bob Calle.
Cuando esta obra está apagada, vemos un texto poético, cuando se enciende vemos la última fotografía del padre de la artista
En mitad de todos estos sentimientos expresados a corazón abierto, los animales y las plantas son el centro expositivo de un museo dedicado a la naturaleza. Estos seres vivos se convierten en el museo en seres inertes y fantasmagóricos y, de ello, se aprovechan Calle y su colaboradora Carone. Los animales representan una conexión afectiva con el mundo de sus seres queridos. Pero no acaba aquí la vinculación con la caza. De ahí que se nos aparezca ella misma, más bien un maniquí que la representa, llevando un vestido de flores y pequeños bichitos como libélulas, camaleones, etc... reinando entre varios animales disecados de su propia colección personal que simbolizan sus seres queridos desaparecidos, como tótems primitivos. Este detalle kitsch no impide ver que se trata de un ritual de apego a su gente, como si no quisiera que se fueran del todo, como si su presencia tuviera que estar siempre ahí, trasmutada en una obra de taxidermia. Todo esto resulta enternecedor y horripilante al mismo tiempo.
El ater ego de la artista rodeado de los tótems de sus familiares y amigos fallecidos
En la segunda parte de la muestra se van alternando todo tipo de objetos. Volviendo al tema de la caza, en sus obras, Calle utiliza las técnicas de un cazador: busca pistas e indicios, observa los gestos y costumbres de las personas que llaman su atención o incluso, a veces, contrata detectives privados para que la sigan y la observen convirtiéndose ella misma en objeto de la caza. Parecido ocurre con su vida personal en la que, al igual que un cazador, busca, sigue y ataca a su objeto de deseo. De hecho, la exposición está llena de anécdotas sobre sus encuentros personales y amorosos contadas como si de un manual de caza y pesca se tratara.
A los seis años, Sophie Calle vivía con sus abuelos. Se quitaba la ropa en el ascensor y caminaba desnuda por el pasillo del edificio hasta llegar a su cuarto y meterse en la cama. A los veinte años trabajaba como stipper en un cabaret: se quitaba la ropa delante de los espectadores dejando sólo una peluca rubia.
Los abuelos de Calle querían que se sometiera a una rinoplastia para corregir la forma de su nariz, tapar una cicatriz en el muslo izquierdo con un trozo de piel sacado de las nalgas y aplanar sus orejas de soplillo. Sophie tomó una primera cita con un cirujano plástico que le dijo que podía frenar la intervención hasta el último momento. Pero fue el médico quien la frenó ya que se suicidó dos días antes de la operación. Me encanta que Calle ilustre su nariz con una foto y con un águila disecada.
Vestido de no-novia de la artista: una mujer como ella, no podía intentar casarse con un vestido tradicional
Una máquina de escribir: se trata de una carta a una rival en amores. Escribir forma parte de la idiosincrasia de esta artista y lo podemos comprobar a lo largo de toda la exposición
Vitrina dedicada a su madre: vestido de novia con corazón de cristal
Chica con candado abierto y llave. La madre perdió la virginidad y la imagen del catenaccio en el amor sigue vigente
Ropa de cama enviada a un fan
Llama muchísimo la atención este exhibicionismo femenino en un ambiente tan masculino de armas de fuego, animales disecados y cuadros de escenas de caza pero, precisamente, este contraste es uno de los encantos de esta exposición.
Una escultura que llora: delicadeza, emoción y sentimientos en la dureza de la piedra
Pero la masculinidad no queda fuera de la muestra ni mucho menos, aunque se reserva a la última planta con una recopilación de textos de hombres que buscan pareja de lo más curioso. Una feminista como yo no sabe si reir o llorar ante la recopilación de fragmentos de anuncios de búsqueda de pareja seleccionados por la artista. Se trata de un catálogo de cualidades deseadas en la mujer por individuos de sexo masculino (sic), a través de una selección de anuncios publicados en la revista "Le chasseur français" entre 1895 y 2010, lo cual tiene lógica ya que se trata de un museo de caza, y otros anuncios recogidos de Le Nouvel Obstervateur a partir de 1990. Para finalizar, la artista también ha compilado anuncios de Meetic y algunos mensajes de la aplicación de ligoteo Tinder. Lo primero que destaca en esos anuncios por palabras es una cosificación de la mujer que, por desgracia, no ha sido superada. Lo segundo es la consideración de la mujer como un ser pasivo sin voluntad propia y siempre subordinada y al servicio del hombre. Lo tercero es pensar en que estos anuncios duraron mucho tiempo porque había mujeres que los leían y respondían: si no hubiera existido interacción, habrían desaparecido. Me escandaliza ver cómo era la sociedad de la época y, aún más, ver que todavía queda mucho por avanzar.
Matrimonio: imagino que no es casualidad que la mano del hombre esté por encima de la de la mujer. Calle se casó en Las Vegas pero realizó un paripé con velo blanco, invitados y lanzamiento de arroz en las escaleras de una iglesia. La fotografía ilustra la pantomima de una falsa boda para celebrar un matrimonio verdadero
Sin duda, se da una especial importancia al físico con descripciones a medio camino entre la ensoñación y el eufemismo: se buscan mujeres delgadas o rellenitas, altas o bajas, con pechos y nalgas generosos o más bien planas, rubias o morenas... en realidad, los que publicaron se dejaron llevar por su gusto personal. Por el contrario, hay otras características en que la mayoría de anuncios coinciden: buscan la dulzura, la juventud, el carácter afable, buena disposición para las labores del hogar, así como no ser demasiado intelectual ni demasiado ambiciosa. Parece que a los hombres les asustan las mujeres inteligentes, sabias y racionales. Otras características personales van variando según los anuncios como tener buena salud o no, sin mácula o con ella (en referencia a la virginidad), buen patrimonio o no, vivir a una distancia determinada, etc... Me hizo mucha gracia un anuncio de un viudo negro que buscaba una señora enferma pero con buen patrimonio: es evidente que buscaba convertirse en viudo otra vez pero con el bolsillo lleno. Sin duda, hay que tomarse esta sección con buen humor, aunque sea en su faceta más macabra.
Esos locos bajitos son un peligro
sábado, 23 de diciembre de 2017
Feliz Navidad
Para todos los que leéis este blog, os deseo una Feliz Navidad y un año 2018 maravilloso.
Y qué mejor que hacerlo con dos obras que representan el nacimiento de Jesús. Se trata de dos preciosas pinturas de la Escuela de Florencia expuestas en el Louvre. Es una lástima que todo el ala dedicada a la pintura italiana pase desapercibida para los turistas que sólo se interesan por la famosa Gioconda. Al entrar en esta zona, nos reciben las obras tardomedievales, verdaderos ejemplos de cómo los artistas italianos se adelantaron varios siglos a sus contemporáneos de otros lugares en técnica y maestría. Aquí hay varias obras maravillosas de la Escuela de Siena y de la Escuela de Florencia. Estas corrientes pictóricas, en las que el colorido y el estudio de la perspectiva avanzan ya las primeras obras del Renacimiento, me enternecen por la languidez de sus figuras, las delicadas proporciones y la aparición de ángeles de forma súbita y mágica, casi como si se tratara de un cómic. Aunque la mayor parte de los temas son religiosos, el tratamiento de los personajes, la disposición de la acción y la inclusión de elementos profanos humanizan las escenas y les confieren un aire ingenuo y fresco. El uso del color, con gran profusión de azules, dorados y rojos, colores todos ellos muy caros de producir por las materias primas necesarias en la época, denota que nos encontramos con obras de alto presupuesto, concebidas como partes de retablos mucho más grandes que, por circunstancias, ahora se encuentran separados. Quizá por este motivo, destacan mucho más las escenas concretas, el minucioso dibujo y la delicadeza del conjunto de las pinturas.
Con estas obras maestras, tan espirituales y humanas a la vez, os deseo Felices Fiestas.
Y qué mejor que hacerlo con dos obras que representan el nacimiento de Jesús. Se trata de dos preciosas pinturas de la Escuela de Florencia expuestas en el Louvre. Es una lástima que todo el ala dedicada a la pintura italiana pase desapercibida para los turistas que sólo se interesan por la famosa Gioconda. Al entrar en esta zona, nos reciben las obras tardomedievales, verdaderos ejemplos de cómo los artistas italianos se adelantaron varios siglos a sus contemporáneos de otros lugares en técnica y maestría. Aquí hay varias obras maravillosas de la Escuela de Siena y de la Escuela de Florencia. Estas corrientes pictóricas, en las que el colorido y el estudio de la perspectiva avanzan ya las primeras obras del Renacimiento, me enternecen por la languidez de sus figuras, las delicadas proporciones y la aparición de ángeles de forma súbita y mágica, casi como si se tratara de un cómic. Aunque la mayor parte de los temas son religiosos, el tratamiento de los personajes, la disposición de la acción y la inclusión de elementos profanos humanizan las escenas y les confieren un aire ingenuo y fresco. El uso del color, con gran profusión de azules, dorados y rojos, colores todos ellos muy caros de producir por las materias primas necesarias en la época, denota que nos encontramos con obras de alto presupuesto, concebidas como partes de retablos mucho más grandes que, por circunstancias, ahora se encuentran separados. Quizá por este motivo, destacan mucho más las escenas concretas, el minucioso dibujo y la delicadeza del conjunto de las pinturas.
Con estas obras maestras, tan espirituales y humanas a la vez, os deseo Felices Fiestas.
Arriba, la Natividad de Fra Diamante. Abajo, la Natividad y la Adoración de di Franco di Piero
viernes, 22 de diciembre de 2017
Decoración navideña
Ya ha llegado la Navidad y, con ella, el bullicio, las compras y la cita anual de este blog con la decoración navideña de lugares emblemáticos de París. La iluminación de los Campos Elíseos es la misma de todos los años sólo que, cada vez, peor colocada. Me gusta que las luces de los árboles hagan una figura de semiesfera pero, en lugar de eso, las tiras de luces están puestas en vertical, muy estiradas y sin ninguna gracia, de manera que parecen un churro. Una decoración fea, sin gusto y muy poco apropiada a un lugar tan elegante y sofisticado.
Muchas veces, los pequeños comercios se esmeran bastante en sus escaparates. Son ellos los que tienen menos medios pero más imaginación.
Aún menos me ha gustado la temática elegida por los grandes almacenes vecinos: su escenario puede ser bonito ya que se trata de un paseo por la feria de Navidad en el París de principio del siglo XX. La idea es buena pero nuestros guías son dos palomas: Pierre y Coco. No me gustan nada las aves, en general, y las palomas, en particular, así que no me ha entusiasmado esta colección de pasajes nevados con palomas torcaces presidiendo las escenas.Son muy bonitas las atracciones de feria en miniatura (noria, montaña rusa, tómbolas...) pero poco más hay que destacar. Además, no sé si los que han ideado esta decoración saben español pero otro motivo recurrente son otras palomitas: las de maíz. Entre los animales y el maíz tostado y reventado prefiero el segundo. Bastante más alegre es el árbol de Navidad que cuelga de la cúpula, decorado este año con motivos muy coloristas que imitan confiterías y chucherías varias, como las que se pueden encontrar en los puestos de los feriantes: un canto al azúcar y al picoteo que nos podemos permitir en estar fiestas familiares.
Por suerte, hay decoraciones navideñas más elegantes y esmeradas como la de la lujosa avenida Montaigne o la del Boulevard Haussmann. Pero lo mejor para mí, es que estas fiestas voy a pasarlas con mi familia en España. Por motivos de trabajo, estos últimos tres años no pudo ser así y me quedé en París. Madrugón y vuelo barato mediante, ya estoy disfrutando de mis seres queridos mientras os escribo estas líneas. No necesito ir a los centros comerciales puesto que yo ya tengo mi mejor regalo de Navidad.
Muchas veces, los pequeños comercios se esmeran bastante en sus escaparates. Son ellos los que tienen menos medios pero más imaginación.
Árbol de navidad muy parisino, lleno de pequeñitas Torre Eiffel
No se puede decir lo mismo de los grandes almacenes situados en el mejor barrio de París. Tanto Printemps como Lafayette me han decepcionado esta vez. Los primeros han reciclado a Jules y Violette, los dos hermanitos que eran el hilo conductor de los escaparates del año pasado. No me encantó la historia que nos querían contar el año pasado así que, en esta ocasión, tampoco me ha gustado y además, a nivel estético, los escaparates son mucho más feos. En definitiva, desastre total. Sólo salvaría unos pocos claramente dirigdos a los niños en que hay algún toque gracioso.
Algunos escaparates de Printemps tienen gracia pero, comparados con los de hace dos y tres años, resultan sosos
En la última foto, se puede ver dos palomitas comiendo palomitas: no es canibalismo, es un juego de palabras.
El árbol colgante de la cúpula es muy alegre y colorido por lo que contrasta con el blanco níveo del año pasado
Por suerte, hay decoraciones navideñas más elegantes y esmeradas como la de la lujosa avenida Montaigne o la del Boulevard Haussmann. Pero lo mejor para mí, es que estas fiestas voy a pasarlas con mi familia en España. Por motivos de trabajo, estos últimos tres años no pudo ser así y me quedé en París. Madrugón y vuelo barato mediante, ya estoy disfrutando de mis seres queridos mientras os escribo estas líneas. No necesito ir a los centros comerciales puesto que yo ya tengo mi mejor regalo de Navidad.
Decoración en las avenidas elegantes
sábado, 16 de diciembre de 2017
El Barbero de Sevilla
Hay oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida: que entradas de patio de butacas para la ópera a casi 150€ salgan en oferta de último minuto a sólo 20€ es una de ellas. Es uno de esos pequeños milagros que, a veces, se producen en internet. Sobre todo, si hay un pajarito que te informa de esta venta especial.
Vuelvo al Teatro des Champs Elysées pero esta vez con unas vistas muy buenas: nada menos que la tercera fila del patio de butacas. Creo que nunca en mi vida he estado tan cerca del escenario en ningún espectáculo que haya visto. Mucho planificar y organizar pero, al final, los mejores planes son aquellos que aparecen por sorpresa y que se deciden en el último minuto. Si además se apuntan dos buenas amigas, aún mejor.
Reconozco de entrada que El Barbero de Sevilla no es mi ópera favorita, de hecho, las comedias rossinianas suenan todas muy parecidas. Pero a nadie le amarga un dulce y como mi ópera favorita es Las Bodas de Fígaro, siempre está bien ver cómo llegan a enamorarse los condes de Almaviva y se casan gracias a la mediación de Fígaro, burlando la vigilancia de Don Bartolo, el tutor de Rosina. Parece mentira que en sólo tres años los personajes cambien tanto de una historia a otra.
Esta representación del 14 de diciembre era un poco especial ya que se enmarca dentro del programa que el Teatro des Champs Elysées desarrolla para dar a conocer jóvenes talentos. Los precios son moderados y la popularidad de los títulos elegidos permite a estos artistas foguearse en un teatro de primera fila como el que nos ocupa. Aquí al completo.
El Conde de Almaviva fue interpretado por el galés Elgan Llŷr Thomas. Su primera cancioncita (Ecco ridente in cielo) sonó un poco tímida pero fue ganando enteros conforme avanzaba la obra para terminar con un muy buen rondó Cessa di più resistere, muy aplaudido. Estuvo correcto en las coloraturas pero a su voz le faltaba un poco de intensidad. A nivel interpretativo fue convincente como galán, ya que es un chico muy guapo, y también en su vis cómica, de hecho, me recordaba a Mortadelo con tanto disfraz.
Uno de los triunfadores fue el rol titular de la ópera, ese Fígaro, barbiere d'inferno, de Guillaume Andrieux. Sin duda, es el personaje más atractivo de la función y, en esta ocasión, no sólo por su aspecto: nuestro Fígaro parecía Fu Manchú, con una barba larga, una trenza hasta el culo, y lleno de tatuajes, saliendo a la escena en un columpio y sin parar de moverse. Andrieux estuvo fenomenal en toda la parte: la voz bien timbrada, atractiva y pícara sentaba como un guante al papel, que también estuvo muy bien interpretado. Recordemos que Fígaro no es sólo su demoníaca entrada y su laralalera laralala.
La gran triunfadora de la noche fue la única dama protagonista: la Rosina de Alix Le Saux, mezzosoprano (este papel se suele interpretar en las tres tesituras femeninas) que se robó el espectáculo con una gran voz, intensa y con muy buena proyección, como la de una gran estrella. Y, además, acompañada de una interpretación muy graciosa. Desde el inicio con su aria Una voce poco fa, se metió al público en el bolsillo. Hay que contradecirla: en la ópera, una voz hace mucho y la suya va a hacer grandes cosas. Recordad su nombre porque apunta alto.
Muy braveado fue también el Bartolo del onubense Pablo Ruiz. Su interpretación fue soprendente ya que se trata de un barítono y no de un bajo bufo como reclama el papel. En cualquier caso, su voz sonó luminosa y su participación fue fantástica. Don Basilio de Guilhem Worms que también estuvo muy bien, muy cómico, parecía un murciélago rondando por el escenario. Podemos mencionar el buen trabajo de los comprimarios destacando una magnífica Berta de Eléonore Pancrazi y del coro Chœur Unikanti, divertidísimos y cantando magníficamente gracias a la labor de su director Gaël Darchen.
Personalmente, lo que más me gustó fue la actuación grupal en los fantásticos concertantes y, en esta ópera hay unos cuantos, en los que las voces sonaron perfectamente ensambladas y equilibradas. Además, estos números vinieron acompañados de bailes muy graciosos pero sin caer en el ridículo (ay, ese Festival de Salzburgo de 2006 en que los cantantes se movían como si estuvieran en la función escolar de una guardería).
Todos fueron aplaudidísimos, incluido, el director musical, Jérémie Rhorer, y su propia orquesta, Le Cercle de l'Harmonie, que pusieron una pasión, unas ganas y una entrega dignas de elogio. No perdieron el ritmo ni la diversión en ningún momento. Un acompañamiento perfecto a las voces.
Vuelvo al Teatro des Champs Elysées pero esta vez con unas vistas muy buenas: nada menos que la tercera fila del patio de butacas. Creo que nunca en mi vida he estado tan cerca del escenario en ningún espectáculo que haya visto. Mucho planificar y organizar pero, al final, los mejores planes son aquellos que aparecen por sorpresa y que se deciden en el último minuto. Si además se apuntan dos buenas amigas, aún mejor.
Reconozco de entrada que El Barbero de Sevilla no es mi ópera favorita, de hecho, las comedias rossinianas suenan todas muy parecidas. Pero a nadie le amarga un dulce y como mi ópera favorita es Las Bodas de Fígaro, siempre está bien ver cómo llegan a enamorarse los condes de Almaviva y se casan gracias a la mediación de Fígaro, burlando la vigilancia de Don Bartolo, el tutor de Rosina. Parece mentira que en sólo tres años los personajes cambien tanto de una historia a otra.
El reparto recibe la calurosa ovación del público
Esta representación del 14 de diciembre era un poco especial ya que se enmarca dentro del programa que el Teatro des Champs Elysées desarrolla para dar a conocer jóvenes talentos. Los precios son moderados y la popularidad de los títulos elegidos permite a estos artistas foguearse en un teatro de primera fila como el que nos ocupa. Aquí al completo.
El Conde de Almaviva fue interpretado por el galés Elgan Llŷr Thomas. Su primera cancioncita (Ecco ridente in cielo) sonó un poco tímida pero fue ganando enteros conforme avanzaba la obra para terminar con un muy buen rondó Cessa di più resistere, muy aplaudido. Estuvo correcto en las coloraturas pero a su voz le faltaba un poco de intensidad. A nivel interpretativo fue convincente como galán, ya que es un chico muy guapo, y también en su vis cómica, de hecho, me recordaba a Mortadelo con tanto disfraz.
Cartel anunciador
Uno de los triunfadores fue el rol titular de la ópera, ese Fígaro, barbiere d'inferno, de Guillaume Andrieux. Sin duda, es el personaje más atractivo de la función y, en esta ocasión, no sólo por su aspecto: nuestro Fígaro parecía Fu Manchú, con una barba larga, una trenza hasta el culo, y lleno de tatuajes, saliendo a la escena en un columpio y sin parar de moverse. Andrieux estuvo fenomenal en toda la parte: la voz bien timbrada, atractiva y pícara sentaba como un guante al papel, que también estuvo muy bien interpretado. Recordemos que Fígaro no es sólo su demoníaca entrada y su laralalera laralala.
La gran triunfadora de la noche fue la única dama protagonista: la Rosina de Alix Le Saux, mezzosoprano (este papel se suele interpretar en las tres tesituras femeninas) que se robó el espectáculo con una gran voz, intensa y con muy buena proyección, como la de una gran estrella. Y, además, acompañada de una interpretación muy graciosa. Desde el inicio con su aria Una voce poco fa, se metió al público en el bolsillo. Hay que contradecirla: en la ópera, una voz hace mucho y la suya va a hacer grandes cosas. Recordad su nombre porque apunta alto.
Muy braveado fue también el Bartolo del onubense Pablo Ruiz. Su interpretación fue soprendente ya que se trata de un barítono y no de un bajo bufo como reclama el papel. En cualquier caso, su voz sonó luminosa y su participación fue fantástica. Don Basilio de Guilhem Worms que también estuvo muy bien, muy cómico, parecía un murciélago rondando por el escenario. Podemos mencionar el buen trabajo de los comprimarios destacando una magnífica Berta de Eléonore Pancrazi y del coro Chœur Unikanti, divertidísimos y cantando magníficamente gracias a la labor de su director Gaël Darchen.
Mejores vistas imposible. No hay más que comparar con las de la última vez
Personalmente, lo que más me gustó fue la actuación grupal en los fantásticos concertantes y, en esta ópera hay unos cuantos, en los que las voces sonaron perfectamente ensambladas y equilibradas. Además, estos números vinieron acompañados de bailes muy graciosos pero sin caer en el ridículo (ay, ese Festival de Salzburgo de 2006 en que los cantantes se movían como si estuvieran en la función escolar de una guardería).
Todos fueron aplaudidísimos, incluido, el director musical, Jérémie Rhorer, y su propia orquesta, Le Cercle de l'Harmonie, que pusieron una pasión, unas ganas y una entrega dignas de elogio. No perdieron el ritmo ni la diversión en ningún momento. Un acompañamiento perfecto a las voces.
Es una lástima que no saliera a saludar Laurent Pelly, el escenógrafo y diseñador de una puesta en escena divertida, moderna y coherente con la historia. Por fin, un director que se ha leído el libreto antes de empezar a sacar paridas de su cabeza. El hilo conductor fueron unas partituras que iban tomando diferentes formas: construían la fachada de la casa de Bartolo, o la base sobre la que Almaviva corteja a Rosina, o un panel escrito con una canción que se pliega ante la huida de los amantes (muy divertido y aplaudido). De esas partituras salían los propios pentagramas sobre los que se escribía una canción o que, puestos en vertical, formaban unas rejas para remarcar que Rosina quedaba encerrada en casa. La profusión de blanco y negro, incluido el vestuario exclusivo en negro, me pareció moderna pero interesante: un punto de vista fresco y diferente pero sin molestar y, lo más importante, sin cambiar la historia. Fue todo muy gracioso pero refinado, nada grotesco o chabacano: el público no paraba de reír y, cuando salieron los miembros del coro vestidos de guardias civiles al final del primer acto, casi me caigo al suelo de la risa.
Reparto de la noche
Esta representación va a ser emitida el próximo 29 de diciembre por el canal Arte pero con el primer reparto, aunque, no ha recibido tan buenas críticas como este segundo. Y, por el momento, aquí acaba mi recorrido operístico: no está mal haber visto cuatro óperas en cinco semanas y en cuatro teatros diferentes. Don Carlos en Bastilla, Don Giovanni en el Bobino, La Clemenza di Tito en Garnier y, ahora, El Barbero... en Champs-Elysées. Próximamente más.